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MONS. ANDRES STANOVNIK

Homilía en la festividad de San Roque de Montpellier

San Roque, 16 de agosto de 2020

A todos nos resulta muy extraño que tengamos que celebrar la fiesta patronal en nuestras casas, sin poder participar en las misas de la novena ni en la procesión el día de la fiesta patronal, y tener conformarnos con mirar a la distancia cómo pasa la caravana de autos con la imagen de San Roque. No estamos hechos para mirar de lejos y menos aún a través de las redes sociales y, sin embargo, tuvimos que familiarizarnos con algo que jamás hubiéramos imaginado. Familiarizarnos es un modo de decir, en realidad nos cuesta que las cosas sean así, porque no fuimos creados para estar apartados unos de otros, sino todo lo contrario, Dios Padre y Creador nos hizo para estar juntos, nos creó pareja, familia, pueblo, porque así es Él y también nosotros, porque Él lo quiso así, nos creó a su imagen y semejanza.

Ahora miremos a San Roque, amigo de Dios y tan cercano a nuestra devoción. Él vivió una vida de peregrino, podríamos decir, de peregrino solitario, porque no tuvo familia propia y tampoco fundó una familia espiritual de seguidores. Y, sin embargo, desde su muerte, acaecida hace aproximadamente siete siglos, su vida convoca a miles y miles de devotos en todo el mundo, su presencia crea unidad, devuelve salud y alegría a las personas, las hace más buenas, trabajadoras y solidarias. ¿Cómo es posible que un peregrino solo y finalmente muerto como un desconocido, habiendo nacido en una familia muy adinerada y heredado una enorme fortuna, tenga esa poderosa atracción? La respuesta es una sola: puso en práctica la Palabra de Dios que hemos proclamado hoy. Le creyó a Dios, confió y se abandonó a Él, y Dios no lo dejó solo aun cuando contrajo la peste y estuvo desamparado de todos. Vayamos, entonces, a la Palabra de Dios.

El profeta Isaías nos recuerda lo que Dios quiere: romper todo lo que nos esclaviza, compartir tu pan con el hambriento, albergar a los pobres sin techo, cubrir al que veas desnudo…, y si cumples con esto, Dios te promete su auxilio, hará que no te falta nada, y Él estará al lado tuyo para darte su fuerza y colmar de paz tus días (cf. Is 58, 6-11). También en el Evangelio Jesús explica, mediante ejemplos, dónde vale la pena invertir el capital de nuestra vida para que dé frutos a su debido tiempo. Así como ya en esta vida se puede distinguir a la persona que vive pensando en los demás y se preocupa de compartir su vida con todos, pero mira con preferencia a los más débiles, de los otros que viven para sí, indiferentes a todo y a todos. El final no será igual para unos y otros. Los primeros gozarán de felicidad y de paz, a los otros les espera la oscuridad del egoísmo en el que invirtieron toda su vida. San Roque nos enseña, ante todo, que lo más importante en la vida es brindarse a los demás, atender a los que más lo necesitan, cuidar la vida como viene y sostenerla sobre todo allí donde se manifiesta más frágil y amenazada de muerte.

Como decíamos al inicio, a nosotros nos toca vivir como cristianos este tiempo difícil por la crisis general que desató la pandemia. Como de cualquier otra contrariedad que nos sorprende la vida, también de esta podemos salir mejores, más fortalecidos en la capacidad de cuidarnos y de cuidar a otros, o peores porque en vez de confiar en Dios y pensar en los más expuestos y vulnerables en esta crisis, nos estuvimos ocupando solo de nosotros mismos. Hagamos como hizo nuestro Santo Patrono, que también tuvo que enfrentar el miedo a la peste, y luego el desamparo del apestado, pero no perdió la fe ni su confianza en Dios, y tampoco se dejó llevar por sentimientos de amargura y tristeza, cuando lo encarcelaron donde finalmente murió desconocido de todos. Dios jamás olvida a sus hijos y está especialmente cerca de aquellos que sufren y confían en Él, como lo escuchamos en el Salmo (cf. 111,1-9): “No tendrá que temer malas noticias. Su corazón está firme, confiado en el Señor”. Hacia esa persona se dirige la promesa de vida y felicidad como también proclama el mencionado Salmo: “En su casa habrá abundancia y riqueza, su generosidad permanecerá para siempre. Para los buenos brilla una luz en las tinieblas: es el Bondadoso, el Compasivo y el Justo”.

Comparto con ustedes unas palabras muy bellas y profundas que dirigió papa Francisco a los médicos, enfermeros y agentes sanitarios hace algunas semanas (Discurso, 20.06.2020), diciendo que podemos salir de esta crisis, espiritual y moralmente más fuertes, pero eso “depende de la conciencia y la responsabilidad de cada uno de nosotros. Pero no solos sino juntos y con la gracia de Dios. Como creyentes nos corresponde dar testimonio de que Dios no nos abandona, sino que da sentido en Cristo también a esta realidad y a nuestro límite; que con su ayuda se pueden afrontar las pruebas más duras. Dios nos creó para la comunión, para la fraternidad, y ahora, más que nunca, se ha demostrado ilusoria la pretensión de centrar todo en nosotros mismos —es ilusorio—, de hacer del individualismo el principio rector de la sociedad. Pero tengamos cuidado porque, tan pronto como la emergencia haya pasado, es fácil resbalar, es fácil volver a caer en esta ilusión. Es fácil olvidar rápidamente que necesitamos a los demás, alguien que nos cuide, que nos dé valor. Olvidar que todos necesitamos un Padre que nos extienda la mano. Rezarle, invocarle, no es una ilusión; ¡la ilusión es pensar en prescindir de él! La oración es el alma de la esperanza”.

Ahora, nosotros, miremos una vez más a San Roque. Él pudo sostenerse en medio de la grave crisis precisamente porque creyó en Dios, no perdió la esperanza y perseveró en el amor caritativo y solidario con todos, especialmente con los más golpeados por la enfermedad y la pobreza. A él nos dirigimos en nuestras necesidades y le pedimos que nos libre de todos los males, sobre todo del mal del egoísmo que nos roba la esperanza y nos aísla de Dios y de los demás. Como la niña o el niño, hoy que los recordamos en su día, confían y así se sienten seguros y protegidos, que también nosotros, movidos por su ejemplo, renovemos nuestra fe y esperanza en Dios, que cuida amorosamente de aquellos a quienes Él ha creado.

Con la oración de nuestro santo patrono decimos: “Oh, glorioso San Roque, que en las públicas y privadas calamidades siempre manifestaste tu eficaz protección sobre tu pueblo devoto, que te ha proclamado su especial patrono. Te rogamos que dirijas tu mirada sobre nosotros, nuestra familia y nuestra ciudad, para que seamos libres de todo flagelo y especialmente del pecado. Para que después de habernos consagrado en esta vida a amar a Dios y al prójimo, merezcamos, por tu intercesión, conseguir el premio celestial. Así sea”. ¡Glorioso San Roque! Ruega por nosotros. Amén.

†Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes


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