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MONS. STANOVNIK EN LA MISA CRISMAL

La santidad de vida es un don precioso que podemos ofrecer a nuestras comunidades en el camino de la verdadera renovación de la Iglesia

Se realizó la santa Misa Crismal en la Iglesia Catedral "Nuestra Señora del Rosario". Presidió la celebración el Arzobispo de Corrientes, monseñor Andrés Stanovnik, quién estuvo acompañado por monseñor Domingo Salvador Castagna, Arzobispo emérito de Corrientes. Todo el presbiterio de la Arquidiócesis estuvo presente, pues se trata de una celebración especial, en la que además de bendecirse los santos óleos los sacerdotes renuevan sus promesas sacerdotales.
Por esto, monseñor Andrés Stanovnik dirigió en la Homilía palabras especiales a los sacerdotes, resaltó que Cristo siente por ellos "amor de hermano", y que de esta manera los pone "en comunión de vida con él y nos hace participar de su sagrada misión. Vida y misión nada fáciles, porque nos colocan detrás y muy cerca de Jesús, para seguir sus pasos y actuar en su nombre".

1. El Prefacio que vamos a recitar esta noche, al iniciar la Plegaria Eucarística, tiene un hermoso párrafo sobre el sacerdocio. Dice así: “Constituiste a tu único Hijo Pontífice de la Alianza nueva y eterna por la unción del Espíritu Santo, y determinaste, en tu designio salvífico, perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio. Él no sólo ha conferido el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo, sino también, con amor de hermano, ha elegido a hombres de este pueblo, para que, por la imposición de las manos, participen de su sagrada misión. Ellos renuevan en nombre de Cristo el sacrificio de la redención, y preparan a tus hijos al banquete pascual, donde el pueblo santo se reúne en tu amor, se alimenta de tu palabra y se fortalece con tus sacramentos. Tus sacerdotes, Señor, al entregar su vida por Ti y por la salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo, y así dan testimonio constante de fidelidad y amor.” Realmente un párrafo bellísimo. Les propongo que esta noche meditemos sobre la hermosa expresión “con amor de hermano”, que está referida directamente al sacerdocio ministerial. Sin embargo, al reflexionar juntos sobre ella puede ser de gran beneficio espiritual para los diáconos permanentes, como también para todos los que fuimos alcanzados por Cristo, y llamados a ser sus discípulos y misioneros.

2. Recordemos la parte del texto donde aparece la expresión que queremos destacar: “Él no sólo ha conferido el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo, sino también, con amor de hermano, ha elegido a hombres de este pueblo, para que, por la imposición de las manos, participen de su sagrada misión”. Haber sido elegidos con “amor de hermano” revela una intimidad muy especial del Señor, un trato preferencial con aquel que es llamado al sacerdocio. No podía ser de otro modo: era necesario ese amor de hermano de Jesús hacia el sacerdote, para que éste pudiera participar de su sagrada misión. ¿Cómo podríamos hacerlo si no tuviéramos la gracia de una especial intimidad con él?

3. Ese amor de hermano que él siente por nosotros nos pone en comunión de vida con él y nos hace participar de su sagrada misión. Vida y misión nada fáciles, porque nos colocan detrás y muy cerca de Jesús, para seguir sus pasos y actuar en su nombre. Nuestra misión es renovar, como dice el Prefacio de esta misa, en nombre de Cristo, el sacrificio de la redención. Y esta misión no consiste en una mera función o prestación de un servicio religioso. El amor de hermano de Jesús por el sacerdote lo hace amigo suyo, discípulo con vocación de parecerse cada vez más a él y misionero que dé testimonio constante de fidelidad y amor por la salvación de sus hermanos. Estamos llamados a parecernos a él, a tal punto que quien nos trate debe percibir que está en presencia de Jesús. Ni más ni menos. El presbítero, amado con amor de hermano por Jesús, se convierte así en misionero de ese amor de hermano para sus fieles.

4. En la mesa de la Palabra y de la Eucaristía aprendemos a compartir los sentimientos de Cristo y a descubrir la riqueza y la ternura de su amor. Se nos hace indispensable una relación personal y profunda con él, un conocimiento del corazón, propio de quien ama y de quien es amado. Ese amor de hermano nos debe hacer cada vez más hermanos y más cercanos entre nosotros y, al mismo tiempo, cada vez más entregados a la comunidad, especialmente a los que más sufren y a los que están lejos. En este tiempo de crisis, la gente necesita una palabra de orientación y de consuelo, además de imaginación y fortaleza para construir nuevos espacios de encuentro y de solidaridad. El sacerdote es el hombre tocado por ese amor de hermano y ungido para ser misionero de la esperanza y de la misericordia en medio de la gente.

4. El santo crisma, el óleo para los catecúmenos y el óleo para los enfermos, que consagramos en esta Misa, son signos de ese amor sacramental de Cristo, entregado por nosotros hasta el extremo, que se prolonga en la vida y el ministerio del sacerdote. ¡Cuánta luz y fortaleza nos vienen de la Cruz del Salvador para nuestra vida de comunión con él y para nuestra misión sacerdotal! ¡Qué maravilloso servicio pasa por las manos del sacerdote cuando comunica la vida en Cristo a favor de los hombres! ¿Cómo no recordar a Cristo Buen Pastor, que se inmoló en la cruz por nosotros, mientras renovamos nuestras promesas sacerdotales? Hoy, acompañados por el afecto espiritual de nuestras comunidades, queremos corresponder alegres y agradecidos al amor de hermano que Jesús tiene por nosotros y, con su ayuda, entregarnos totalmente a la misión.

5. Para concluir, quisiera recordar lo que nos dijo el Santo Padre el viernes de la semana pasada a los obispos que estuvimos con él. Ante todo, nos recordó que la primera forma de evangelización es el testimonio de la propia vida. La santidad de vida –dijo– es un don precioso que podemos ofrecer a nuestras comunidades en el camino de la verdadera renovación de la Iglesia. Más adelante, señaló que los retos de la época actual requieren más que nunca sacerdotes virtuosos, llenos de espíritu de oración y sacrificio, con una sólida formación y entregados al servicio de Cristo y de la Iglesia mediante el ejercicio de la caridad. Nos advirtió, además, sobre la gran responsabilidad que tenemos de aparecer ante los fieles irreprochables en nuestra conducta, siguiendo de cerca a Cristo y con el apoyo y aliento de los fieles, sobre todo con su oración y comprensión. Para que esto se haga realidad en nosotros, recurrimos humildemente a la poderosa intercesión de la Virgen de Itatí, tierna Madre de Dios y de los sacerdotes. Junto con nuestro pueblo, le pedimos que nos libre de todo mal y nos lleve a la intimidad con su Hijo Jesús, para renovar con él el amor de hermano y comunicarlo gozosos con el testimonio de nuestra vida y misión sacerdotal.

Mons. Andrés Stanovnik, Arzobispo de Corrientes


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