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MONS. ANDRES STANOVNIK

Homilía en la Misa de la solemnidad de Santa María, Madre de Dios en el contexto de la 54ª Jornada Mundial de la Paz

Corrientes, Iglesia Catedral, 1º de enero de 2020

Estamos a pocas horas de dejar atrás el año 2020 y pasar, Dios mediante, al año 2021. Me encontré con personas, con escritos y comentarios en las redes sociales y otros medios de comunicación, que maldicen con todas sus fuerzas el año que termina y, además, como estuvo marcado por la detestable sigla del COVID-19, le aplican el insulto con otra sigla para mandarlo a la LPQTP. No estoy de acuerdo con esa actitud ante el año que se acaba, porque la siento primitiva, irreflexiva y superficial, y lamento que tenga no pocos adeptos.

Coincido con esas otras personas que, a pesar de las restricciones, incertidumbres y angustias que tuvimos que padecer casi todo el año y aun por esas mismas limitaciones, agradecen. Hasta encuentran más razones que otros años para dar gracias a Dios por el año transcurrido. Me siento identificado con el sentir del hombre y de la mujer, sea niño o joven, adulto o anciano, pobre o rico, que reconocen la gracia que han recibido durante este año tan atípico, doloroso en muchos aspectos, inquietante, pero, al final, profundamente transformador. Los invito, entonces, a ser agradecidos por el año que concluye, porque la gratitud nos dispone interiormente para recibir el año que iniciamos como un regalo del Señor y también como oportunidad para rectificar rumbos, que no responden a lo que Dios quiere para nuestra vida y felicidad.

La persona que cultiva la gratitud, reconoce la vida como don de Dios y espontáneamente alaba a su Creador y Padre. El que no la reconoce como don de Dios, la trata de acuerdo a sus caprichos y se siente con derechos a exigirla o, de lo contrario y en el mejor de los casos a tolerarla, pero con frecuencia también a desembarazarse de ella. Los cristianos y entre ellos, los católicos, ante el año que concluimos, agradecemos tantos beneficios que hemos recibido en este tiempo tan atípico y demandante, sobre todo el don de aquella vida naciente y frágil que no puede defenderse por sí misma o, en el otro extremo de la existencia, la vida que se va apagando en los ancianos y ancianas, a veces tan solos y desprotegidos. La vida de todos ellos seguirá siendo el centro de nuestro cariño, desvelos y cuidado, a pesar de las leyes que los deshumanizan.

La Iglesia tiene corazón de Madre, por eso, recogiendo la sabiduría de siglos, nos propone concluir el año y empezar el año nuevo con la solemnidad de Santa María Madre de Dios. Mirándola desde el misterio del Nacimiento del Niño Dios, nos surge decirle, desde lo más hondo del corazón gracias. Gracias tiernísima Madre de Dios y de los hombres, bendita entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, por darnos a Jesús y con él la vida nueva que nos hace parte viva de la familia de los hijos de Dios en la Iglesia. Agradezcamos el don de la fe y de la vida, que nos ayudaron a superar las pruebas del año que concluye y ponerlo en el corazón maternal de la Madre de Dios, que es también Madre nuestra. Sabemos que Ella recibe nuestro dolor por la ley que autoriza la matanza de niños por nacer, pero sentimos que también nos acompaña maternalmente en los esfuerzos por defender y acompañar el crecimiento de los más débiles e indefensos.

En este ambiente de gratitud por la vida que Dios nos regala año tras año y la fiesta de Santa María Madre de Dios, la Iglesia conmemora el primero de enero la Jornada Mundial de la Paz, hace ya 54 años seguidos, desde que la instituyó el papa San Pablo VI. Y para cada jornada, el Santo Padre entrega un mensaje en el que reflexiona sobre algún aspecto de la paz. Pero antes de entrar en ese tema, recordemos que la paz también es un don de Dios y que, junto con el regalo de la vida, es motivo de nuestra gratitud. El corazón agradecido es también un corazón pacífico, justo y fraternal. Solo el que agradece de corazón también construye lazos de amistad con otros y cuida el ambiente porque lo recibe agradecido. Contrariamente, el caprichoso es el que se distingue por romper lo que no le gusta y no coincide con sus propios gustos. Su situación es desdichada y decadente, y hacia ese abismo intenta llevar a otros. No nos dejemos atrapar por ese depredador espíritu individualista, que es mucho más contagioso y mortal que el COVID-19.

El mensaje que el papa Francisco nos entregó este año tiene un título muy sugestivo: “La cultura del cuidado como camino de paz”. Allí recoge la experiencia del año transcurrido en el que tuvimos que aprender a cuidarnos y a cuidar a otros; retoma el cuidado que debemos tener juntos del lugar que habitamos; insiste que para ello es imprescindible que nos tratemos como hermanos, porque no hay otro modo de salvarnos que juntos, y decidirnos por una “cultura del cuidado para erradicar la cultura de la indiferencia, del rechazo y de la confrontación, que suele prevalecer hoy en día” (1), leemos en el primer párrafo del mensaje, y en el último nos exhorta a no ceder “a la tentación de desinteresarnos de los demás, especialmente de los más débiles; no nos acostumbremos a desviar la mirada, sino comprometámonos cada día concretamente para formar una comunidad compuesta de hermanos que se acogen recíprocamente y se preocupan los unos de los otros” (9). Porque no hay paz sin la cultura del cuidado, afirma el Santo Padre.

El escenario donde tenemos que empezar siempre a cultivar la paz es el propio corazón. Es allí, en el interior de cada uno, donde tiene que haber paz para que luego esa paz se irradie hacia el entorno de vínculos y proyectos que llevamos a cabo. Convenzámonos que no hay ninguna estructura externa que asegure la paz, si ésta no tiene raíces y crece desde adentro de cada uno. Porque el que no tiene paz en sí mismo, tampoco la puede comunicar a los demás. Y la verdadera paz es don de Dios, como la vida y como todo. La primera lectura nos entrega una bendición muy antigua y muy bella que Dios reveló al hermano de Moisés y que hoy la recordamos y deseamos llegue a todos: “Que el Señor te bendiga y te proteja. Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te muestre su gracia. Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz”. Que esta bendición se derrame sobre todos nosotros, sobre nuestros familiares y amigos, sobre nuestros gobernantes, en particular en aquellos legisladores de defendieron la vida con su voto, y sobre todo nuestro pueblo. Y que nuestra Tierna Madre de Itatí, nos cuide y proteja de todo mal. Amén.

†Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes

 

 

NOTA: A la derecha de la página en "Archivos", el texto como "20-12-31 Homilía Santa María Madre de Dios", en formato de word.