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Homilía en la Misa de Ordenación Episcopal de fray José Adolfo Larregain OFM

Corrientes, 29 de junio de 2020

Les doy la más cálida bienvenida a esta celebración a todos los presentes y a los que nos están escuchando y viendo a través de las redes sociales. Saludo cordialmente a los que están hoy aquí entre nosotros: al excelentísimo Sr. Gobernador de la Provincia Dr. Gustavo Adolfo Valdés y señora; al Sr. Intendente de la Ciudad de Corrientes Dr. Eduardo Tassano. Saludo con fraternal afecto a mis hermanos obispos: Mons. Domingo S. Castagna arzobispo emérito; Mons. Adolfo Canecín, obispo de Goya; Mons. Gustavo Montini, obispo de Santo Tomé; con ellos saludamos a los obispos de la Región NEA, y a todos los obispos que nos han acercado su saludo y su oración para acompañar este momento. Saludo en particular a Mons. Oscar Ojea, presidente de la CEA; a Mons. Aliaksandr Rahinia, encargado de negocios de la Nunciatura; y al Dr. Luis Saguier Fonrouge, Director Nacional del Culto Católico.

Nos alegramos con la presencia en esta celebración de Mons. José Billordo, Vicario general; de los Vicarios episcopales: Pbro. Ariel H. Weimann; Pbro. Miguel A. Gómez; y Pbro. Cristian A. Soto; de los Decanos: Pbro. Roberto D. Báez y Fr. Fredy O. Fernández; del Pbro. Jorge C. Ojeda, Párroco de la Catedral; y del Pbro. Luis A. Molina, maestro de ceremonias; de los diáconos permanentes Ricardo J. Jure y Raúl J. Vallejos. En ellos están representados todos los presbíteros y diáconos permanentes y toda nuestra comunidad diocesana.

Con fraternal afecto saludo a las dos Hermanas Clarisas que están con nosotros, porque, además de representar la vida consagrada de nuestra Iglesia particular, fueron expresamente delegadas por María Isabel, la mamá del P. José Adolfo, para que la representaran en su nombre. Ella reside en González Chaves, al sur de la provincia de Buenos Aires y no puede estar por las restricciones sanitarias, por no por sus 89 años, que transita todavía con una juvenil alegría asombrando a todos. En las hermanas clarisas también saludamos a los familiares del P. José Adolfo, y los amigos y amigas de las comunidades que él acompañó pastoralmente, en particular, la comunidad de San Cayetano, en La Teja, hoy el sufrido AMBA por la pandemia, donde a fines de los años 80 estuve por ahí y de la cual guardo inolvidables recuerdos de rostros y camino que hicimos juntos. Nos acompañan seguramente también las comunidades de Tartagal, Salta, y de Río Cuarto Córdoba, a las que enviamos nuestro afectuoso saludo. Extendemos un fraterno abrazo a la Fraternidad de los Hermanos Menores de la provincia San Francisco Solano en la persona de su ministro provincial, el Hno. Daniel Fleitas. Gracias a Radio San Cayetano y al Equipo televisivo arquidiocesano, por registrar este acontecimiento y a todos los que tomarán la señal de estos medios.

Finalmente, pero con un destacado saludo le doy la fraternal bienvenida al Rvdo. P. Fr. José Adolfo Larregain OFM, a quien vamos a tener la alegría de administrar la plenitud del Sacramento del Orden.

Homilía

Nos hemos reunido esta tarde alrededor del Altar del Señor para conmemorar con toda la Iglesia el martirio de los santos Apóstoles Pedro y Pablo: “Pedro, roca; Pablo espada. Pedro, la red en las manos; Pablo, tajante palabra”, como dice un hermoso himno. Esta fecha dio lugar a que hoy sea también el Día del Papa, a quien saludamos con afecto filial, nos seguimos comprometiendo a rezar por él para que el Espíritu Santo le haga liviano su oficio de Supremo Pastor de la Iglesia. Al mismo tiempo, le agradecemos el don que nos hizo en la persona del hermano José Adolfo, nombrándolo Obispo auxiliar, y a quien con alegría y gratitud vamos conferir la plenitud del sacramento del Orden en esta celebración. Será ordenado obispo, para iniciar su ministerio como el principal colaborador del Obispo diocesano en el gobierno de la diócesis.

