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Homilía en la Misa de la Cena del Señor

Corrientes, 9 de abril de 2020

Con la Misa de la Cena del Señor empezamos a celebrar el Triduo Pascual, que se completa con el Viernes Santo y el Sábado de Gloria. La cuarentena nos obliga a participar en esta celebración recluidos en nuestros hogares, a los que tenemos la oportunidad de convertir en cenáculos de oración y compartir fraterno, a semejanza de los apóstoles, a quienes Jesús invitó a preparar el cordero pascual para celebrar la gran fiesta de la fe y del amor. Que este sea el clima espiritual en nuestras pequeñas asambleas domésticas.

Jesús nos invita también a nosotros hoy a celebrar la Pascua con él, reuniéndonos en familia y ayudándonos a descubrir su presencia real en la Palabra; en la comunión espiritual que es unión real con Jesucristo vivo aun cuando esta vez no podamos hacerlo sacramentalmente; y también contemplarlo presente en los hermanos y hermanas con los cuales convivimos bajo un mismo techo: tu esposa, tu esposo, tus hijos, tus abuelos y otros parientes que habitan con ustedes. Quisiera recordar inmediatamente a todos nuestros sacerdotes que están en sus comunidades celebrando el Jueves Santo, día de la Institución de la Eucaristía y del Sacerdocio. Con todos ellos doy gracias a Dios por el inmenso don de la vocación sacerdotal y me alegro enormemente de poder agradecerlo con ellos en esta hermosa y santa Iglesia particular de Corrientes.

Y a ustedes que están hoy en sus hogares, les sugiero que traigan también a la memoria a las personas que quieren y con las cuales les gustaría compartir este momento; y también a aquellos con los cuales están distanciados y no quisieran jamás tener trato con ellos: este es el momento de pedir la gracia de perdonarlos, lo cual no significa justificar la ofensa y el daño que les causaron, ellos son los que deberán hacer un camino de reparación si desean encontrar el perdón y la paz. Pero uno mismo no solo puede, sino que debe hacer todo lo posible por perdonar de corazón a su hermano, si quiere presentarse ante el Señor para hacer su ofrenda, como él mismo nos enseña a hacerlo.

Entonces, en este clima espiritual de encuentro con el Señor Jesús y entre nosotros, los invito a recordar la Palabra que hemos proclamado. Si tienen en sus manos el Nuevo Testamento, busquen el capítulo 13 del Evangelio de San Juan. Allí, en el versículo 3 leemos: “Sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía a la cintura”. Impresionante: Dios lavándonos los pies. Con razón Pedro se resistió, hasta que comprendió que solo Dios puede limpiarlo y hacer de él una nueva creatura.

El misterio pascual es la culminación de aquello que de modo figurado hizo Jesús con el lavado de los pies a sus discípulos. Jesús, mediante su pasión, muerte y resurrección, nos ha lavado a todos, nos purificó de toda la maldad y suciedad de la que es capaz el ser humano, y nos hizo, por así decir, de nuevo, nos regeneró, nos restauró, o dicho con palabras más precisas: nos redimió y salvó. Nos redimió de nuestros pecados y nos salvó de las garras del maligno. Pero no dijo “ahora ya está, quédense tranquilos y disfruten lo que les conseguí”; sino que nos invitó a ser corresponsables con él y colaborar con nuestra vida para completar esa obra de redención y salvación, prefigurada en las palabras que siguieron al lavado de los pies y llevada a cabo por el camino de la cruz hacia la resurrección.

Escuchemos de nuevo a Jesús: “Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: “¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Si yo que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (vv. 12-15). ¡Qué valiosos e importantes somos para Dios! Nos pone al lado de él para trabajar con él por nuestra salvación y por la salvación del género humano. ¡Qué noble y elevada es la dignidad del ser humano!

“Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes”. La situación sin precedentes que estamos atravesando nos abrió los ojos para darnos cuenta de que algunos estaban muy cómodos sentados a la mesa del banquete de la vida, y de que muchos no tenían lugar en esa mesa y no les llegaba ni siquiera lo que sobraba de esa mesa porque se tiraba a la basura. Pero, por otra parte, y afortunadamente, esta emergencia global reveló un extraordinario potencial humano de fraternidad, de ayuda mutua y de responsabilidad, independientemente de la confesión religiosa de cada uno, y aun al margen de pertenencias a diversas opciones políticas. Es conmovedor recibir el testimonio de un cristiano, católico y sacerdote, infectado por el mal, cediendo su respirador a favor de un paciente con el mismo mal pero mucho más joven que él. A los pocos días, el sacerdote falleció. Y seguramente hay innumerables ejemplos de heroicidad semejantes que día tras día entregan su tiempo y sus talentos para cuidar y defender la vida.

El gesto del lavado de los pies que hizo Jesús al celebrar la Pascua con sus discípulos, continúa su ritmo ascendente y dramático al día siguiente, cuando Jesús es injustamente condenado a una muerte humillante en la cruz. La cruz es el momento culminante del “lavado de los pies”, el punto más alto del misterio de la encarnación: Jesús con su muerte nos lava de los pecados y nos convierte en criaturas nuevas. Por eso, cuando nos unimos íntimamente a él comiendo el pan de su Cuerpo y bebemos el vino de su Sangre, proclamamos su victoria que también es nuestra. “Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes”, es la consigna del cristiano, la convicción de que solo por el camino humilde del servicio se construye sobre bases sólidas la vida en común, sea en la pareja humana, sea en cualquiera de los demás niveles de convivencia social. El orgullo y la soberbia matan. La humildad y el servicio generan vida y vida en abundancia para todos.

Ustedes mismos pueden realizar el gesto del lavado de los pies en sus casas. Es un signo, como lo fue el ramo que bendecimos el domingo pasado. Con el lavado de los pies queremos expresar el compromiso de renunciar a todo gesto verbal o físico de agresión hacia el otro, empezando por los miembros de la propia familia y siguiendo luego con todos aquellos con quienes tratamos en nuestra vida cotidiana. Ayudémonos también a descubrir cuáles son las agresiones que causamos al ambiente donde vivimos, desde el más cercano como puede ser la propia casa, siguiendo con el espacio público al que todos debemos cuidar. También en esto cabe “atarse una toalla a la cintura y lavar los pies a la hermana naturaleza para que pueda respirar mejor. Y nosotros y las generaciones venideras poder respirar con ella”.

Nos hará mucho bien si en estos días de aislamiento obligatorio nos hiciéramos algunas preguntas, empezando por las dos principales que surgen del Evangelio que hemos escuchado: ¿Qué me sugiere la actitud humilde de Jesús al ponerse a lavar los pies de sus discípulos? ¿Y a qué compromiso concreto me invita cuando él me dice que vaya y que haga lo mismo que hizo él? A partir de esas preguntas podemos compartir cómo nos tratamos en familia, cuál es el trato que tenemos con los demás en la calle, en la escuela, en el hospital, en el negocio, en la empresa, sobre todo con las personas con las que nos cuesta relacionarnos; cómo estamos cuidando el ambiente, el agua, los recursos energéticos, los deshechos, etc. Servir es estar atento a la necesidad del otro; pero para alcanzar la gracia de esa atención, necesitamos ser lavados por Jesús.

Pidamos humildemente la gracia de estar atentos en este tiempo de amenaza global, que nos desafía como nunca antes a cuidar de nosotros mismos y de los otros. Encomendemos a María nuestro cenáculo familiar y con ella acompañemos a Jesús en su camino de pasión y muerte, con la firme esperanza de participar con él del gozo de la resurrección.

†Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes