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5 de Abril de 2009

Homilía en la santa Misa del Domingo de Ramos

Homilía de monseñor Andrés Stanovnik, Arzobispo de Corrientes, pronunciada durante la santa Misa de las 10 en la Iglesia Catedral "Nuestra Señora del Rosario", el Domingo de Ramos.

1. El Domingo de Ramos nos introduce a la Semana Santa, que es la semana mayor del año para los cristianos. Durante estos días vamos a revivir los pasos que dio Jesús en su pasión, muerte en la cruz y resurrección. En este camino nos encontraremos con dos grandes realidades de nuestra vida: el dolor y la muerte. Jesús los vivió en carne propia y desde ese momento, el sufrimiento y la muerte ya no son un enigma para el hombre, sino camino hacia la libertad y la vida. Hoy hemos levantado en alto ramos de palma y de olivo, proclamando a Jesús como el Salvador del mundo: el que alivia el sufrimiento y nos hace pasar de la muerte a la vida. Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en el nombre del Señor.

2. Durante esta Semana vamos a acompañar a Jesús en el camino hacia el Calvario; queremos estar cerca suyo para que nos ayude a comprender el misterio del dolor y de la muerte, como paso hacia la vida. Quisiéramos, con el auxilio de su gracia, seguirlo de cerca y sentirnos entre los suyos. Sabemos que el modo en que él sufrió y murió es el gesto más grande de amor que Dios entregó a la humanidad. Y que desde entonces, la cruz se convirtió en el signo que representa el grado más alto de amor, de libertad y de vida. Pero el precio para acceder a ese grado es morir con Jesús para resucitar con él; es hacer con él el camino de la obediencia hasta la muerte, con la viva esperanza en la resurrección. San Pablo, al meditar sobre este misterio, concluye diciendo: “por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla, en el cielo, en la tierra y en los abismos” (Flp 2, 9-10), y todo creyente se adhiera íntimamente a él y dé testimonio de su amor con la propia vida.

3. El camino de la persona que cree en Jesús es diferente. La diferencia está en la convicción de que el mal se combate con el bien y que el amor, vivido y sufrido en amistad sincera con Jesús, es más fuerte que toda la corrupción que hay a su alrededor. Para perseverar en ese duro combate, es imprescindible nutrir el amor a Jesucristo crucificado con la oración, la Palabra y la Eucaristía. En esa profunda adhesión a él encontramos la fuerza para un amor solidario y cercano a los que sufren. Se trata del amor crucificado y entregado por entero. Sólo un amor así hace familia y construye pueblo.

4. Desde que Jesús abrazó nuestra humanidad, la fecundidad del amor va misteriosamente unida al sufrimiento y a la muerte, como paso obligado hacia la libertad y la vida. Por eso, donde se plantó la cruz, allí creció un pueblo. La llamada “cruz fundacional” de Corrientes es un signo elocuente de la plantación de un pueblo con identidad cristiana y con vocación para amar y ser libre. Las palabras que nos dirigió el Santo Padre el viernes pasado a los obispos argentinos que estuvimos con él, fueron un llamado a la misión. Nos habló de la urgencia de llevar a cabo una extensa e incisiva acción evangelizadora que, teniendo en cuenta los valores cristianos que han configurado la historia y la cultura del país, lleve a un renacimiento espiritual y moral de las comunidades, y de toda la sociedad. Se trata –dijo el papa– sobre todo, de anunciar a Cristo, el misterio de su Persona y su amor, porque estamos verdaderamente convencidos de que «nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerlo y comunicar a los otros la amistad con Él» (Homilía en la Santa Misa de inicio de Pontificado, 24 abril 2005).

5. El feriado largo que se nos presenta en esta semana, es una ocasión para dedicarle más tiempo a Dios y participar en las celebraciones de la comunidad. No es posible amar lo que no se conoce. Por eso, aprovechemos estos días para estar más con Jesús, y pedirle que nos dé la gracia de abrazar con él nuestras cruces cotidianas, de comprender que la cruz es la puerta que nos abre el camino hacia la Pascua, hacia la vida plena y la libertad que nos trae el Resucitado. Sólo estando con él, podemos conocer el insondable misterio del amor de Dios, que se nos revela en su Persona. Durante esta semana démonos tiempo para leer y meditar sobre todo los textos de la pasión de Jesús, especialmente del evangelista san Marcos, que hemos escuchado hoy.

6. María de Itatí, la Madre de Jesús, nos acompaña en estos días, mientras seguimos de cerca los pasos de su Hijo, como lo hizo ella con los discípulos y discípulas del Maestro. Su presencia junto a la Cruz de Cristo nos infunde confianza. Dejémonos llevar por ella y entremos confiados en el gran misterio de amor y de vida que se nos revelan a través de la muerte y resurrección de Jesús.

Mons. Andrés Stanovnik , Arzobispo de Corrientes


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