El contexto global de crisis que estamos transitando, causado por la pandemia del COVID-19, es un signo muy fuerte para el inicio del ministerio episcopal de nuestro hermano. Aquí viene bien tener presente los signos episcopales que va a recibir el nuevo obispo: el anillo, la mitra y el báculo. Bien podemos decir que esos son signos para que el pastor pueda acompañar la travesía del rebaño que le ha sido confiado, advertirlo de los peligros que lo acechan en el camino, y orientarlo hacia el Dios de la vida y el amor humano. Son signos para un oficio nada fácil, porque debe dar seguridad y dirección para enfrentar las crisis más hondas y sistémicas por las que inevitablemente atravesamos los seres humanos. Un servicio que implica tanto dejarse acompañar, como acompañar a otros, aprender a soportarse pacientemente y soportar con mansedumbre a su pueblo; ser dócil a las inspiraciones del Espíritu para que, gobernado por él, gobierne de acuerdo con sus luces y no con las propias. Por todo ello, los signos episcopales que mencionamos son profundamente significativos.

El anillo, amor de alianza: para sentirse acompañado, sostenido y consolado por Jesús, Esposo de la Iglesia, y aprender a acompañarla para que aparezca cada vez más como una verdadera Esposa santa de Dios. La mitra, para aprender a soportar con Jesús manso y paciente de corazón, y así poder animar a otros en la perseverancia del bien en los tiempos difíciles; el báculo, para dejarse conducir por el Espíritu Santo y así poder iluminar y gobernar a la Iglesia de Dios. Son signos que ponen en crisis un modo individualista de comprender y vivir la vida, e insisten a tiempo y destiempo a no olvidarnos de Dios, a centrar nuestra vida más en él, a ser más generosos y fraternos, y más sobrios y cuidadosos en el uso de los bienes de la creación. Pero también son signos que atan al obispo a una unción de júbilo, que así es toda unción que proviene del Espíritu Santo, para compartir la alegría y esperanza del pueblo de Dios que se le confía a su cuidado pastoral.

Por todo ello, una de las tareas principales que se desprenden del ministerio episcopal, que recibirá fray José Adolfo, es anunciar el Evangelio, en continuidad con la misión que Nuestro Señor Jesucristo confió a los doce Apóstoles. Anuncio que pone en crisis al oyente de la Palabra y le propone abrazar el camino del amor hasta dar la vida. Por eso, la primera pregunta del interrogatorio que se le hace al que va a ser ordenado dice: “¿Quieres anunciar con fidelidad y constancia el Evangelio de Jesucristo?” Luego continúan las preguntas sobre la adhesión al magisterio de la Iglesia, a la comunión con el Papa y con todos los Obispos, porque la misión de anunciar el Evangelio va íntimamente unida al oficio de reunir, santificar y gobernar al Pueblo Santo de Dios.

También es oportuno recordar que el anuncio del Evangelio va acompañado del testimonio personal. Así lo ha querido plasmar el P. José Adolfo en su lema episcopal: “Nosotros somos testigos”, expresión tomada de los valientes discursos del Apóstol Pedro en circunstancias adversas, en las que corría peligro aún su propia vida. Es frecuente que el anuncio de la Buena Noticia de Jesús provoque hostilidad y rechazo, porque su propuesta convoca a vivir un estilo de vida fraterno, atento a todos, especialmente a los que la sociedad rechaza como indeseables y sobrantes. En la lectura de los Hechos de los Apóstoles hemos escuchado que por ese motivo ejecutaron al Apóstol Santiago, arrestaron al Apóstol Pedro y más tarde lo crucificaron, y al Apóstol Pablo lo decapitaron.

La mentalidad mundana no soporta el Evangelio y menos aún a los evangelizadores. Sin embargo, no hay cadenas que puedan sujetar la fuerza del Evangelio ni impedir la predicación del ministro, tal como lo hemos escuchado hoy en la primera lectura, y luego en el conmovedor testimonio de los últimos momentos de la vida de San Pablo, cuando este le comunica a su discípulo Timoteo: “El Señor me librará de todo mal y me preservará hasta que entre en su Reino celestial. ¡A Él sea la gloria por los siglos de los siglos!” (Tim 4,18). Esa fue también la experiencia del Apóstol Pedro, que escuchamos en la primera lectura, en la que él mismo se siente confirmado por la acción liberadora del Señor: “«Ahora sé que realmente el Señor envió a su Ángel y me libró de las manos de Herodes…»” (Hch 12,11).

De los Apóstoles Pedro y Pablo aprendemos una verdad fundamental para la misión de todo cristiano: para dar testimonio de Jesús solo Él tiene el poder para hacerlo su testigo. Así lo afirman ellos: “El Señor me librará de todo mal… Ahora sé que realmente el Señor envió a su Ángel y me libró…”. También la bienaventuranza que escuchamos de labios de Jesús, dicha a Pedro en Cesarea de Filipo, confirma que es el Padre que está en el cielo el que le ha revelado que Jesús es el Mesías, el liberador y redentor y que, mediante la profesión de fe, es Jesús quien convierte a Pedro en base firme y segura para edificar su Iglesia, y le garantiza que esa edificación será tan fuerte e inconmovible que la muerte no prevalecerá contra ella (Cf. Mt 16,13-19). Él, Cristo, el Buen Pastor, es el garante de los Apóstoles y de sus sucesores: “Quien los escucha, a mí me escucha y quien los rechaza, a mí me rechaza y el que me rechaza, rechaza al que me ha enviado” (Lc 10,16).

