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 Homilía para el Primer Domingo de Cuaresma
En el Día Internacional de la Mujer

 Corrientes, 8 de marzo de 2014

 
   Hoy celebramos las vísperas del primer Domingo de Cuaresma. La fecha coincide providencialmente con la celebración del Día Internacional de la Mujer. Por tal motivo, los invito, ante todo, a dar gracias a Dios por haber creado al ser humano en esa maravillosa diversidad y complementariedad que se plasma en la mujer y el varón. Y, al mismo tiempo, unidos a la intención que propuso el Papa Francisco para el mes de marzo, queremos rezar para que todas las culturas respeten los derechos y la dignidad de la mujer.
Decíamos que es providencial la coincidencia de este día con el inicio de la Cuaresma. El Miércoles de Ceniza hemos iniciado un tiempo de gracia, un camino para convertirnos a Dios. Con la ceniza que cayó sobre nuestras cabezas, hemos escuchado la fuerte exhortación del profeta Joel: “Ahora dice el Señor: Vuelvan a mí de todo corazón… desgarren su corazón y no sus vestiduras, y vuelvan al Señor, su Dios, porque él es bondadoso y compasivo…” (Jl 2,12-13). Como dice el profeta: se trata de hacerlo de todo corazón. Pero para ello, hay que estar muy atento a las tentaciones que nos alejan de Dios y de nuestros hermanos.
¿Cuál es la mayor tentación y la que peores consecuencias trae consigo? La respuesta está en el texto del Evangelio de hoy: desconfiar de Dios y asegurarse la vida mediante el dinero, el poder y la fama. Esa fue la gran tentación por la cual pasó Jesús. El autor nos dice que Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el demonio. El desierto es símbolo de aridez, de soledad, de impotencia. Allí no hay vida. En el desierto, la tentación se presenta como un espejismo: parece agua, pero no es; está ahí, inunda la mente de fantasías y la emboba con cosas ficticias, pero al final todo es falso. Sin embargo, el desierto es también el lugar del encuentro con Dios, de la plena confianza en él y de la convicción de que es él el único que salva. Jesús nos enseña cómo se hace para superar la tentación: él la enfrenta confiando totalmente en la Palabra de Dios, cree en ella de todo corazón. Entonces, dice el texto bíblico, el demonio –que es el padre de la mentira y el engaño– lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo.
También hoy la tentación es construir nuestra vida al margen de Dios y de su Palabra; y hacerle caso a cualquier otra palabra que seduzca nuestra mente y nuestro corazón. Esa fue también la tentación que se describe en las primeras páginas de la Biblia. Dios creó al hombre a imagen suya, varón y mujer los creó. Pero ellos se dejaron seducir por una fantasía: la de poder construir su vida al margen del Creador. Les encantó la posibilidad de ser dueños absolutos del bien y del mal, liberándose de todo vínculo trascendente y construirse a sí mismos a su manera. La tentación –como decíamos– es siempre un engaño, es decir, algo que parece verdadero y se presenta como bueno y apetecible, pero que en realidad no conduce a ninguna parte. El perverso engaño del tentador es colocar un objeto en el altar del corazón, que es el lugar reservado sólo para Dios. La Cuaresma nos invita volver a él, escucharlo y dejarnos transformar por su gracia, que es la única que libera profundamente el corazón humano ¡Qué importante es discernir a tiempo! No olvidemos, la fe es luz que ilumina la mente para orientarla hacia todo lo que es bueno y verdadero para la persona y para la comunidad.
Decíamos que el Día Internacional de la Mujer es para nosotros motivo, ante todo, de gratitud a Dios y también de súplica. Agradecemos la luz que nos da la fe, porque la Palabra de Dios nos revela que el varón y la mujer fueron creados por Dios, es decir, ‘queridos’ por él. El hombre y la mujer son, con la misma dignidad, ‘imagen de Dios’. Y en su ‘ser mujer’ y su ‘ser hombre’ reflejan la sabiduría y la bondad del Creador, nos enseña el Catecismo (1). Hay que tener cuidado con la tentación de construir un mundo sin Dios, o convertirlo en una especie de ‘dios privado’ que se ‘cliquea’ de acuerdo a los propios gustos. Si la mujer y el varón no buscan juntos el fundamento trascendente que le dé solidez a su convivencia, es muy difícil que puedan construir una vida en común. Podrán hacer, a lo sumo, una convivencia paralela, negociada en base a pactos hasta que una de las partes los rompa, pero eso no es el amor. Sin la apertura a Dios, ambos quedan solos en el desierto de la vida. No les queda otra opción que aferrarse desesperadamente cada uno a sí mismo. Muchos esfuerzos por la liberación de la mujer se desgastan en enfrentamientos estériles con el varón, precisamente porque ese esfuerzo está privado de la visión trascendente de la persona humana. La base para una real y sólida convivencia entre el varón y la mujer, está en Dios.
Ambos deben luchar por una convivencia que se arraigue en el amor, el respeto mutuo y la libertad. De ello depende el presente y el futuro de un pueblo. La sociedad, a través de sus instituciones, debe cuidar la pareja humana y la familia como el patrimonio más importante para su propio desarrollo. Una especie de ola anti-mujer que se percibe en algunos grupos feministas, pueden destruir rasgos esenciales de la identidad de la mujer como son su femineidad, su vocación a ser madre y su imprescindible aporte a la sociedad, pero desde su condición de mujer. Un hogar estable, donde se crece en el amor, mediante la entrega generosa y muchas veces sacrificada de sus integrantes, es una defensa y promoción natural de los derechos superiores de los niños y el mejor lugar para el respeto y la amorosa convivencia con los ancianos.
El riesgo que corre la condición humana en todas las épocas de su historia es la división, la dominación y el enfrentamiento. Gracias a Dios, hay una conciencia cada vez mayor sobre la dominación cultural del varón sobre la mujer, lo que ha originado un movimiento importante en favor de los derechos y la dignidad de la mujer, observaba el Papa Francisco en su reciente Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz. La liberación de la mujer, como la del varón, debe pasar necesariamente por una superación de los motivos por los cuales están en conflicto y buscar una unidad superior que los encamine hacia el reencuentro. Porque la mujer no alcanzará la liberación que anhela si no lo hace en conjunto con el varón. Y el varón no abandonará su adicción a la dominación y violencia contra la mujer, si no lo trata con ella que es la víctima de sus abusos. Fueron creados el uno para el otro, ambos de cara a Dios y juntos para compartir el amor y transmitirlo a sus hijos.
En esta jornada nos unimos con todas aquellas personas que trabajan incansablemente por ayudar a las víctimas de la violencia contra la mujer; asimismo, nos solidarizamos con las personas y organizaciones que se afanan para que la sociedad tome conciencia del enorme padecimiento que genera esa violencia. Unidos en oración al Papa Francisco, pedimos a Dios que nos dé la gracia de no apartarnos de él en esta lucha por la dignidad humana que es igual para todos los seres humanos. Y la base más eficaz para restaurar esa dignidad es anunciar el Evangelio de Cristo en todas partes, porque Jesús quiere sembrar la vida en abundancia en todos los corazones. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes

Nota:
(1) 
Catecismo de la Iglesia Católica (CATIC), n. 369.



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