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 Homilía en la Peregrinación de los tres pueblos

 Santa Ana, San Cosme y Paso de la Patria, 23 de abril de 2014.

 
  Hoy conmemoramos un nuevo aniversario de la proclamación de la Virgen de Itatí como Patrona y Protectora de la Diócesis de Corrientes. El 23 de abril de 1918, al mismo tiempo que se realizaba dicha proclamación, se bendecía el nuevo camarín en el que se entronizaba la bella imagen de la Patrona. En la carta pastoral que el obispo Monseñor Luis María Niella escribió con motivo de la proclamación, se refiere también a la Cruz de los Milagros como Titular de la Diócesis.

La Cruz y la Virgen, dos signos inseparables
La Cruz y la Virgen son dos signos inseparables desde los comienzos de la evangelización en nuestras tierras, abrazados y venerados por guaraníes, criollos y españoles. Gracias a los mensajes de amor, de paz y de fraternidad, que representan la Cruz y la Virgen, existe el pueblo correntino, con una identidad propia e inconfundible. Un pueblo nuevo que se fue hermanando desde sus orígenes, entre luces y sombras, con las tensiones propias que surgen de las diferencias, pero que, sin embargo, ha sabido armonizar la valiosa herencia guaranítica y los beneficios de la cultura hispánica.
La potencia salvadora de la Cruz de Jesús hizo posible el milagro del encuentro de esos dos pueblos hostiles y evitado de que cualquiera de ellos hubiera prevalecido y aniquilado al otro. Prueba de que no se ha llegado al exterminio, es la existencia del pueblo correntino, con su idioma propio, la originalidad del chamamé en el canto y el baile, sus mitos y leyendas, su capacidad de acogida, su carácter festivo y alegre, y, sobre todo, su fe cristiana, que recibió gracias a los misioneros francisanos, dominicos, mercedarios y jesuitas.
La fe cristiana es luz, una luz potentísima que ayuda a ver dónde está el bien y adherirse a todo lo que es bueno, y dónde está el mal, para evitarlo. ¡Qué inmensa bendición se ha derramado sobre nuestro pueblo a través de la Cruz y la Virgen! La Cruz y la Virgen son como dos alas que, bien agitadas, elevan el alma correntina hacia todo lo que hace más digna y valiosa su existencia.

La Cruz y la Virgen nos dan la Palabra, el Pan y la Amistad
El alimento para levantar vuelo en la vida, lo recibimos en la Eucaristía. La Virgen María, como toda buena madre, prepara la mesa para sus hijos. Así lo hace hoy con todos nosotros, peregrinos y devotos de María de Itatí. El amor de madre nos reúne en torno a ella para darnos lo mejor que tiene: a Dios mismo. Para eso hemos venido. La peregrinación llega a su momento más profundo cuando nos encontramos con el amor de Dios, que perdona y nos devuelve la paz y la alegría de vivir como hijos suyos. Peregrinar no tiene otra dirección que reencontrarnos con Jesús, y la que mejor puede acercarnos a él es, precisamente, su Madre. ¿Cómo hace ella para acercarnos a Dios? Lo hace como suelen hacerlo las madres, nos reúne alrededor de la mesa del altar de su Hijo Jesús. Ella nos enseña a reconocernos hijos en su Hijo y hermanos entre nosotros. Nos hace sentir familia, Iglesia, Pueblo de Dios, peregrinos que caminan hacia el encuentro definitivo y gozoso con Dios Padre.
¿Qué es lo más importante cuando nos sentamos alrededor de una mesa? Hay tres cosas que no pueden faltar: la palabra, el pan y la amistad. A nadie le gusta compartir la mesa sin dirigirse la palabra. La palabra y el pan van juntos. Pero eso no basta, los que comparten la palabra y el pan, entablan una amistad, crece entre ellos la confianza, quieren volver a encontrarse. Donde se comparte la palabra y el pan con alegría y generosidad, las puertas jamás se cierran, permanecen abiertas para otros. Solemos decir, que en una mesa donde reina la verdadera amistad, siempre hay lugar para uno más. Por eso decimos que la palabra y el pan comprometen los vínculos de amistad de los que comparten la mesa.
Pero para compartir hay que estar dispuesto a poner la propia vida a disposición de los demás. En realidad, compartir y servir son sinónimos, van juntos. El que comparte sirve, se da a sí mismo. La Cruz es el signo que Dios mismo eligió para enseñarnos cuál es el camino que debemos tomar para compartir nuestra vida con él y con nuestros hermanos. Jesús mismo recorrió ese camino y María su Madre fue su mejor discípula.

