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 Homilía en el inicio de la actividad pastoral de la Arquidiócesis

 Basílica de Itatí, 02 de marzo de 2014


    
Ya es tradición que nos encontremos al inicio del año en la Casa de nuestra Madre, para ponernos en sus manos y pedir su protección. Lo hacemos con una confianza inmensa, porque sabemos que ella jamás abandona a sus hijos. Y lo más importante: ella sabe cómo hacer para que aprendamos a tener un gran amor a su Divino Hijo Jesús y encontremos el mejor modo para compartirlo entre nosotros y entregarlo a nuestros hermanos.
Para eso, las diversas pastorales de la arquidiócesis, que prepararon con mucho esmero esta celebración, se propusieron: primero, poner en manos de Nuestra Tierna Madre de Itatí el año pastoral arquidiocesano; segundo, consagrar las actividades y los proyectos de cada pastoral, movimiento, asociación e institución; y tercero: expresar públicamente la comunión y misión de nuestra Iglesia arquidiocesana. Todo esto en el marco de lema: “En Familia nuestra vida es más misionera”.

Consagramos a María el Año pastoral arquidiocesano
¡Qué hermosa es la primera lectura! Y qué providencial para el momento que estamos viviendo. El pueblo de Israel tiene una profunda conciencia de la cariñosa preocupación de Dios por sus hijos e hijas. El profeta la compara con la preocupación y el cariño de una madre, pero va más allá: aun si una madre olvidara a su hijo, Dios jamás olvidará a ninguno de sus hijos. Por eso, nuestra respuesta a ese gran amor de Dios, es la que repetíamos a cada estrofa del Salmo: Sólo en Dios descansa mi alma.
El rostro más cercano y tierno de Dios es María. Cuando nos encontramos en su presencia, nuestra alma descansa, ella nos colma de paz, recupera nuestras fuerzas y renueva nuestra esperanza. En sus manos ponemos confiados nuestra vida y toda la tarea pastoral de este año. En otras palabras, a ella le consagramos el año pastoral arquidiocesano. De ella queremos aprender el nuevo estilo de misión que nos pide el Papa Francisco. A ella le pedimos ese nuevo entusiasmo evangelizador, que nos sacuda la modorra pastoral y nos dé la dulce y confortadora alegría de la misión.
Cada año tenemos la gracia de empezar de nuevo, con un impulso nuevo. Cada vez –nos dice el Santo Padre– que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica acción evangelizadora es siempre «nueva», concluye el Papa. Entonces, consagrados a María, le pedimos la gracia de un nuevo fervor misionero.
Así también lo pedimos en la Oración ante la Cruz de los Milagros –esa cruz que talló el perfil cristiano del pueblo correntino desde sus orígenes–, en esa hermosa oración suplicamos que Jesucristo –vida y esperanza nuestra– nos recuerde siempre que el amor todo lo puede; que compartir con los más pobres nos hace misioneros de su misericordia y nos muestra el camino que nos lleva al cielo.

Afianzar la comunión y salir a la misión
Con la Cruz y la Virgen queremos llevar a los demás la alegría de creer en Jesús y la belleza de pertenecer a su familia. En la familia de Jesús –que es la Iglesia– nuestra vida se vuelve más misionera. Pero, así como necesitamos un nuevo entusiasmo evangelizador, también queremos aprender un nuevo modo de compartir el mensaje de Jesús con los otros.
En la Exhortación Evangelii Gaudium, se nos habla de un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez que miramos a María –explica el Papa– volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a los otros para sentirse importantes. Mirándola descubrimos que la misma que alababa a Dios porque «derribó de su trono a los poderosos» y «despidió vacíos a los ricos», es la que pone calidez de hogar en nuestra búsqueda de justicia. Y concluye diciendo que esta dinámica de justicia y ternura, de contemplar y caminar hacia los demás, es lo que hace de ella un modelo eclesial para la evangelización.
Un estilo mariano en la actividad misionera de la Iglesia tiene que reflejar el estilo de su hijo Jesús. Recordemos el Evangelio de hoy: no hay que abrumarse ni estar ansiosos, ni desanimarse. No se inquieten, confíen –dijo Jesús a sus discípulos– busquen primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se les dará por añadidura. El estilo mariano nos invita a la confianza serena y total en Dios que cuida amorosamente de cada uno de sus hijos, y, al mismo tiempo, al trabajo perseverante en el que estemos dispuestos a darnos generosamente a los demás.
Entonces, así como la consagración es un acto en el que renovamos nuestra total confianza en Dios y ponemos en las manos de María toda nuestra vida, así también queremos que ella nos ayude a convertir todo lo que somos y hacemos en don para los demás. Que en este nuevo comienzo de las actividades y proyecto de las diversas pastorales de nuestra arquidiócesis, vaya acompañado siempre de la oración en la que pedimos que María de Itatí nos dé “un corazón puro, humilde y prudente, paciencia en la vida, fortaleza en las tentaciones y consuelo en la muerte”. Y que así sea.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap
Arzobispo de Corrientes


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