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MONS. JOSÉ ADOLFO LARREGAIN

Homilía para del Domingo de la Palabra de Dios

Iglesia Catedral Nuestra Señora del Rosario

24 de enero 2021

(III ciclo B)

 

Celebramos el Domingo de la Palabra de Dios, instituido por el papa Francisco en el año 2019, con el fin de familiarizarnos e intimar con las Sagradas Escrituras y el resucitado. El propósito es hacer crecer la familiaridad religiosa y asidua con la palabra de Dios, donde vida y Palabra se reclamen y alimenten mutuamente.

Me viene a la memoria un hermoso canto que nos dice: “Palabra que tiene vida es tu palabra, Señor. Y vida que no se acaba es tu mensaje de amor. Por eso quiero cantar tu mensaje de amor, por eso quiero gritar tu Palabra, Señor… “, continúa la letra diciendo: “Palabra que tiene fuego, y fuego que no se apaga… Palabra que tiene fuerza y fuerza que es esperanza en Jesucristo y su amor”.

Comparto algunas sencillas y simples formas de acercarnos a la Palabra de Dios que pueden ser de ayuda:

Hay que leerla a diario con espíritu de fe, entrar en un dinamismo de escucha que nos conduzca a la obediencia.  No sólo hay que leerla sino escucharla con actitud atenta y sincera. El Espíritu está en el texto pero también en nuestro corazón, tenemos que pedir al Señor la gracia de ser buenos oyentes e interiorizar. La palabra tiene vida, tiene fuego que no se apaga, tiene fuerza, es mensaje de amor y de esperanza.

La lectura personal es tan importante como la comunitaria. Confrontarse y compartir enriquece y alimenta. En el altar familiar ocupa un lugar destacado la Palabra, no para estar en exhibición sino para que sea alimento, guía, brújula que oriente la vida. La Palabra de Dios nos pone en comunión, es comunional, es alimento que nutre el Espíritu y da fuerzas. Es muy lindo, bueno y provechoso reunirnos en torno a ella y desde ese encuentro experimentar lo de los discípulos de Emaús: el ardor del corazón compartiendo la vida.

La lectura asidua nos introduce en la experiencia de la admiración. Se empieza a descubrir la belleza y riqueza, cosas sorprendentes y maravillosas que están relacionadas con lo cotidiano, ordinario, simple y sencillo del día a día. La Palabra comienza hacer buena noticia, se hace Evangelio, es un tesoro inagotable, siempre superior a nosotros, siempre más grande –como escribía san Efrén- de lo que podemos pensar y entender. La Palabra sana, santifica, libera, renueva, fortalece, ilumina, transforma, da paz, llena el alma, el corazón.

En la Palabra Dios se nos hace cercano, surge desde allí un dialogo profundo, continuo, constructivo, que nos conduce al asombro, en palabras de san Francisco de Asís: “¡Quién eres Tú -Altísimo Señor- y quién soy yo gusanito hediondo y pecador!”. Se transforma en fundamento para nuestra existencia, es una relación contingente: la Palabra habla ahora y aquí. No en el pasado, es antigua pero no anticuada, habla para mi geografía, en este momento, en este lugar que me encuentro, en lo que me está pasando, en mi historia. Es un espejo que me confronta con lo más profundo de mí.

La Palabra de Dios que acabamos de escuchar nos relata un anuncio sorprendente. Recordamos que el Señor viene del desierto donde ha recibido el bautismo de Juan y ha sido sometido a la tentación. El arresto de su primo parece provocar su traslado de escenario, en Galilea con la predicación comienza su vida pública. Juan el bautista fue encarcelado, es este un hito que marca claramente el final de un tiempo y el inicio de otro, un paso entre lo antiguo y lo nuevo.

Nos dice el autor sagrado que “el tiempo se ha cumplido” –utiliza la palabra kairós: tiempo cualitativo, en lugar de chronos que hace referencia a un tiempo lineal y medible-. Es un tiempo significativo, decisivo, que cambia la vida, es un tiempo histórico trascendente, es del Espíritu. Es muy diferente al tiempo de la primera lectura en la cual Jonás proclama que “dentro de cuarenta días Nínive será arrasada”, se anuncia el tiempo pero todavía no está cumplido. En Jesús la promesa se hace realidad: es ahora, el tiempo se ha cumplido, no hay nada que esperar.

Junto a la llegada de la buena noticia y del cumplimiento del tiempo se invita a la conversión. Esto implica un cambio existencial, un giro, apertura a la gracia, que conducirá a la transformación (metanoia) de la mente, corazón, actitudes y acciones.

El Señor llama, destaca el evangelista, que al instante, inmediatamente dejan todo y lo siguen: cuando se trata del Reino, todo lo demás es secundario: familia, seres queridos, bienes materiales, vínculos, afectos, etc. También hoy el Maestro sigue caminando, pasando y llamando. Nos invita a todos al seguimiento, a estar con él, a ser instrumentos para que el Reino de Dios se haga más presente entre nosotros que es una manera concreta de llenar el mundo de bondad, justicia, dignidad.

Queridos hermanos la Palabra nos alimenta, acrecienta nuestra comunión y compromete al seguimiento, sino lo hacemos estamos faltando el respeto al Señor. No sólo es hablar de Jesús, de sus opciones, valores y núcleos, es concretizar en un estilo de vida coherente con Jesús, asumiendo su criterio de vida, estilo de ser y de actuar.

†Mons. José Adolfo Larregain

Obispo Auxiliar de Corrientes

 

 

NOTA: a la derecha de la página en "Archivos", el texto como "Homilía Domingo de la Palabra" en formato de word.