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Corrientes, 24 de septiembre de 2024
Como lo hacemos año tras año, hoy honramos a Nuestra Señora de la Merced con la tradicional procesión y Santa Misa. Hagamos memoria, aunque que sea muy brevemente, de los orígenes de nuestra fiesta civil y religiosa, porque la persona o el pueblo que olvida de donde viene, tampoco sabe adónde va y así se convierte en presa fácil de los que manipulan las identidades débiles para que respondan a sus propios intereses. En cambio, una memoria que se recrea es el mejor antídoto para fortalecer las raíces, que le confieren cohesión religiosa, social y cultural a un pueblo. De lo contrario, si se debilita la memoria también se desdibuja la identidad y, una vez licuada, quede disponible para reinventarse con ofertas insustanciales, que embelesan y atontan, pero cuando se apagan no dejan nada, solo desazón y vacío.
De esa vida superficial, mediocre y, al fin de cuentas, atrapada en la cárcel de su propio egoísmo, nos salva Dios, o no nos salva nadie. Lo acabamos de escuchar en el breve texto del Evangelio (cf. Jn 19,25-27): Jesús, en el acto supremo de entregar su vida por amor, no nos deja solos, nos entrega a su Madre para que los seres humanos no olvidemos que somos hijos y, como tales, también hermanos. Esta es la memoria viva que nos acompaña desde la fundación de nuestra ciudad; esta es la memoria que fue conformando la identidad de nuestro pueblo y, al mismo tiempo, su vocación a ser un lugar de encuentro entre los diversos grupos humanos: desde aquellos que ya habitaban este suelo, como los que fueron llegando sucesivamente.
La gracia de tener como patrona de la ciudad a Nuestra Señora de la Merced es mucho más que recordar un título que nos retrotrae al pasado, o a la obligación que asume el gobierno en el año 1816 de celebrar a Nuestra Señora de la Merced “Patrona de la ciudad y sus contornos”, cada año solemnemente. Nuestra fiesta, para ser auténtica, debe ser memoria que se actualiza y celebra, de lo contrario corre el riesgo de convertirse en un mero acto formal carente de sentido. Por eso es necesario que nos preguntemos cuál es el significado que lleva ese título y qué mensaje nos deja hoy a nosotros la “merced” de Nuestra Señor. Para eso, repasemos los principales rasgos de la historia de esta advocación.
En los albores del siglo XIII, el mercader Pedro Nolasco siente un especial llamado de Dios a hacer algo ante muchas miserias e injusticias que ocurrían en el mundo que él vivía. ¿Qué hacer?, se preguntaba. La respuesta que dio fue la de rescatar a los cristianos cautivos de los moros musulmanes. ¿El método? El negociante Pedro Nolasco renunció a la compra-venta en utilidad propia y descubrió un nuevo mercado: los cristianos cautivos y oprimidos en su dignidad de seres humanos. Pronto se convirtió en un nuevo mercader de la libertad, entregando sus bienes y su vida para redimir cautivos, como obra máxima de misericordia. Los hombres que se incorporaban a su proyecto, se comprometían a quedar como rehenes, si fuese necesario, para salvar la vida y la fe del cristiano cautivo. ¡Impresionante, conmovedor y heroico gesto de amor!
Ese es el heroísmo distingue al que se considera cristiano. El amor cristiano, en cualquiera de sus expresiones, se revela auténtico cuando es heroico. Heroica es una persona que se dispone a proteger, cuidar, defender. Está atenta al más débil y se convierte en su merced. Para avanzar en esa humanización es necesario cultivar una relación personal e íntima con la merced por antonomasia, que es la que nos entrega nuestra amada Patrona: Jesús. Él es la Merced de Dios, la gracia que nos humaniza y capacita para gestos auténticos de amor. Para eso es necesario rezar. La oración nos hace familiares, cercanos, amigos de Jesús. Por eso fue muy oportuno que durante la novena hayan profundizado sobre la oración por excelencia: el Padrenuestro, con el lema “Señor, enséñanos a orar”.
Merced, tal como lo venimos recordando frecuentemente, significa gracia, misericordia, don, libertad, gesto de amor, de solidaridad. La Madre de Dios es madre de la merced, madre que nos dio a Jesús, él es, como ya dijimos, la Merced con mayúscula. De él aprendemos a convertirnos en merced para los demás, y en ese camino su Madre nos acompaña para que no tengamos miedo de comprometernos en la misión que nos toca hoy ante las nuevas cautividades que las personas sufren a diario. Qué bendición enorme tenemos hoy en la advocación de Nuestra Señora de la Merced, ante la desolación y angustia que estamos viviendo con la desaparición del pequeño Loan. A ella, redentora de cautivos, le confiamos el cuidado de esa criatura, y al mismo tiempo, le suplicamos por aquellos que tienen la responsabilidad de “rescatar a los cautivos”; que no teman enfrentar la verdad que nos hace más libres a todos y, en consecuencia, más capaces de construir juntos un pueblo de hermanos, libre de captores y de cautivos.
Con un corazón profundamente agradecido a Dios, reconocemos que, en medio de muchas dificultades que estamos atravesando, hay mujeres, varones, jóvenes y adultos, asociaciones y grupos, que, sin distinción de credos y opciones políticas, trabajan con una entrega verdaderamente heroica, para auxiliar a los más necesitados. Ellos son, entre nosotros, la presencia consoladora de Nuestra Señora de la Merced. Nos confiamos a ella, para que nos lleve a un encuentro cada vez más personal con su hijo Jesús, sostenga nuestra esperanza y nos enseñe a crear espacios amigables y fraternos en nuestra ciudad. Amén.
NOTA: A la derecha de la página, en Archivos, el texto como 24-09-24 Homilía para la fiesta de Nuestra Señora de la Merced, en formato de Word.