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Homilía en la Ordenación Episcopal de Mons. Gustavo O. Zanchetta

 Monseñor Stanovnik presidió la consagración del nuevo Obispo de Orán
Quilmes, 19 de agosto de 2013

Nos hemos reunido esta tarde para celebrar la ordenación episcopal de este hermano nuestro, que ha sido designado por S.S. el Papa Francisco obispo para la Diócesis de San Ramón de la Nueva Orán, Salta. Recordamos ante todo que el obispo es un discípulo misionero de Jesús, sucesor de los Apóstoles, junto al Sumo Pontífice y bajo su autoridad (1). Recíbanlo como ministro de Cristo y dispensador de los misterios de Dios. A él se le confía dar testimonio de la verdad del Evangelio y el ministerio de la vida del Espíritu y la santidad. Por consiguiente, su vocación y misión es la de servir a la Iglesia, como testigo cercano y gozoso de Jesucristo Buen Pastor (2).
El lema que eligió el P. Gustavo, como inspiración para su ministerio episcopal en la Iglesia, pertenece al texto del Evangelio que hoy hemos proclamado: “Somos simples servidores” (3). Con esa frase, Jesús concluye la parábola del buen servidor, mientras va de camino hacia Jerusalén. Es un camino de subida que culmina en la Pascua. En ese camino sus discípulos iban aprendiendo, no sin dificultad, cómo se practica la misericordia y el servicio en un mundo individualista y dominante. Preocupados ante las exigencias que implicaba ese camino, los discípulos le suplicaron al Señor: “Auméntanos la fe”.
Entonces Jesús les narra la parábola del servidor humilde que escuchamos en el Evangelio. Lo primero que llama la atención en ese servidor es la fiel referencia a su dueño, a tal punto que aun después de acabar la tarea que se le había encomendado, se dedica a atenderlo. Todo su ser y quehacer se orienta hacia su señor. “Así también ustedes –dice Jesús a sus discípulos– cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: “Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber”.
Esa referencia es fundamental en la vida del obispo. “¿Cómo debe de ser un hombre al que se le imponen las manos por la ordenación episcopal en la Iglesia de Jesucristo?” –se preguntó el Papa Benedicto XVI–. Y respondió: “Podemos decir: debe ser sobre todo un hombre cuyo interés esté orientado a Dios, porque sólo así se interesará también verdaderamente por los hombres” (4). Y el Papa Francisco nos recordó a los obispos en Río de Janeiro que la eficacia apostólica y la fecundidad de nuestro servicio no lo aseguran los encuentros o las planificaciones, sino ser fieles a Jesús. Y sabemos bien lo que eso significa: contemplarlo, adorarlo y abrazarlo, especialmente a través de nuestra vida de oración, en nuestro encuentro cotidiano con Él en la Eucaristía y en las personas necesitadas (5). San Pablo resume con precisión su experiencia de Vida en Cristo cuando declara: “No me avergüenzo, porque sé en quien he puesto mi confianza, y estoy convencido de que Él es capaz de conservar hasta aquel Día el bien que me ha encomendado” (6).
Jesús es el Buen Pastor y a él pertenece esa porción de rebaño que está en la diócesis de Orán y que ahora la Iglesia confía a tu servicio, Gustavo. El Buen Pastor deberá ser tu referencia permanente, para que tu ministerio refleje su cercanía y el rebaño pueda oír su voz y experimentar su salvación. La tentación que acecha al pastor es el poder despojado de servicio, es dominar y poseer, quedarse con cayado y renunciar al delantal. Cuando los discípulos de Jesús intentaron esa maniobra, Jesús fue claro con ellos: “Entre ustedes no debe ser así. Al contrario, al que quiera ser el primero que se haga el servidor de todos” (7). Por tanto, es esencial para la fecundidad de nuestro ministerio episcopal, y para promover la cultura del encuentro –como nos pide el Santo Padre Francisco– un profundo lazo personal con Cristo, el Buen Pastor, “que no vino a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate por una multitud” (8).
Al Obispo se confiere en grado pleno el poder del anuncio, de la celebración de los sacramentos y de gobierno (9). Pero para comprender ese poder, hay que entenderlo según la mente de Jesús: en Él se armoniza perfectamente el servidor y el pastor, porque el que lava los pies a sus discípulos es el mismo que preside la Última cena, donde siempre el mayor debe hacerse como el menor y el superior como el servidor (10). El poder es servicio y para conducir sirviendo hay que estar cerca de la gente y ser padre y hermano; el obispo deberá hacerlo con mucha mansedumbre, ser paciente y misericordioso, pobre y austero. San Cipriano sintetizó la profundidad de ese lazo que une al obispo con su gente diciendo: “el obispo está en la Iglesia y la Iglesia está en el obispo” (11). Y esto se esclarece sólo a la luz de la fe, la esperanza y el amor, por eso San Agustín dirá: “Preséntame un corazón amante y comprenderá lo que digo” (12).
Querido Gustavo: me viene a la memoria la figura serena y sufrida de tu mamá, cuando ya se encontraba luchando con su enfermedad. Además, ella debía enfrentarse con la decisión que había tomado su hijo adolescente de consagrarse totalmente a Jesús y a la Iglesia. Sin embargo, aun en medio del dolor, dijo sí al Señor, como lo había dicho en aquel momento cuando te recibió en su seno. Servidora fiel en el Plan del Dios de la Vida, a las pocas semanas, ella partió definitivamente al encuentro gozoso con el Señor. Servir es morir a sí mismo para dar vida, así lo vivió tu mamá. Y Jesús nos manda que lo vivamos en nuestro ministerio. Mandato de amor que se abraza porque es el único mandato que libera el corazón para entregarlo en el servicio a los demás.
El Señor Jesús, Buen Pastor, te llamó y te eligió para que te pongas al servicio de su Iglesia y la sirvas amorosamente como Él quiere, siendo servidor simple y bueno para el Reino, con un amor preferencial por los presbíteros y diáconos, y por los pobres y los más necesitados. El simple servidor, es eso, simple, ve con claridad que hay más alegría en dar que en recibir. Amén.
 
Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes

NOTAS:
(1) 
Aparecida, n. 186 (cf. ChD, n. 2).
(2) Aparecida, n. 187.
(3) San Lucas, 17,10.
(4) BENEDICTO XVI, Homilía, 6 de enero de 2013.
(5) PAPA FRANCISCO, Discurso a los obispos, sacerdotes, religiosos y seminaristas, Río de Janeiro, 27 de julio de 2013.
(6) 1Timoteo 1,12.
(7) Cf. San Marcos, 10,43-44.
(8) San Marcos, 10,45.
(9) Cf. Lumen Gentium, n. 21.
(10) Cf. San Lucas, 22,26-27.
(11) SAN CIPRIANO, Epistola 33.
(12) SAN AGUSTÍN, Tratado sobre el Evangelio de San Juan, 26,4-6.



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