Cómo no exultar de gozo y gratitud por el don de la fe que nos une íntimamente a la Iglesia y saber que, estando en ella, no hay nada que temer porque ningún mal puede destruirla. En esta Iglesia, el obispo, como buen pastor, enseña, acompaña y guía a su pueblo por el camino de la salvación. Realiza ese acompañamiento, con la asistencia del Espíritu Santo, tal como se le ha preguntado al nuevo obispo al inicio de esta celebración: “¿Quieres, como padre bondadoso, junto con tus colaboradores, los presbíteros y diáconos, alimentar al pueblo santo de Dios y guiarlo por el camino de la salvación?” Y luego, en el mencionado interrogatorio y con una distinción particular y explícita, se compromete a “mostrarse afable y bondadoso, en el nombre del Señor, con los pobres, con los que no tienen casa y con todos los necesitados”. Esto y todo lo que le corresponde a su oficio de buen pastor lo podrá realizar con la ayuda del Señor, que estará a su lado dándole fuerzas y librándolo de todo mal.

Aquí nos viene bien la nota que menciona el papa Francisco sobre los Apóstoles cuando estos sintieron la tentación de dejarse paralizar por los temores y peligros, entonces, apunta el Santo Padre, “se pusieron a orar juntos pidiendo la parresía: «Ahora, Señor, fíjate en sus amenazas y concede a tus siervos predicar tu palabra con toda valentía» (Hch 4,29). Y la respuesta fue que «al terminar la oración, tembló el lugar donde estaban reunidos; los llenó a todos el Espíritu Santo, y predicaban con valentía la palabra de Dios» (Hch 4,31)” (Gaudete et exultate, 133). En ese mismo espíritu, San Agustín, al reflexionar sobre el oficio del obispo, dice: “Obispo, he aquí el título de un cargo que uno acepta; cristiano he aquí el nombre de la gracia que uno recibe. Título lleno de peligros; nombre que salva”. Este gran obispo comparte su experiencia de hombre creyente reconociendo que ante todo es cristiano, y aunque el oficio está lleno de peligros, lo salva la gracia de ser cristiano, por lo cual concluye confiado diciendo: “Cuando me acuerdo de la sangre con la que hemos sido rescatados, me conforto con este pensamiento, de tal forma como si entrara en un lugar seguro” (Sermón, 340).

Querido Hermano José Adolfo. Ambos venimos de transitar el camino espiritual en la fraternidad franciscana. Allí aprendimos, movidos por el Espíritu del Señor, la gracia de ser hermanos menores, y durante algunos períodos, hemos desempeñado también el sacrificado y beneficioso ejercicio de ser ministros de los hermanos. Te recomiendo que recuerdes con frecuencia la carta que le escribió Francisco de Asís a un ministro, en la cual le exhorta con estas palabras: “Que no haya hermano alguno en el mundo que haya pecado todo cuanto haya podido pecar, que, después que haya visto tus ojos, no se marche jamás sin tu misericordia”. Y que este espíritu de fraterna compasión invite a todos a acercarse a tu persona sin temor y que ningún fiel laico, sacerdote o persona consagrada, deje de encontrarse con una fraterna y misericordiosa acogida del obispo, padre y hermano. Porque “Nosotros somos testigos”, como explicaste en tu lema episcopal, testigos del poder de Jesús resucitado y vivo en medio de su pueblo, que es quien hace posible la creación de una nueva comunidad fraterna. Vas a recibir una unción de júbilo, como es todo lo que proviene del Espíritu Santo.

Concluyo con esa bella invocación de San Bernardo a la Virgen, para que obtengas su ayuda y no olvides nunca el ejemplo de su vida: “Si la sigues, no puedes desviarte; si la invocas, no puedes desesperar; si piensas en ella, no puedes equivocarte. Si ella te sostiene, no caes; si ella te protege, no tienes que temer; si ella te guía, no te cansas; si ella te es propicia, llegarás a la meta” (Homilía II, Missus est). José Adolfo, te ha tocado la gracia de venir a un pueblo profundamente mariano. Por ello, y ante la Cruz de los Milagros, te encomendamos a la protección de nuestra Tierna Madre de Itatí, para que el mismo Espíritu que la cubrió a ella te ilumine, sostenga y consuele en tu ministerio episcopal. Amén.

†Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes