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 Homilía para el Viernes Santo

 Corrientes, 18 de abril de 2014

  


  Hace más de cuatro siglos, junto a las orillas que hoy bañan nuestra ciudad, los españoles que bajaron de Asunción plantaron una cruz. Esa cruz se conoció luego como la Cruz fundacional. El monumento, que hoy la representa y en la que se conserva la memoria del momento fundacional de nuestra ciudad, se encuentra en la bajada del Puente General Belgrano. Fiel a ese acontecimiento histórico, el escudo de nuestra ciudad lleva grabada la Cruz fundacional.
El madero de la cruz, mis queridos hermanos y amigos, como instrumento en el que padeció y murió Jesús, entregando su vida por amor a todos los hombres y perdonando aun a sus verdugos, contiene un mensaje de humanidad que no encuentra parangón en la historia. La justificación de este signo está en la persona de Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre, que nos amó hasta el fin. Por eso, ese signo nos juzga a todos, a creyentes y no creyentes, y a todos nos compromete a tratarnos como hermanos.
El mensaje de profunda humanidad que representa ese signo, es el mismo mensaje que expresamos, por ejemplo, cuando nos persignamos, o cuando marcamos la frente de nuestros niños, de nuestros enfermos, de los hermanos y hermanas que sufren, o cuando pedimos la bendición para nuestro trabajo. La Cruz es fuente inagotable del amor infinito de Dios hacia los hombres, y fundamento para una cultura del encuentro, como la que tuvo lugar en los inicios de la fundación de nuestro pueblo. Entre luces y sombras, sin embargo y gracias a Dios, han prevalecido la vida y la conformación de un pueblo nuevo. Un pueblo con identidad propia y con la misión de crecer como una comunidad fraterna y acogedora de todos. Cada generación de correntinos está llamada a renacer de nuevo al pie de la Cruz.
El Papa Francisco nos recuerda que la fraternidad humana ha sido regenerada en y por Jesucristo con su muerte y resurrección. La cruz es el “lugar” definitivo donde se funda la fraternidad, que los hombres no son capaces de generar por sí mismos. No retrocedamos en humanidad con el engaño de pensar que si quitamos las cruces de los lugares públicos, vamos a ser más inclusivos, más libres y más fraternos. La Cruz de Jesús es una señal insustituible de amor al prójimo que se presenta como exigencia de amar sin límites, aun al enemigo, porque sólo el amor salva y produce vida y encuentro. No hay otro proyecto más profundamente humano y abierto a todos, que el proyecto que se nos revela en la Cruz de Jesús.
En esta jornada de dolor y de esperanza, pensemos en el infinito amor de Jesús para cada ser humano y supliquémosle que ese amor alcance nuestro corazón, lo encienda y lo transforme de tal manera que lo haga capaz de perdonar y de amar a todos, especialmente a los que nos ofenden y maltratan. Porque los que creemos en Jesús y queremos seguir sus pasos, debemos hacer creíble el mensaje de la cruz con nuestro testimonio.
Al salir del templo para acompañar la imagen del Jesús yacente por las calles de nuestra ciudad, renovemos el firme propósito de entregarnos con todas nuestras fuerzas a amar a nuestros hermanos y descubrir el rostro de Jesús en las personas que la sociedad desprecia, en los que son víctimas de adicciones, de la inseguridad y de la pobreza; pero recemos también por los que causan esos males o los fomentan, para que la gracia que mana del costado abierto de Jesús crucificado, convierta sus corazones.
María Santísima, traspasada de dolor al pie de la Cruz, nos acerque a Jesús y nos dé la gracia de una sincera conversión, para reconocer a su Hijo sobre todo en los rostros desfigurados por el dolor, y la fortaleza para acercarnos a ellos y tratarlos con amor y misericordia.

Mons. Andrés Stanovnik
Arzobispo de Corrientes

NOTA:
A la derecha de la página, en "Otros archivos", el texto, como HOMILIA VIERNES SANTO, en formato de word.
 

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