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FIESTA PATRONAL DE NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN EN BELLA VISTA

Monseñor StanovniK: El Crucificado es la gran bendición de Dios, reflejo fiel del amor que confía y se entrega hasta el extremo

1. Hoy, al culminar la novena con esta solemne procesión y santa Misa en honor a Nuestra Señora del Carmen queremos, ante todo, dar gracias a Dios porque podemos celebrar a nuestra soberana Patrona. Al contemplarla con el Niño en sus brazos, nos recuerda inmediatamente el lema que nos acompaña hacia el Centenario de nuestra diócesis: “Discípulos y misioneros de Jesús, con María de Itatí, junto a la Cruz”. María junto al Niño nos evoca la escena de María junto a la Cruz de su Hijo. La Cruz y María, los dos signos de nuestra primera evangelización. Pasaron más de cuatro siglos desde que se plantó la cruz de urunday en las inmediaciones de la punta Arazaty, junto al río Paraná, y se honraba María Santísima. Ahora, mientras transitamos los últimos meses de preparación del Centenario de nuestra diócesis, vamos descubriendo la enorme riqueza espiritual que encierran esos signos.
2. Si miramos con atención, la hermosa imagen de la Virgen del Carmen nos conmueve, porque tiene mucho que ver con María junto a la Cruz. Fijémonos, por ejemplo, cómo el signo de la cruz remata la corona del Niño y de la Virgen. La corona es signo de poder y de victoria. Sin embargo, en el vértice de estas coronas está inserta la cruz. Obviamente, no se trata de un toque estético, es otra cosa. ¿Qué significan esas cruces en las coronas de la Madre y del Niño? ¿No serán acaso las bendiciones divinas, que rezamos en la oración en honor a la Virgen del Carmen, y pedimos que las haga descender sobre nuestras vidas y sobre nuestros hogares? ¿Puede la cruz ser una bendición? Seguramente muchos estaríamos de acuerdo en responder que esas bendiciones son la salud, el trabajo, la familia, la paz; tal vez alguno añadiría la conciencia ciudadana, que fue tema de la novena patronal de este año. Sin embargo, la bendición de las bendiciones, que desciende sobre nuestras vidas y sobre nuestros hogares, es conocer a Jesús, amarlo como lo amó la Virgen, y con ella, junto a la cruz, vivir confiando en Dios y comprometidos en servir a los demás, más que ser servidos.
3. Aprendamos a vivir la bendición de la mano de la Virgen junto a la Cruz. Para ella todo comenzó en la Anunciación. María se confió totalmente en las manos de Dios, aún sin comprender cómo serían las cosas después, y dijo: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lc 1,28). La confianza en Dios la mantuvo de pie hasta el final. También José, sin entender mucho, tomó por esposa a María. Ambos confiaron en Dios, tanto en los momentos de alegría y de luz, como también durante las noches de oscuridad y de dolor. Todo lo contrario de lo que hizo el rey Ajaz, como nos narra el profeta Isaías. Él prefirió negociar con un rey vecino poderoso. Se sentía más seguro así, porque le parecía poco la señal que Dios le ofrecía: la ternura de un niño recién nacido. Ajaz prefirió el poder que se acumula, se suma y se mide. Un poder así es sólo apariencia y no conduce a ninguna parte. En cambio, el poder de Dios, en el que confiaron María y José, es totalmente distinto: es un poder que se reconoce en la ternura del niño, se ejerce a favor de la vida, se manifiesta en la misericordia y se practica en el servicio. Ése poder es una verdadera bendición. Por eso, el Crucificado es la gran bendición de Dios, reflejo fiel del amor que confía y se entrega hasta el extremo. María vivió de pié esa bendición junto a la Cruz de su Hijo. Por eso, nosotros queremos aprender de ella y con ella a ser discípulos y misioneros de esa bendición.
4. La imagen de Nuestra Señora del Carmen con el Niño refleja una inmensa ternura, pero también mucha fortaleza. Allí está la mujer tierna y, al mismo tiempo, fuerte; la servidora obediente y, al mismo tiempo, la mujer libre. Su obediencia, llevada hasta las últimas consecuencias, revela el más alto grado de libertad que logra una criatura humana. María es tierna y fuerte por su obediencia y libertad. La ternura de María no tiene nada que ver con debilidad y sumisión. Sólo el amor de Dios puede juntar fortaleza y ternura y transformarlas en poder que salva y que da vida. Dejemos que ella nos contagie su fortaleza y ternura. Nos enseñe a caminar obedientes hacia el encuentro con su Divino Hijo Jesús. Que nos haga gustar su Palabra suave, dulce, pero firme al mismo tiempo; palabra que hiere para purificar, pero enseguida venda, consuela y abraza al pecador que se convierte a ella (cf. Job 5,18; cf. Heb 12,5-7). Esa Palabra viva, tierna y fuerte, nos hace cada vez más libres y más hermanos con todos.
5. En vísperas del Centenario nos preparamos para entrar en el año jubilar diocesano. Por eso, en la Basílica de Itatí hemos anunciado la visita de la Cruz de los Milagros y de Nuestra Señora de Itatí a toda nuestra Arquidiócesis. La bendición de esta visita durará hasta el 16 de julio del año próximo, cuando estaremos ya en pleno jubileo diocesano. Será como un gran “paseo” de la Virgen, junto a la Cruz, que sale a visitar a los discípulos misioneros de su Hijo, a lo largo y ancho de nuestra geografía diocesana. El tiempo de esta visita coincide con la apertura del bicentenario de la fundación de nuestra Patria, razón por la cual quisiéramos que nuestros primeros signos fundacionales visitaran, ante todo, nuestras instituciones: organismos de gobierno, legislativos y judiciales; militares y fuerzas de seguridad; visiten nuestras escuelas y nuestros hospitales; y tantas otras instituciones que sirven al bien común de toda la sociedad. Quisiéramos que esta visita que fuera una gran súplica a la Madre de Dios y madre nuestra, para que interceda ante su Divino Hijo Jesús por los hombres y mujeres que trabajan en nuestras instituciones, los haga fuertes en humanidad y orientados al servicio del bien común. Esperamos con ansias que la bendición de esta visita llegue también a todos los hogares y hasta los últimos rincones de nuestra diócesis.
6. Volvemos a la vida de todos los días bendecidos por la Madre de Dios. ¿Se dieron cuenta cuántas veces repetimos la palabra bendición en la oración en honor de la Virgen del Carmen? La Virgen Madre nos bendice con el Hijo que lleva en sus brazos. Al recibirlo nosotros, conocerlo y amarlo nos hace sentir felices y nos compromete a ser misioneros de Jesús. Esta es la bendición que pedimos cuando rezamos a la bendita imagen que quiso establecer aquí su trono de bendición. Así sea.
Mons. Andrés Stanovnik
Arzobispo de Corrientes

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