PRENSA > NOTICIAS

MONS. ANDRES STANOVNIK

Homilía en la Misa de inauguración de las Jornadas de Grávida

La Montonera, Pilar, 19 de mayo de 2022

Damos inicio a estas jornadas de Grávida celebrando la Eucaristía, es decir, colocando en el contexto adecuado este acontecimiento y situarlo bajo la luz que ilumina y da sentido a la vida humana y a toda vida. En ella actualizamos la Pascua del Señor, la victoria de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio, del perdón sobre la venganza. Con Jesús resucitado, triunfa la vida siempre.

Por eso cuidamos toda vida, en ella se refleja el triunfo pascual de Nuestro Señor Jesucristo. En cambio, cuando la vida disminuye o se la atropella, sentimos que sucedió algo muy grave, algo que no debería haber sucedido jamás, y lo percibimos así porque no fuimos creados para morir, sino para vivir. Cuando nos enfrentamos a situaciones que amenazan la vida, experimentamos una profunda indignación porque se hiere lo más humano y sagrado que tiene el ser humano: la vida. Ese sentimiento es aún más hondo cuando caemos en la cuenta de que la vida es un don de Dios, absolutamente indisponible y lo más preciado que tenemos, porque sin ella, hay soledad y vacío.

Entonces, la vida es algo que no solo afecta a las personas, sino que Dios mismo se encuentra involucrado en ella. Al verla dañada y a punto de romperse, salió a su encuentro y cargó sobre sí mismo las causas que provocaron ese daño. La mejor descripción sobre esas causas está en las primeras páginas del Génesis. La pretensión de adueñarse del don de la vida y darle la espalda a Dios, Dador de toda Vida, derrumbó la serena convivencia entre el varón y la mujer y, al mismo tiempo, perturbó los vínculos con la creación. La soberbia produjo un grave trastorno. Con todo, Dios no abandonó a su criatura y se hizo cargo de ella para mostrarle el camino que había extraviado.

Dios mismo, con su Palabra y con sus acciones fue acompañando la historia de salvación hasta que los tiempos maduraran, para que el Salvador se hiciera presente de tal manera que pudiéramos verlo, oírlo y tocarlo, a fin de que no tuviéramos más dudas de la alianza fiel e irrevocable que había establecido con nosotros. Lo llevó a cabo de un modo tan humilde y grandioso al mismo tiempo que, para continuar la historia de su obra redentora, nos enseñó que la fuente de la que mana la fuerza para cuidar la vida y promover su desarrollo es reunirnos en torno a la mesa, en la que nos recuerda son sus palabras y su gesto sacramental que no hay amor más grande que dar la vida. Y a contraluz de esas palabras, podemos añadir que no hay peor abuso, ni mayor blasfemia, que atentar contra la vida, sobre todo la vida humana.

Es muy bello y profundo el texto del Evangelio de San Juan que hemos proclamado (15, 9-11). Jesús, poco antes de sufrir la pasión y muerte, revela su intimidad de amor y de vida con el Padre y nos asegura que con ese mismo amor nos ama a nosotros. Esa es su mayor alegría y desea que ese gozo se expanda plenamente en y entre nosotros. Para eso es necesario permanecer, porque esa es la única forma que el discípulo produzca frutos de vida. ¡Cómo no permanecer en ese amor! No hay mayor alegría que esa: permanecer en su amor. Cuidar la vida, sanarla donde fue herida, acompañarla en su desarrollo, es permanecer en el amor de Dios. Díganme si es negociable el gozo que experimentan ustedes en el servicio amoroso a la vida que prestan con Grávida a tantas mujeres y parejas heridas por falta de amor. Ustedes son instrumentos que hacen posible permanecer en el amor de Jesús.

En la lectura de los Hechos de los Apóstoles (cf. 15,7-21) escuchamos la explicación de Simón Pedro sobre la actuación de Dios a lo largo de la historia. Se trata de una acción comprometida con la reconstrucción de la vida en ruinas: “Después de esto volveré y reconstruiré la choza caída de David, reconstruiré sus ruinas, la volveré a levantar”. ¿Cómo no ver en ese texto a un Dios que se estremece ante la vida en peligro de extinción o herida de muerte? Por eso, Pedro, sale en defensa de los paganos para que no se les impusiera una carga imposible de llevar, porque se da cuenta que “Dios, que conoce los corazones, dio testimonio a favor de ellos otorgándoles el Espíritu Santo, lo mismo que a nosotros, sin hacer ninguna distinción entre ellos y nosotros”. El amor al prójimo triunfa sobre una ley que se había vuelto enemiga del encuentro y factor de división entre judíos y paganos.

Es absurda y perversa la acción que se dirige en contra de la vida, porque en su delirante estrategia pretende combatir la acción restauradora y sanadora del Dios de la Vida y del Amor. Por eso, resulta tremendo y desgarrador para la experiencia humana atentar contra la vida, es una marca que no se borra con el solo esfuerzo humano. Lo saben muy bien ustedes como testigos de la experiencia traumática que padecen tantas mujeres cuando ellas toman conciencia de lo que ha sucedido con la vida que habían gestado. Y a la vez, qué profundo y consolador es el abrazo amoroso de Jesús que perdona y restaura el daño producido, tantas veces por ignorancia o por una sistemática desinformación, que opera a favor de intereses oscuros y enemigos de la vida. Dios es quien da la vida y también Él es quien la restaura.

Ustedes, queridos hermanos y hermanas, ponen el corazón y las manos allí donde los reclama la vida amenazada y el dolor de la misma, y lo hacen con una mirada respetuosa y llena de compasión que sana, libera y alienta a madurar en la vida cristiana. Bien podríamos decir que ustedes, con su servicio al cuidado de la vida, son una prolongación de la acción sanadora de Dios, que ayuda a reconstruir la “choza caída” para que vuelva a ser el lugar del amparo y del crecimiento de la vida naciente. Y son también ustedes los que se colocan al lado de la vida frágil para sostener la maternidad y la paternidad en el cuidado responsable de la vida desde su concepción.

“Caminar juntos”, como nos recuerda el Sínodo, nos implica a todos y nos exige abrir la puerta para que la Iglesia llegue a ser una casa para muchos, en la que todos se sientan acogidos, valorados y amados. Gracias, porque ustedes son instrumentos privilegiados de la providencia de Dios para que allí donde se gesta la vida humana se construyan las bases firmes para una convivencia social en la amistad y el servicio al bien común. Reconozcámonos, como nos invita a hacerlo el papa Francisco, como “marcados a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar”.

Encomendamos a María Virgen y Madre la vida naciente y le pedimos que nos sostenga en la misión de cuidarla y acompañarla; y a San José que nos ilumine y consuele, para que con valentía creativa sepamos afrontar los desafíos que hoy nos presenta “la choza caída” de la vida, dispuestos a estar cerca para escuchar, abrazar y abrir horizontes de esperanza.

 

+Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes