PRENSA > NOTICIAS

MONS. ANDRES STANOVNIK

Celebración de la Vigilia Pascual - Homilía

Corrientes, 16 de abril de 2022

El primer gesto que hemos realizado al iniciar nuestra celebración pascual fue la bendición del fuego nuevo con el cual encendimos el cirio pascual. En medio de la oscuridad brilló la luz, símbolo de la vida nueva de Jesucristo resucitado, Con el cirio pascual, mientras avanzábamos ingresando al templo, se encendían también nuestras velas, al tiempo que cantábamos “Esta es la luz de Cristo”. Cristo es luz en medio de las tinieblas, estas retroceden ante la claridad que irradia su presencia. También nuestra vida se enciende con esa luz, ilumina nuestro camino y nos devuelve la alegría y la esperanza.

Con Cristo, que es luz, se iluminan las lecturas que hemos escuchado, desde la que relata la creación del mundo y del ser humano; y a continuación, la que da cuenta de la alianza que Dios estableció con su pueblo elegido, cómo lo fue guiando con mano fuerte y brazo poderoso en medio de las dificultades; hasta llegar a la Buena Noticia de la resurrección de Jesús, que hemos proclamado en el Evangelio. Desde entonces, ni la muerte ni el mal tienen la última palabra, definitivamente la victoria es el amor de Jesucristo, llevado hasta el extremo de entregar libremente su vida para que nosotros la tengamos en abundancia.

En el relato del texto del evangelista Lucas, escuchamos que las mujeres, que se habían asomado al sepulcro donde había depositado el cuerpo del Señor Jesús y no lo hallaron, quedaron desconcertadas. El propósito de esas mujeres era embalsamar el cadáver de Jesús, pero quedaron sorprendidas al escuchar que está vivo: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado”. Esa es la noticia que cambió radicalmente la historia humana. La luz potente que brilla desde la resurrección de Jesús, ilumina el pasado, el presente y el futuro de la condición humana, brinda el fundamento para saber quiénes somos, qué tenemos que hacer y hacia dónde peregrinamos. Sin esa luz, permanecemos en las tinieblas. Vayamos ahora, aunque sea muy sucintamente a las demás lecturas bíblicas.

El relato de la caída de Adán y Eva simboliza las tinieblas en las que viene cayendo la humanidad en todos los tiempos. Es un relato ejemplar para comprender también hoy las trágicas consecuencias que produce el encanto de construirse al margen de Dios. El hombre intenta una y otra vez ser luz para sí mismo y maquillarse a su propio gusto. Aun así, Dios no abandonó a la criatura que salió de sus manos y se comprometió a salvarla. La historia de la Salvación, el camino que Dios hizo para salvarnos de esa catástrofe humana, está narrada en la Biblia, donde se describe la acción de Dios y la respuesta del hombre a esa obra de Dios. El momento culminante de esa historia es la encarnación, pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Él es la luz que brilla en las tinieblas. Él es nuestra Pascua, Él hace posible el encuentro con Dios, con nosotros mismos, y con nuestros hermanos.

A lo largo de la historia, Dios fue fiel a su alianza a pesar de nuestra infidelidad. Una y otra vez nos llama a que caminemos con Él y aprendamos con Él a hacerlo entre nosotros. La insistencia de la Iglesia a realizar ese camino sinodal se funda precisamente en la esperanza que nos da Jesucristo resucitado. Fuimos bautizados, es decir, sumergidos en su muerte y resurrección, estamos llamados a morir y resucitar con Él. Él es nuestra esperanza, así lo escuchamos hoy por boca de San Pablo: “Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva (Rm 6,4). Por eso, en unos instantes más, vamos a renovar nuestras promesas bautismales y hacer nuestra profesión de fe.

Renovar nuestro bautismo es decirle a Dios que estamos decididos a caminar juntos y a estar atentos a todo aquello que conspira contra esa nuestra vocación y misión. Por eso, la primera pregunta que se nos hace es si estamos dispuestos a renunciar a todo aquello que nos aparta de Dios; luego, si renunciamos a todo lo que se opone al Evangelio de Jesús y, finalmente si renunciamos a los comportamientos que contrarían el encuentro y el caminar juntos. A continuación, haremos la profesión de fe, porque no hay lugar para creer en Dios si no estamos dispuestos a renunciar a todo aquello que se opone a Él. Alegrémonos de estar aquí “dando gracias a Dios porque es bueno y es eterno su amor”, porque nos brinda la gracia de renovar nuestro bautismo.

Como creyentes en Jesucristo resucitado seamos misioneros de la esperanza, luz en medio de las tinieblas, sobre todo allí donde hay hermanos y hermanas que sufren por la falta de alimento, de abrigo, de una palabra cercana y amiga. En nuestra ciudad hay cada vez más personas en situación de calle, que reclaman nuestra presencia cristiana y, sobre todo, la acción humanitaria de los organismos públicos. Es insuficiente el plato caliente que les brindan los jóvenes del Buen Samaritano, a través de quienes se refleja la mano bondadosa de Dios y a quienes va nuestro reconocimiento y aliento. La autenticidad de nuestra celebración pascual, la sinceridad de nuestra alegría por Jesucristo resucitado y la coherencia de nuestro saludo pascual, serán verdaderos si también ellos lo pueden experimentar junto con nosotros.

Y así renovados interiormente, pacificados por el amor y el perdón de Dios, y decididos a caminar juntos, con todo lo que ello implica de paciencia, de escucha del otro, de servicio humilde y perseverante, de responsabilidad en las funciones que nos toca desempeñar, nos saludamos deseándonos unos a otros “felices pascuas”. En ese saludo, comunicado desde lo más profundo de nuestro corazón, llevamos también la alegría de poder encontrarnos presencialmente, lo que constituye un signo inconfundible de que fuimos creados para caminar juntos tanto en la Iglesia, como en la sociedad. Y, al mismo tiempo, no olvidamos a tantos hermanos y hermanas que fueron marcados por el dolor a causa de la pandemia y a los que sufrieron las consecuencias de los incendios, a la vez que recordamos conmovidos tantos gestos de entrega y de extremo heroísmo que hubo durante las mencionadas crisis.

Nos encomendamos en las manos de la Virgen María, nuestra Madre, a quien vamos a saludar solemnemente al concluir nuestra Vigilia Pascual, para que nos acompañe, sostenga y consuele en nuestro diario peregrinar, testimoniando con alegría la esperanza de la vida nueva que compartimos con Jesucristo vivo en medio de nosotros. Que así sea.

 

†Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes

 

NOTA:  A la derecha de la página, en Archivos, el texto como 22-04-15 Homilía Viernes Santo, en formato de Word.