Jesús es la palabra, el pan y la amistad
Dios Padre sabe muy bien que no hay nadie mejor que una madre para reunir a sus hijos. Esa es la hermosa tarea que cumple María Santísima en la Iglesia: convoca a sus hijos peregrinos para que escuchen la palabra, compartan el pan y crezcan en amistad con todos. La palabra, el pan y la amistad tienen un solo nombre: Jesús. Él es la Palabra, él es el Pan, él es la amistad, a él es a quien compartimos alrededor de la mesa del altar. Por eso, el peregrino camina anhelando escuchar la Palabra de Dios; espera con ansias la comunión con el Pan de Vida; y se siente dichoso de poder renovar la amistad con Jesús y comprometerse a vivir de otra manera con sus semejantes.
Vayamos, ahora, a la Palabra de Dios que escuchamos hoy. Estamos en Pascua, por eso la lectura del Evangelio nos brinda el relato de aquellos dos discípulos de Jesús que se alejaban de Jerusalén, tristes y desilusionados, después de la crucifixión y muerte de Jesús. Habían puesto muchas esperanzas en él y, al final, todo terminó en un fracaso. Ellos y otros como ellos, se convirtieron en caminantes desolados y sin rumbo en la vida. En medio de esa desolación se acerca a ellos Jesús, como uno más. ¡Qué consuelo grande es ver a Dios que se acerca a esos caminantes como un peregrino más y comparte con ellos su aflicción y su angustia! ¡Y con cuánta paciencia les explica las Escrituras y los evangeliza! Los dos caminantes lo invitan a quedarse con ellos, pero todavía no lo reconocen. ¿En qué momento se dieron cuenta que con ellos caminaba el mismo Jesús? Al partir el pan. Ahí recordaron en seguida que la palabra que venían escuchando durante el camino les hacía arder el corazón. La palabra y el pan, son signos potentísimos y reales de la presencia de Dios. La palabra de Dios ilumina la mente, enciende el corazón, devuelve la paz y la alegría de vivir. El Pan de Vida, fortalece los pasos del peregrino y le da una dirección nueva a su vida; da vigor a la misión para anunciar que Jesús vive. En ese mismo momento –escuchamos en el Evangelio de hoy– se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los otros discípulos que les dijeron: Es verdad, ¡el Señor ha resucitado!
También nosotros, peregrinos como aquellos dos discípulos de Emaús, hicimos un camino para encontrarnos con Jesús. Sentimos arder en nuestro corazón su Palabra, y como el mendigo paralítico de la primera lectura, nos ponemos de pie y glorificamos a Dios porque es eterno su amor. Él se hizo peregrino para estar cerca de cada ser humano, especialmente del que sufre, del que ha perdido la esperanza, o del quedó atrapado en adicciones que esclavizan y destruyen, como el alcohol, el juego de azar, la droga. Jesús parte el pan para devolvernos la vida, la esperanza y darnos un nuevo sentido a la existencia. Son hermosas las palabras del Papa Francisco cuando nos dice que no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo. No es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo sólo con la propia razón. Sabemos bien que la vida con Él se vuelve mucho más plena y que con Él es más fácil encontrarle un sentido a todo.

Somos misioneros de la Palabra, el pan y la amistad
Pero no podemos guardarnos para nosotros lo que hemos vivido como peregrinos. El verdadero peregrino es misionero, desea compartir su fe en Jesús y en la Virgen, y afianzar su pertenencia a la Iglesia en la parroquia o capilla donde vive. La Palabra de Dios que iluminó su vida, el Pan de Vida que compartió con sus hermanos, lo compromete a ser mejor: a tratar bien a su esposo, su esposa y a sus hijos; a ser honesto en el trabajo y buen compañero; y responsable en la función pública. El Papa Francisco insiste muy fuertemente a que nos comprometamos a promover una cultura del encuentro. Nadie puede sentirse excluido de esa misión. De nada nos serviría la peregrinación si no va acompañada de un firme propósito de ser testigos alegres y creíbles de Jesús resucitado. Pero eso tiene que verse reflejado en nuestro modo diferente de tratarnos, de ser más pacientes, respetuosos y atentos a las necesidades de los otros.
Para concluir, dirigimos nuestra mirada suplicante a María de Itatí, que nos mira con su inmensa ternura de Madre, y nos encomendamos a su protección. A sus brazos maternales confiamos a nuestros niños y a nuestros ancianos, a los jóvenes y a las familias, a nuestros gobernantes, y muy especialmente a todos los que sufren, a los pobres, como también a nuestros queridos seres difuntos. Juntos le decimos a María: “Atiende nuestras necesidades, que tú mejor que yo las conoces. Y sobre todo, Madre mía, concédeme un gran amor a tu Divino Hijo Jesús, un corazón puro, humilde y prudente, paciencia en la vida, fortaleza en las tentaciones, y consuelo en la muerte. Así sea”. ¡Tierna Madre de Itatí, ruega por nosotros!

Mons. Andrés Stanovnik
Arzobispo de Corrientes

NOTA:
A la derecha de la página, en "Otros archivos", el texto de la homilía, como PEREGRINACION TRES PUEBLOS, en formato de word.


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