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Homilía en la Misa de la solemnidad
de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María
Itatí, 8 de diciembre de 2018
La imagen que veneramos en este Santuario, desde hace más de cuatro siglos, representa a la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, o con el nombre propio que le damos nosotros: la Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora de Itatí. Inmaculada Concepción quiere decir María llena de gracia, libre de toda culpa desde el primer instante de su concepción. Ese fue el título con el cual el Ángel saludó a María en el momento de la anunciación: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,28). María es la “Llena de gracia”, toda colmada del favor de Dios, preservada libre de toda culpa desde el primer instante de su concepción. El antiquísimo saludo “Ave María Purísima” daba cuenta del arraigo popular que tenía esta devoción. El santo Cura Brochero la llamaba sencillamente como “La Purísima”.
El pueblo de Dios fue creyendo y celebrando a María como la Inmaculada Concepción a lo largo de los siglos. No olvidemos que el Espíritu Santo asiste a la Iglesia por medio del Papa y los Obispos, pero también la cuida y acompaña a través de la fe vivida y celebrada del Pueblo de Dios. Fue así como el papa Pío XI definió solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María el 8 de diciembre de 1854, como una verdad creíble para toda la Iglesia en el universo entero. El dogma es como una puerta segura que, al abrirla, nos coloca ante un panorama más profundo, más amplio y más bello de la fe. En otras palabras, la Inmaculada nos lleva más rápido al encuentro con Jesús, nos ayuda a descubrir las maravillas que suceden en el corazón y en la vida del aquel que acepta a Jesús y se convierte en discípulo misionero suyo.
Así tenemos la certeza que nos da la Iglesia sobre María, la llena de gracia. Esta maravilla que Dios hizo en María, no la alejó en nada de nuestra pobre y limitada condición humana. La preservó solo del pecado, como tenemos dicho. Pero en todo lo demás, ella tuvo que peregrinar en medio de angustias y tristezas, incomprensiones y sufrimientos, como lo tenemos que hacer todos los mortales. Tuvo que realizar una dura y sacrificada peregrinación en la fe, acompañada por José, a quien Dios tampoco ahorró desolaciones y horas amargas durante su camino al destierro. Sin embargo, ambos, María y José, permanecieron fieles y, a pesar de todos los contratiempos, no desconfiaron de la promesa de Dios.
La Purísima nos recuerda que Dios quiere transformar también nuestro corazón y hacerlo puro, como lo pedimos en la oración a la Tiernísima Madre: que nos conceda un corazón puro, humilde y prudente. Así lo rezaban las generaciones que nos precedieron, por eso aprendieron a cuidarse unos a otros, valoraron e integraron tradiciones pueblos y tradiciones diversas. La imagen de la Virgen de Itatí, que representa a la Madre de Dios y Madre nuestra, nos enseñó que todos somos sus hijos. Fue así que nuestros ancestros, guaraníes y españoles, y los que luego se fueron incorporando a la convivencia social nos enseñan que la tolerancia, el respeto y la inclusión, son un valioso patrimonio de nuestro pueblo. Patrimonio que debemos valorar, agradecer y mejorar. La presencia de la Virgen desde los orígenes de nuestros pueblos, es una señal indiscutible de apertura y de negación de todo fanatismo y violencia, ya sea que provengan de grupos religiosos, culturales o políticos. Ella fue el mejor antídoto contra la discriminación, el estímulo más fuerte para valorar toda vida, especialmente la más frágil e inocente, y la más amplia apertura para que, en esta hermosa tierra del Taragüí se pudieran arraigar y fusionar entre sí comunidades españolas, italianas, árabes, judías, y hoy continúan llegando inmigrantes nuevos, a los que la comunidad correntina acoge y respeta.
¿De dónde nos viene ese espíritu universal y fraterno que no nos cierra ante el hermano y la hermana que se presenta diverso en su aspecto, cultura y creencias? No lo dudemos, nos viene de nuestras raíces cristianas, de nuestra devoción a la Virgen de Itatí, a la Cruz de los Milagros, signos más que claros del amor universal. Ese amor que se hizo real y tangible a lo largo de más de cuatro siglos. Amor que se hizo mestizaje en nuestro pueblo peregrino. Son mucho más que ideas, es historia vivida. No es el resultado de una interpretación idealista y sesgada de los acontecimientos pasados, es la verdad que se puede ver en los rostros tan diversos de este pueblo, en la actitud acogedora y familiar que pone de manifiesto la capacidad de convivir con todos, independientemente de su diversidad cultural, sus creencias propias y sus tradiciones.
Es cierto que nos falta mucho camino para ser más fraternos, solidarios y respetuosos con todos. Pero también es verdad que nuestros padres, abuelos y bisabuelos no se equivocaron en el camino cristiano, ni en la transmisión de la valiosa herencia religiosa y cultural que nos dejaron. Nosotros tenemos la misión de valorarla, hacerla fecunda, purificarla y dejarla mejorada para las generaciones futuras. ¿Cómo podríamos expresar en pocas palabras el núcleo, lo esencial, el meollo de esa herencia? La profesión de fe que vamos a proclamar a continuación, recitando el Credo, contiene lo esencial de nuestra fe: que Dios es nuestro Padre y Creador; y que su amor abarca a todos, sin excepción, tal como lo vemos manifestado en su Hijo Jesús, que padeció, murió y resucitó para salvarnos. La puerta abierta para que Dios se acercara a nosotros y compartiera nuestra condición humana, menos el pecado, fue María de Nazaret, la Inmaculada. Esa puerta está abierta también para nosotros hoy y para toda la humanidad. Traspasando ese umbral nos encontramos con Jesús, encuentro que cambia sustancialmente nuestra vida y nos convierte en gozosos anunciadores de ese encuentro.
La Inmaculada es la gran esperanza para nuestro pueblo, es apertura y acogida maternal que abraza a todos, con una sola excepción: siente una especial predilección por sus hijos e hijas más pobres y alejados. Los peregrinos y devotos de la Pura y Limpia Concepción tenemos la enorme responsabilidad de ser misioneros de esa predilección, de ser tolerantes, cercanos y respetuosos de todos, especialmente de aquellos que nos resultan más molestos, extraños y aun hostiles a los valores cristianos. Pidámosle a Ella la gracia de desterrar de nuestros corazones todo lo que nos divide y enfrenta; de superar la indiferencia por el pobre y el que sufre; y de tener la sabiduría suficiente para no dejarnos engañar por quienes nos quieren seducir con una vida sin religión, sin familia y sin patria. Es muy bello vivir con la esperanza que nos transmite la Virgen Inmaculada. Renovemos con ella la fe en su Divino Hijo Jesús, nos ayude a preparar nuestro corazón para la Navidad que se acerca, nos cuide de no caer en la tentación y nos libre de todo mal. Amén.
Mons. Andrés Stanovnik OFMCap
Arzobispo de Corrientes
NOTA:
a la derecha de la página, en "Otros archivos", el texto como HOMILIA INMACULADA CONCEPCIÓN 2018 en formato de word.
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