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MONS. ANDRES STANOVNIK

Homilía en la Misa de la Vigilia de Navidad

Corrientes, 24 de diciembre de 2021

En el frente de un edificio público de nuestra ciudad podemos leer esta inscripción: “El único que puede salvarte eres tú mismo”. Hay en ello una verdad, pero es una verdad incompleta. Es cierto que para salvarse uno tiene que poner todo de sí mismo, porque si la persona no colabora en la propia salvación, nadie podrá salvarlo. Sin embargo, nadie es autor exclusivo de su salvación. La obra salvadora es siempre una gestión de a dos o más. O dicho más precisamente, somos salvados por el amor porque fuimos creados para amar. De modo que, si absolutizamos aquel grafiti, más que salvarnos estaríamos perdidos.

Entonces podríamos completar aquella frase diciendo que “El único que puede salvarte eres tú mismo, si confías en Dios”. Dios es el único que puede salvarnos y así lo viene haciendo a lo largo de la historia, desde que creó al hombre y entregó en sus manos la creación para que la cultivara y embelleciera. Sin embargo, engañada la primera pareja humana, decidió tomar la vida por su cuenta y vivir de espaldas a Dios. Les encantó la propuesta de salvarse por sí mismos. Las consecuencias fueron desastrosas para ellos y para toda la humanidad. Pese a todo, Dios no abandonó a su criatura y la buscó con amor para rescatarla de la catástrofe, cargando sobre sí mismo las secuelas de ese rechazo.

Hoy celebramos a Dios profundamente conmovidos porque no tuvo vergüenza de hacerse hombre y padecer, para mostrarnos el camino de regreso al encuentro con Él. Así nos lo asegura la Palabra de Dios que hemos proclamado en el Evangelio (cf. Lc 2,1-14): “Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque donde se alojaban no había lugar para ellos”. Así nos mostró que nadie se salva solo y que el camino de la salvación es confiar a pesar de todo, así como Él continúa confiando en nosotros, aun cuando nosotros no le hayamos preparado un lugar digno para su nacimiento.

Es impactante la pedagogía de Dios para hacernos entender que el camino del encuentro es confiar en Dios como Él confía en nosotros, para que nosotros jamás dejemos de confiar en nuestros semejantes. Ya en el antiguo testamento, el profeta Isaías anunciaba la alegría porque brillaba una luz en medio de las tinieblas, y el motivo de esa alegría era un niño sobre el que reposa la soberanía, es Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz, asegurando que eso lo hará el poder de Dios. Y ese poder se manifiesta en el amor, que pone fin al daño que ha provocado el hombre al apartarse de su Creador. Por eso, la alegría del encuentro será enorme y alcanzará a aquellos que están atentos, esperan y confían en que Dios vendrá a salvarlos.

Los pastores, hombres simples que han aprendido a vigilar para cuidar su rebaño, estuvieron atentos para escuchar el mensaje salvador del Ángel mensajero de Dios: “No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor” y enseguida el mensajero les consigna los datos para reconocerlo: “Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Los pastores, como luego aquellos sabios de oriente conocidos como los reyes magos, confiaban en que Dios vendría a salvarlos, un Dios cercano, que sigue confiando en los seres humanos.

No resulta extraño que hasta el cielo exulte de alegría ante ese espectáculo inédito de Dios, que se pone codo a codo donde hay sencillez y humildad, acogida de una vida nueva, en medio de la pobreza y la noche, con María, José y los pastores, abiertos a recibir la salvación de Dios. Allí Dios se siente cómodo e interactúa poderosamente, haciendo estallar en alabanza a toda la creación: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres amados por Él”. La paz es un don de Dios, que se manifiesta definitivamente en la historia de los hombres en la noche de Belén y alcanza su máxima realización en la muerte y resurrección de Jesús. Jesucristo es nuestra paz, Él nuestra esperanza y salvación.

San Pablo, reflexionando sobre el camino que Dios realizó para salvarnos, le escribe a su discípulo Tito (cf. Tt 2,11-14) asegurándole que “la gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos, se ha manifestado”. Y esa manifestación debe ser motivo para cambiar de vida “rechazando la impiedad y los deseos mundanos, para vivir en la vida presente con sobriedad, justicia y piedad, mientras aguardamos la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador, Cristo Jesús”. Por eso, celebrar el nacimiento de nuestro Salvador, es alegrarnos porque Dios nos ama, dejar que ese amor nos purifique del mal adherido a nuestra mente e instalado en nuestro corazón, y “llenarnos de celo en la práctica del bien”, como hemos escuchado en la segunda lectura.

Representar el misterio del nacimiento de Dios con el pesebre, una tradición que es necesario preservar, actualizar y transmitir, nos revela que a Dios no hay que buscarlo en las ideas, ni en discusiones abstractas, sino en lo sencillo y cotidiano; que, para verlo es preciso estar atento y darse tiempo para escucharlo; que, para tocarlo es preciso acercarse, ponerse en el lugar del otro, perdonar y dejarse perdonar; que, para gozar de su amistad, hay que perseverar en el camino del encuentro. Contemplar a Dios Niño, confiado en los tiernos brazos de su Madre y la segura protección de José, es aprender de Dios que el camino de la salvación pasa por el amor, un amor que se expresa en la confianza y el cuidado por lo que Dios ha puesto en nuestras manos. Por eso, el árbol de navidad, huérfano de pesebre, deshabitado y sin vida, no pasa de ser una abstracción y un efímero momento emocional. En cambio, albergado por el nacimiento, el árbol de Navidad se convierte en un verdadero canto a la vida, en el que los regalos que cuelgan de sus ramas nos recuerdan que la vida es un maravilloso don de Dios, Padre y Creador.

Que esta Navidad nos encuentre recogidos y contemplativos ante el insondable misterio del amor que Dios nos tiene. Y que, al mismo tiempo, nos impulse a trabajar, allí donde nos corresponde estar, para tender lazos de amistad, ampliar espacios de diálogo, promover gestos de cercanía y solidaridad con los que más sufren, y no olvidar jamás que “El único que puede salvarte eres tú mismo, si confías en Dios”, porque de lo contrario, corres el riesgo de hundirte en tu propio abismo. Para que eso no suceda, nos deseamos unos a otros una santa y muy feliz Navidad, en la paz y la alegría que nos vienen del nacimiento de único Salvador Nuestro Señor Jesucristo.

†Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes

 

 

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