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 Homilías Domingo de Ramos

 Corrientes, 13 de abril de 2014

Breve homilía para la Procesión de Ramos

Hermanos: el Evangelio que recién escuchamos, relataba la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. Todo el mundo iba detrás de él; todas las miradas, los gestos, las expectativas, los cantos, expresaban el entusiasmo por su persona y su mensaje: por fin habría llegado el hombre que traería en sus manos la libertad y la prosperidad para todo el pueblo.
Los ramos que llevamos en nuestras manos hoy, quieren expresar también nuestra total adhesión a Jesús. Nosotros estamos con alguna ventaja respecto de aquella gente que acompañó a Jesús en aquella solemne entrada que hizo a la ciudad de Jerusalén: a diferencia de ellos, sabemos que adherirnos a su persona es caminar con él hasta el final, hasta la cruz, con la certeza de que si morimos con él, resucitaremos con él.
Tomar hoy el ramo en nuestras manos, es manifestar públicamente con las palabras del Papa Francisco, que no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo. No es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo sólo con la propia razón. El verdadero peregrino y misionero, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él.
Preparemos así nuestro corazón para vivir con intensidad los próximos días de la Semana Santa. Levantamos ahora nuestros ramos llevando la alegría de la fe por las calles de nuestra ciudad, aclamando con toda la Iglesia: Bendito el que viene en el nombre del Señor.


Homilía para la Misa del Domingo de Ramos


El relato de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Mateo, que acabamos de escuchar, coloca en el centro al Hijo de Dios. Él es el centro de este impresionante acontecimiento que sucedió en la historia: Dios se humilla por amor al hombre y recorre con extrema humildad y a la vez con incomparable dignidad el camino de la Pasión.
San Pablo lo expresó así: “Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de Cruz”. El profeta Isaías, a quien escuchamos en la primera lectura, se anticipó a estos acontecimientos anunciando la humilde y paciente actitud del Servidor, que no retiraba su rostro a los que lo ultrajaban y ofrecía su espalda a los que lo golpeaban. En estos acontecimientos contemplamos el infinito amor que Dios nos tiene, amor que se ha expresado en la carne sufriente de Cristo hasta el extremo de dar su vida por nosotros.
Con esta celebración del Domingo de Ramos se abre la puerta que nos conduce hacia la Semana Santa. Este domingo Jesús pone delante de nuestros ojos varias cosas. En primer lugar, nos coloca delante del signo de la cruz. La cruz es signo de muerte y de vida, un signo que está inscrito profundamente en el cosmos y en la historia de la humanidad. Es un signo universal que representa la vida y la muerte. Con la muerte de Jesús en la cruz y su resurrección de entre los muertos, ese signo se convierte en un gran mensaje de vida, de amor, de libertad y de esperanza.
De ese modo, Jesús nos enseña con su propia vida que el triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, pero una bandera que se lleva con ternura combativa ante los embates del mal –escribió el Papa Francisco en su Exhortación Apostólica–, una bandera, podríamos añadir nosotros, que jamás puede pactar con ninguna forma de egoísmo o de conducta sectaria.
En segundo lugar, Jesús con su entrega generosa en la cruz, sin poder ver los resultados de esa entrega, sino confiar enteramente en Dios su Padre, nos enseña que nada de lo que hagamos con verdadero amor se pierde. El combate principal y el que mayor templanza requiere, es contra el mal que se enquista en las personas y en las estructuras que fabricamos los hombres. La nueva luz que nos viene de la cruz de Jesús, nos permite distinguir el pecado del pecador, el mal de la persona que lo comete. Esa mirada la aprendemos de Jesús crucificado: a pesar de la maldad que se abalanza sobre él, muere perdonando, porque ama a todos los hombres. Ésa es la potencia del amor que hace posible un pueblo de hermanos, capaces de construir juntos un proyecto en el que nadie, por ninguna razón, quede al margen.
Y en tercer lugar, Jesús cuenta con nuestra fe débil y comprende que nuestro entusiasmo en la fe suele ser pasajero, como la de aquellos que aclamaron a Jesús en la entrada triunfal a Jerusalén y luego desaparecieron cuando había que jugarse por él. Sin embargo, Jesús no pierde la confianza en nosotros y no se cansa de llamarnos para reencontrarnos con él y recuperar el fervor y la valentía de dar testimonio de nuestra fe. La Semana Santa es una ocasión providencial para renovar nuestra fe, abriendo nuestro corazón para que el Espíritu Santo lo encienda en el amor que brota generoso de la Cruz de Jesús.
Por ello, al iniciar esta semana, en la que recorreremos piadosamente los grandes momentos en los que se apoya nuestra fe, hagámonos algunas preguntas. Por ejemplo, ¿qué haré en los próximos días para vivir más intensamente mi vida cristiana? ¿Estoy firmemente decidido a participar de las celebraciones principales de esta semana? ¿Le dedicaré más tiempo para estar con Dios, escuchar su Palabra, entrar en alguna iglesia y detenerme frente al Santísimo para adorarlo? ¿Ante él, que siempre perdona al que se arrepiente de corazón, estoy dispuesto a acercarme a aquella persona de la que estoy distanciado? Probablemente conozca personas que están pasando necesidades más o menos extremas, o que necesitan de una palabra de aliento, ¿voy a ser generoso con ellas? Si he robado o si me he apropiado de bienes ajenos acomodando la ley para beneficio propio, ¿estoy dispuesto a restituir esos bienes? ¿Tengo sincera disposición y apertura para el diálogo con mi esposa, mi esposo, en la familia, en el trabajo, en la función pública? Son algunas preguntas que deberíamos hacernos para abrir nuestro corazón a Dios y a nuestros hermanos, y prepararnos a vivir con renovado gozo y esperanza las próximas fiestas pascuales.
Pongamos nuestra vida en las manos maternales de María, y dejemos que ella guíe nuestros pasos para vivir con cristiana disposición la Semana Santa que ya hemos iniciado.
Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes



Foto gentileza diario época


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