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Lunes, 3 de marzo 2025
El evangelio que acabamos de proclamar nos presenta un hombre –sin nombre- que se acerca a Jesús. Describe tres momentos: corre, se arrodilla y dialoga. Al finalizar se entristece y se marcha apenado. Dos propuestas de vida y de seguimiento al Maestro: podríamos llamar a una de ellas normal, estereotipo, típico, usual, estándar; a la otra un camino de cristificación. La primera un estilo de vida que responde desde lo negativo: “no matarás, no cometerás adulterio, no robaras, no…”. Lo cumplió desde la juventud. Podemos quedarnos en este modelo. No es suficiente para el seguimiento y la identificación con Jesús una respuesta desde allí. Para que la vida sea plena hay que despojarse de todo para recibirlo todo: exige dar un plus, un sí libre. El hombre se fue apenado, será que ¿no quiso o no pudo dejarlo todo, dar el paso que pide Jesús? La escena final es una imagen contrapuesta a lo que inicialmente se presenta: pesadumbre, oscuridad, decepción.
Hoy estamos dando inicio a un nuevo ciclo lectivo del Seminario Arquidiocesano. El mismo es ayuda y herramienta para hacer proceso y profundizar en el seguimiento de Jesús, para que nos identifiquemos con Él, con el reino y hacer en nuestras vidas su voluntad.
Quizás la propuesta del evangelio es figura de lo que les sucede a muchos. Jesús puede ser una persona que se cruza en sus vidas o un encuentro transformador para siempre.
Me viene a la memoria el gran poeta francés Anatole France (premio nobel de literatura 1921) en su obra llamada “El procurador de Judea”. En una parte del texto la novela presenta a Poncio Pilato, retirado en Sicilia, dialogando en la vejez con un amigo llamado Aelio Lamia. En esta etapa de sus vidas están recordando el paso por Palestina. Pilatos lo hace desde lo negativo: el disgusto por los judíos a quienes acusa de sucios, sus costumbres que no entiende, las rivalidades con otros funcionarios, las represiones militares, el fracaso de no poder hacer el acueducto culpa de ellos. Nada escapa a su memoria: salvo un personaje al que condenó hace mucho tiempo.
Lamia, por otra parte, tiene buenos y agradables recuerdos. Le llama la atención lo festivo y hospitalario que fueron con él; la importancia de las comidas, tradiciones y costumbres que se transmitían de generación en generación; la fidelidad a la fe que eran capaces de morir por aquellas convicciones que creían. En un momento hace presente en el dialogo a una muchacha de la cual se enamora. Dice que la misma era muy bella y tenía los ojos del color del mar mediterráneo. Era bailarina, la seguía porque quería lograr su correspondencia en el amor. En un momento no sabe más nada de ella y se entera que se fue detrás de un grupo de seguidores de un tal “Jesús de Nazaret”. El comienza a frecuentarlos por el interés que tenía en ella. Le impacta y cuestiona la personalidad de Jesús que lleva a que esa mujer deje todo y se vaya tras Él.
En un momento Lamia le pregunta a Pilato: “¿Te acuerdas de ese Jesús de Nazaret que vos mandaste a crucificar?” Pilatos, frunce el ceño, cierra los ojos como buceando en las profundidades de su memoria y luego de un profundo silencio dice: “no me acuerdo”… Pilatos se cruzó con Jesús, fue uno más de los tantos que mandó a crucificar. Lamentablemente no marcó nada en su vida, no lo modificó.
Pidamos al Señor la gracia de encontrarnos con Él. Qué no aparte de nosotros su mirada de amor y ternura, con la certeza que lo que para nosotros es imposible es posible para Dios. Que no sólo pasemos por el seminario sino que el seminario pase por nosotros, deje huellas, nos transforme.
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