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 Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

 Corrientes, 1 de junio de 2013


    La fiesta del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo nos invita a contemplar la grandeza de nuestro Dios escondida en la humilde forma del pan. Hoy, nuestra mirada se detiene sobre un hecho trascendental que sucedió en la mesa de la Última Cena la noche del Jueves Santo.
El texto más antiguo que relata lo que había ocurrido allí, es el que escuchamos en la segunda lectura. Allí oímos que San Pablo les escribe a los cristianos de Corinto y les dice: “Hermanos, lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía». De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía».
Para comprender lo que Jesús hizo en ese momento, tenemos que ir a los hechos que transcurrieron el Viernes Santo hasta la madrugada de la resurrección, es decir: a su pasión, muerte y resurrección. El cuerpo y la sangre de la noche del Jueves Santo, es el mismo cuerpo y sangre del Viernes Santo y el mismo de la madrugada de la Resurrección. Por consiguiente, aceptar la invitación que nos hace Jesús a comer su cuerpo y beber su sangre, es decirle que estamos dispuestos a recorrer con Él el Viernes Santo, es decir, a morir con él, en la esperanza firme de resucitar con él; que estamos dispuestos a hacer de nuestra vida con él pan entregado y sangre derramada. Cuando el apóstol Pedro entendió el mensaje de su Maestro, dio su vida por él; lo mismo hizo Pablo y luego lo imitaron muchos discípulos y discípulas a lo largo de la historia.
El próximo 14 de septiembre la Iglesia va a beatificar al Cura Brochero. Podríamos decir que su vida de cura fue ‘hacerse pan’ y partirse diariamente por su gente de Traslasierra. Se multiplicaba milagrosamente para distribuir entre la gente el pan del perdón, junto con el pan de la instrucción; los entusiasmaba a trabajar por el progreso espiritual y material de todos. El año pasado tuvimos la gracia de recibir a otra beata argentina: la hermana Crescencia, una religiosa que falleció muy joven y, sin embargo, esos pocos años, pero vividos intensamente al servicio de los más humildes, Dios los ha multiplicado en gracia no sólo para los que la conocieron en vida, sino para todos los que ahora podemos recurrir a ella y tenerla como confidente y amiga, además de un estimulante ejemplo de cómo hay que vivir pensando en los otros.
La multiplicación de los panes se realiza siempre cuando hay alguien que está dispuesto a entregar ‘los cinco panes y los dos pescados’. Esa entrega, que por sí sola es insuficiente, sin embargo ofrecida a Jesús, se multiplica milagrosamente: ésa es la dinámica interior del amor cristiano: animarse a dar vida, porque cuanto más se da, mayor es el fruto que se cosecha. El verdadero triunfo en la vida no se mide por lo que una persona acumula para sí misma en dinero, fama y poder: todo eso es apariencia y tarde o temprano se derrumba. Aquello que realmente vale es lo que se entrega y comparte con los demás. Ése es el camino que nos enseña Jesús, camino que nos llena de vida y de verdad.
El poder de Dios no se rige por los criterios del mundo que apuesta a la fuerza y el dominio para demostrar su poderío, efímero y débil al final de cuentas. El Año de la fe es una ocasión providencial para conocer más a Dios y tener una idea más clara de quién es y cómo actúa. Al dirigir hoy nuestra mirada creyente hacia el pan y el vino consagrados, y ver en ellos el Cuerpo y la Sangre de Cristo, preguntémonos qué imagen tenemos de Dios. En el Credo profesamos la primera verdad sobre Dios, cuando decimos ‘Creo en Dios Padre todopoderoso’. ¿Qué imagen nos hacemos de su poderío cuando lo contemplamos en la humilde forma del pan, que se entrega como alimento? ¿Cómo se manifiesta la omnipotencia de Dios? ¿Cómo entender su poder ante el sufrimiento de un inocente? ¿Qué hace Dios todopoderoso mientras tantos seres humanos son atropellados en su dignidad y no se respetan sus derechos más elementales, como son el derecho a la vida, a la salud, a la educación y al trabajo digno? Y tantas otras preguntas que duelen y reclaman de Dios una respuesta.
La respuesta de Dios es Jesús. Él es el poder de Dios y toda su grandeza se revela en su Hijo muerto en la Cruz por nuestros pecados y ahora resucitado y lleno de gloria junto al Padre. El amor vence, en cambio el dominio aplasta. El poder de Dios es el poder del amor y del servicio. Lo que Jesús nos pide es que creamos en él: «Crean en mí». La fe en Dios, cuando es auténtica, genera fraternidad entre los hombres y reproduce, en cierto modo, la multiplicación de los panes. «Denles ustedes de comer», es el mandato que Jesús mantiene vigente hoy para el que cree en él. Jesús nos invita a realizar con él milagro de la multiplicación de los panes practicando la solidaridad, sin miedos, como nos recordó estos días el Papa Francisco: “poner a disposición de Dios aquello que tenemos, nuestras humildes capacidades, porque solo en el compartir, en el donarse, nuestra vida será fecunda, dará frutos”. Esto vale tanto para la vida de la Iglesia como para la sociedad.
Cuando entregamos ‘los cinco panes y los dos pescados’, luego él mismo realiza el milagro de multiplicarlos y sorprendernos con la abundancia, como todas las cosas que Dios hace. Jesús nos muestra que Dios Padre Todopoderoso actúa su omnipotencia por el amor y la misericordia. El ‘fuerte’ de Dios es su compasión. Por eso, cuando el hombre le entrega su corazón y deja que el Espíritu Santo lo transforme, se convierte en un ser poderoso, pero no con la omnipotencia de este mundo, sino con el poder de Dios, que ama, sirve y perdona.
El Papa Francisco nos invita a renovar nuestra fe en Jesús resucitado con palabras sencillas y conmovedoras, como las que pronunció en la Misa de la Vigilia pascual: “Aceptá que Jesús Resucitado entre en tu vida, recibilo como amigo, con confianza: ¡Él es la vida! Si hasta ahora has estado lejos de él, da un pequeño paso: te acogerá con los brazos abiertos. Si sos indiferente, aceptá arriesgar: no vas a quedar decepcionado. Si te parece difícil seguirlo, no tengas miedo, confiá en él, tené la seguridad de que él está cerca de ti, está contigo, y te dará la paz que buscás y la fuerza para vivir como él quiere”.
Para concluir, miremos a María, en la bella imagen de la Virgen Peregrina que nos acompaña en esta celebración: ella puede acercarnos a Jesús porque es la que mejor lo conoce. El beato Juan Pablo II , llamó a la Madre de Jesús mujer “eucarística”, porque ningún ser humano alcanzó a vivir una relación tan estrecha con Jesús como lo hizo ella. No hay nada más hermoso y más profundo que vivir para los otros. En eso consiste una vida eucarística. Es vida indestructible porque es vida de Dios, aunque a los ojos humanos aparezca frágil, pero lleva en sí la fuerza de Dios que ‘derriba a los poderosos de sus tronos y eleva a los humildes’. ¡Tan bien lo entendió la Virgen María, cuando colmada de alegría en el Espíritu, cantó el Magníficat! Que también nuestras palabras y gestos reflejen ‘eucaristía’: es decir, a un Dios cercano, amigo y siempre dispuesto a entregarse en el servicio humilde a todos. Amén.
Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes

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