PRENSA > NOTICIAS

MONS. ANDRES STANOVNIK

Homilía en la Misa del 70º Aniversario de la creación de la Parroquia San Francisco Solano

Corrientes, 24 de julio de 2020

Nos hemos reunido esta tarde para celebrar la Eucaristía y en ella conmemorar la festividad del patronazgo de San Francisco Solano sobre esta comunidad parroquial, y, al mismo tiempo, el septuagésimo aniversario de la creación de esta parroquia. ¡Felicitaciones, querida comunidad parroquial y fraternidad franciscana por la fiesta patronal y por este hermoso aniversario! Ya en otras ocasiones hemos destacado la extraordinaria y original figura de este fraile que, a fines del siglo XVI, caminó nuestras tierras durante 14 años, dejando a su paso una huella evangelizadora imborrable. Pero hoy nos hará bien recordarlo como un hombre que se ha entregado generosamente en atender a los enfermos y contagiados de la peste negra y, en su persona, recordar a tantos que entre nosotros arriesgan su vida para cuidarnos de la pandemia del COVID-19, y encomendarlos a la protección de nuestro Santo Patrono.

A propósito del jubileo parroquial, podríamos decir que setenta años es toda una vida. Seguramente el corazón de los ancianos se conmueve recordando el paso de estos años con el cúmulo de imágenes, que se le agolpan en sus mentes y tantos acontecimientos que los llenan de emoción. Por otra parte, tal vez, algunos jóvenes pueden reaccionar diversamente cuando escuchan este alto número de décadas y digan “bueno, ya fue”. Santo Tomás en el siglo XIII decía que lo propio de los jóvenes no es la memoria, sino la esperanza, porque tienen poco pasado y mucho futuro. Por el contrario, afirma que lo propio del anciano es el recuerdo, porque tiene mucho pasado y poco futuro.

La experiencia nos enseña que la fiesta varada solo en el pasado deja el corazón frío y triste, y la fiesta sin futuro, lo deja ansioso y agotado. Ni el uno ni el otro alcanzan la paz y la alegría que debería dejarles la fiesta. Entonces, tanto los ancianos como los jóvenes necesitamos aprender a celebrar y a hacerlo juntos. Eso fue lo que aprendimos a lo largo de estas siete décadas en esta familia parroquial, en la cual las generaciones mayores fueron contando a las generaciones jóvenes la historia que Dios fue haciendo en medio de ellos. Y hoy continuamos peregrinando con el mismo compromiso que tuvimos a lo largo de estos años, en medio de circunstancias diferentes y desafíos nuevos. Hemos dicho que todo esto lo queremos hacer en el contexto de la celebración Eucarística, que es precisamente la fiesta en la que hacemos memoria para agradecer; purificamos nuestra mirada sobre el presente que nos toca vivir para abrazarlo con amor; y renovamos la esperanza cristiana hacia el futuro que nos espera.

La esperanza, fue providencialmente la clave que nos propusieron para el Año Mariano Nacional con el lema “Con María, servidores de la esperanza”, y también con el tema: “María, Madre del Pueblo, esperanza nuestra”. Unos meses antes de que se declarara la pandemia del COVID-19, la Virgen se adelantó sabiendo que necesitaríamos renovar nuestra esperanza y ahora nos anima a ofrecerla como el mejor servicio a los que se sienten tristes y abatidos. Esa esperanza es la misma que sostuvo a la Virgen durante toda su vida: su Hijo Jesús, muerto y resucitado. Él es también vida y esperanza nuestra, como lo fue para San Francisco Solano y para nuestros padres y abuelos, que nos precedieron en el camino de la fe desde antes de que se fundara esta parroquia. Esa misma esperanza es la que nos sostiene y reúne hoy alrededor de la Mesa de la Palabra y de la Eucaristía. 

La Eucaristía, la Palabra de Dios leída en la Iglesia y el Sacramento de la Reconciliación, nos ayudan a ir aprendiendo a mirar y tratar a los otros y a Dios como lo hace Jesús. En otras palabras, nos enseñan a tener, sobre todo y siempre, una mirada buena y esperanzadora, esa mirada con la que Dios nos mira, y mira a nuestros hermanos y hermanas, y a toda la creación. Esa mirada que nos mostró en el Génesis cuando vio que todo lo que hizo era bueno y destacó como muy bueno cuando creó al varón y a la mujer. Así también lo revela el conmovedor texto del profeta Ezequiel (cf. Ez 34,11-16), en el que aparece Dios decidido a ocuparse personalmente de su rebaño, de reunirlo, apacentarlo y llevarlo a descansar.

¡Cuánto amor hay en esa mirada hacia sus criaturas! Es una mirada que no discrimina a nadie y, sin embargo, es misericordiosa y justa a la vez: busca al perdido, hacer volver al descarriado, venda a los heridos, sana a los enfermos, y advierte duramente a los insensibles y satisfechos. Esa mirada buena y esperanzadora se refleja en Jesús, que se presenta a sí mismo como el buen Pastor, tal como lo escuchamos proclamado en el Evangelio (Jn 10,11-16). Jesús no renuncia a esa mirada aun clavado en la Cruz, porque el “buen Pastor da su vida por las ovejas”. Dios sigue siendo fiel a su mirada buena sobre nosotros, sobre estos setenta años de vida comunitaria, animándonos con su palabra y sosteniéndonos con todo lo que es Él, su Cuerpo y su Sangre que se entrega y derrama por nosotros. En ello consiste el núcleo central del mensaje y testimonio que estamos llamados a vivir y a transmitir a las generaciones venideras. Ese fue el mensaje central que san Francisco Solano predicó con una ejemplaridad excepcional y una capacidad pedagógica insuperable, para que lo pudieran comprender los oyentes de su tiempo.

Que la celebración de este aniversario, en medio de la crisis en la que nos sumergió la pandemia del coronavirus, reanime en nosotros la fe y la esperanza en Jesús, nos infunda nuevo vigor y audacia para dar testimonio de Él en los ambientes que nos toca vivir cotidianamente. Que esa fe y esperanza se convierta en amor al prójimo: cuidemos a los otros, cuidémonos entre todos y juntos custodiemos el lugar que habitamos; cumplamos las medidas sanitarias que disponen las autoridades que velan por el bien de todos; y recemos por todos ellos, por los enfermos y por sus familiares.

Con un corazón profundamente agradecido por los enormes beneficios que recibimos a lo largo de estos años en nuestra comunidad parroquial, y recordando a tantos hermanos franciscanos, catequistas, servidores y servidoras que nos han enriquecido con su palabra y su testimonio, preparamos ahora la mesa eucarística, en la que unimos nuestros gozos y fatigas a Jesús resucitado, para que, con Él, por Él, y en Él, nuestro sacrificio sea una verdadera fiesta agradable a Dios, Todo Bien y Sumo Bien.

†Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes