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 Homilía en la solemnidad de Nuestra Señora de La Merced

 Corrientes, 24 de septiembre de 2013

 La conmemoración de Nuestra Señora de la Merced honra nuestra Ciudad prácticamente desde los primeros días de su fundación. En otras ocasiones hemos hecho referencia a los datos históricos que prueban nuestros orígenes cristianos y católicos, por lo cual nos sentimos profundamente agradecidos. Alegrémonos, porque hemos sido plantados en esta tierra con la fe en Dios y en la Virgen Madre, y así hemos crecido a lo largo de más de cuatro siglos. A nosotros nos corresponde hoy continuar construyendo esta ciudad, con la mirada puesta en Dios, que es la meta de todo hombre, y la confianza depositada en María, nuestra Madre.
Decíamos que hemos sido plantados en esta tierra con la fe en Dios y en la Virgen. Nuestras raíces están regadas con el agua del bautismo y es en esa dirección que debemos seguir creciendo. La savia cristiana que Dios ha infundido en nosotros, tiene que orientar la construcción de nuestra ciudad como un lugar habitable, digno y abierto a los hombres y mujeres de buena voluntad. Podemos preguntarnos: ¿Qué nos aporta la fe en Dios y en la Virgen para una vida más digna? Dios, ¿tiene algo que ver con la construcción de nuestra Ciudad? La fe, ¿nos aporta algún beneficio para resolver los desafíos de aprender a convivir en paz y a edificar un lugar para todos?
De niño recuerdo cuando la mamá nos mandaba al almacén del barrio a hacer alguna compra. Al entrar en el negocio, me llamaba la atención un cartel que decía: Aquí se fía. Era una frase amigable que nos hacía sentir bien delante del mostrador del almacenero. Pero había también lugares donde se podía leer lo contrario: Aquí no se fía. Y allí, al entrar y leer ese cartel, nos invadía una sensación como de haber entrado a un lugar extraño y hostil. Hace ya muchos años que esos carteles desaparecieron. Pero lo preocupante es que junto con los carteles desaparezca también la fianza, la garantía. Fiarse del otro, suponía que había conocimiento y confianza recíprocas. Nadie se fía ni le fía a un desconocido. En cambio, la cercanía y el conocimiento entre las personas generan confianza, y la confianza da lugar a la garantía: me fío de esa persona y ella confía en mí, por eso arriesgo a dar gratuitamente.
Si ahora miramos a Jesús, nos daremos cuenta qué maravilloso es Dios con nosotros. Podríamos decir que Él tiene colgado al cuello el cartel que dice: Aquí se fía, aquí pueden llevar gratis todo lo que quieran y no sólo eso, sino que se brinda a sí mismo enteramente, al punto de poder llevarnos consigo a Él mismo. La Cruz es la prueba de su entrega total por amor a nosotros. Contemplemos con sencillez la Cruz de Jesús e imaginemos sobre ella la inscripción: Aquí se fía. Es decir, tomen gratis y paguen después. ¿Cuál es el precio que se nos pide? Amor con amor se paga, dice el dicho popular: ese es el precio. Dios nos amó gratuitamente, antes de que lo amáramos nosotros. ¡Qué dicha siente el hombre y la mujer que descubren el amor de Jesús! Es un amor que inmediatamente se difunde hacia los otros y crea amistad, invita a caminar juntos, y a compartir sueños y proyectos en los que todos puedan aportar algo.
La reciente Carta Lumen fidei, que escribió el Papa Francisco junto con su predecesor Benedicto XVI, habla precisamente sobre la ‘ciudad que Dios prepara para los hombres’. Y lo primero que dice allí es que la fe en Dios no sólo se presenta como un camino, sino también como una edificación, como la preparación de un lugar, en el que el hombre pueda convivir con los demás. Lo esencial de la fe es que Dios es alguien en quien se puede confiar. Dios es alguien fiable, apoyarse en él es seguro. Así lo hicieron nuestros próceres, como el general Manuel Belgrano, cuando le entrega el bastón de mando a la Virgen de la Merced, para reconocer y agradecer su intervención en la victoria de una batalla decisiva para nuestra independencia. La fe, al darnos una mirada más profunda y trascendente, le da una luz nueva a los acontecimientos que nos toca vivir.
Esto nos hace pensar que la fe no sólo es para el más allá, sino también para el más acá. Es verdad, la fe en Dios sirve para caminar hacia Dios, pero lo maravilloso de la fe cristiana nos revela que ese Dios también está ‘más acá’, mucho más de lo que nos imaginamos. La puerta de entrada que Dios utilizó para hacerse presente entre los hombres, fue la Virgen Madre: ella es la prueba de la cercanía de Dios: en ella, Dios se hizo, por así decir, nuestro para siempre. Por eso, la fe cristiana se distingue por la cercanía maternal de Dios hacia todos los hombres, sin excepción, con especial preferencia, como lo hace toda madre, por aquellos que son más vulnerables: los niños, los ancianos y los pobres. Por eso, la fe y el bien común van de la mano. Van de la mano siempre, no sólo ocasionalmente, tanto que cuando se los separa, se pierden ambos: la fe y el bien común.
Esta mañana, el Papa Francisco dio a conocer su primer mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado, que tendrá lugar en enero del año próximo. En ese mensaje se preguntaba: ¿Qué supone la creación de un “mundo mejor”? –nosotros podemos traducir la pregunta a nuestra realidad y preguntarnos: ¿Qué supone la creación de una ciudad mejor?– El Santo Padre responde así: “Esta expresión no alude ingenuamente a concepciones abstractas o a realidades inalcanzables, sino que orienta más bien a buscar un desarrollo auténtico e integral, a trabajar para que haya condiciones de vida dignas para todos, para que sea respetada, custodiada y cultivada la creación que Dios nos ha entregado. El venerable Pablo VI describía con estas palabras las aspiraciones de los hombres de hoy: "Verse libres de la miseria, hallar con más seguridad la propia subsistencia, la salud, una ocupación estable; participar todavía más en las responsabilidades, fuera de toda opresión y al abrigo de situaciones que ofenden su dignidad de hombres; ser más instruidos; en una palabra, hacer, conocer y tener más para ser más".
En ese sentido, la Carta sobre la fe nos recuerda que la luz de la fe “no luce sólo dentro de la Iglesia ni sirve únicamente para construir una ciudad eterna en el más allá; nos ayuda a edificar nuestras sociedades, para que avancen hacia el futuro con esperanza (…) Las manos de la fe se alzan al cielo, pero a la vez edifican, en la caridad, una ciudad construida sobre relaciones, que tienen como fundamento el amor de Dios”.
Luego, el Santo Padre nos hace pensar en la contracara de la fe. El reverso de la fe es la idolatría. Si la fe en Dios es amor y libertad, la idolatría lleva al miedo y a la esclavitud. A propósito de esto, el Papa cita en su carta a un gran pensador judío que describe la idolatría diciendo: “se da idolatría cuando un rostro se dirige reverentemente a un rostro que no es un rostro”. Recordemos que reverenciar es someterse a otro o a las cosas. Ahora preguntémonos, ¿cuáles son los aparentes rostros ante los cuales nos postramos y cuya reverencia exige que a cambio le entreguemos todo? ¿El dinero? ¿El juego? ¿La droga? ¿El sexo desvinculado del amor? ¿El poder al servicio exclusivo de intereses particulares o de partido?
Miremos ahora a la Virgen de la Merced, patrona varias veces jurada a lo largo de nuestra historia. Ella es la mujer bienaventurada porque ha creído. Ella creyó en el amor inagotable de Dios Padre, aun en los momentos difíciles de su vida. La fe no le proporcionó explicaciones a su prodigioso embarazo, ni al destierro que tuvo que vivir con su esposo San José, y tampoco al trato inhumano que han dado a su Hijo. “Al hombre que sufre –dice el Papa Francisco en su Carta– Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña (…) En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz”. Él se hizo un Dios cercano y amigo en Jesús. La fiesta patronal se nos brinda como una ocasión extraordinaria para volver a encontrarnos con Él y con nuestros hermanos.
La fe nos ilumina para que podamos ver en todo prójimo a un hermano y no a un potencial enemigo. La fe en Dios nos libera de buscar enemigos a quienes atacar o de quienes defendernos. La fe en Jesús nos da un hermano en cada hombre y en cada mujer. Por eso, el único camino para encontrarnos los seres humanos y para edificar juntos esta casa común que llamamos ciudad, es el diálogo. Ese es, además, el camino que Dios eligió para encontrarse con nosotros y al que nos invita para que lo transitemos con Él, fiándonos de su Palabra y de la gracia de su Presencia. Esa es la gran ‘merced’ que nos vino de parte de Dios por medio de la Virgen Madre. Sólo en esa luz es posible edificar una ciudad para todos.
Nuestra Señora de la Merced, Madre y patrona de nuestra bella Ciudad de Corrientes, te damos infinitas gracias por el inestimable don de la fe en tu hijo Jesús y en la Iglesia, donde nos reunimos para confesarla, celebrarla y vivirla. Nos sentimos muy felices y agradecidos por la fe que hemos recibido y por las hermosas tradiciones que la sustentan, a través de peregrinaciones, fiestas patronales, altares y santos familiares, etc. Te pedimos que nos enseñes a cuidarla y fortalecerla, para hacer de esta ciudad un lugar para que cada correntino pueda vivir dignamente, sobre todo para tantos hermanos nuestros que aún no cuentan con las condiciones suficientes para ello. Y sobre todo, danos la ‘merced’ de descubrir el valioso camino del diálogo para nuestros matrimonios, en nuestras familias y en la vida institucional, especialmente te lo pedimos por nuestros gobernantes, para que por medio de su ejemplo, todos nos sintamos estimulados a valorarnos mutuamente, a saber que el otro siempre tiene algo bueno para aportar y, como lo has hecho a lo largo de nuestra historia, te rogamos líbranos de todo peligro. Amén

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes


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