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 Homilía Viernes Santo

 Iglesia Catedral, 29 de marzo de 2013

 “El que vio esto –es decir, el que vio lo que acabamos de escuchar– lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean”, oímos que declaraba el discípulo amado, el que estuvo al pie de la Cruz, con María, la Madre de Jesús. La pasión y muerte de Jesús constituye una verdad fundamental de nuestra fe y así lo profesamos en el Credo: Creo en un solo Señor, Jesucristo, que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado. Por nosotros bajó del cielo y por nuestra causa fue crucificado, padeció y fue sepultado. Por el inmenso amor que Dios nos tiene, Él se acercó a nosotros y nos abrazó: el amor, cuando es verdadero, acerca, asume y renueva. Por eso, el que contempla al Crucificado y lo abraza en su corazón, recobra la esperanza y se siente profundamente transformado.
El Viernes Santo es un día para acompañar a Jesús, el Hijo de Dios, en el insondable misterio del dolor y la muerte, consecuencia del pecado de los hombres. Recordemos –nos dijo el Papa Francisco en la homilía de inicio de su ministerio petrino- que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida. Es necesario vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. Esas palabras nos deben llevar a pensar cuánta responsabilidad nos cabe a cada uno en continuar prolongando la pasión de Jesús, por ejemplo, cuando tratamos mal a los otros; cuando no cumplimos con responsabilidad las obligaciones conyugales, familiares y laborales; o cuando arrinconamos a Dios sólo a los momentos en los que sentimos necesidad de él. Al contemplar al Crucificado, supliquemos que nos alcance la gracia de hacer un giro radical y sincero de nuestra vida.
El Papa Francisco, en su primera homilía, nos recordó cuál es la clave para poder hacer ese cambio radical: “Yo quisiera que todos –dijo– después de estos días de gracia, tengamos el valor; sí, el valor, de caminar en presencia del Señor, con la Cruz del Señor, de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor que se derramó en la Cruz; y de confesar la única gloria: a Cristo crucificado”. En la misma dirección que nos ponen esas palabras del Santo Padre, hemos iniciado ayer la celebración del Triduo Pascual con la narración que nos presentaba a Jesús lavando los pies a sus discípulos. Hoy, ese ‘lavatorio’, llega a su máxima expresión: dar la vida por amor. Ese es el momento culminante de la historia: por el inmenso amor que Dios nos tiene, Cristo “bajó del cielo y por nuestra causa fue crucificado, padeció y fue sepultado”. Y Dios lo resucitó al tercer día, por eso nuestra esperanza no será defraudada.
El sentido de la vida cristiana encuentra su verdadera orientación si se la vive a la luz de Cristo crucificado. Pero aun la sana razón nos dicta que es simplemente humano poner la propia vida al servicio de los otros. Por eso son muchos los hombres y mujeres, que aun sin profesar la fe cristiana, descubren que amar de verdad es darse a sí mismo, ofrecerse, sacrificarse, y entienden que así la vida tiene sentido y vale la pena vivirla.
Pero la fe nos hace ver mucho más allá de la simple condición humana: Dios en persona recorrió ese camino de darse a sí mismo hasta el final. Por la fe sabemos que Jesús, Dios de Dios y Luz de Luz –como recitamos en el Credo– transitó ese camino hasta sus últimas consecuencias: murió y fue sepultado y al tercer día resucitó de entre los muertos y subió al cielo. Ahora camina resucitado en medio nuestro, invitándonos a tomar su cruz, a caminar en la esperanza y a sostenernos mutuamente mediante el servicio humilde y generoso a los otros.
María Santísima, traspasada de dolor, pero de pie junto a la Cruz de su Hijo, nos anima diciéndonos que la cruz dolorosa abrazada con Jesús, se vuelve cruz dorada, bendita Cruz que nos reconcilia con Dios, con el prójimo y con toda la creación. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes


NOTA: a la derecha de la página el texto completo en formato de word: HOMILIA


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