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 Homilía en la Misa de la Vigilia de oración
por la “Jornada de reflexión, diálogo y oración
por la paz y la justicia en el mundo”,
convocada por el Papa Benedicto XVI, en Asís
Corrientes, 26 de octubre de 2011

 

 Nos hemos reunido esta noche alrededor de la Mesa de la Palabra y de la Eucaristía para acompañar al Santo Padre, el Papa Benedicto XVI, en la vigilia de oración por la “Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo”, que él ha convocado para mañana, jueves, en Asís. Esta noche, en San Pedro, junto a los fieles de la diócesis de Roma, él mismo preside la vigilia de oración, para cual ha pedido que las Iglesias particulares y las comunidades de todo el mundo organicen momentos de oración similares. Y hoy al mediodía, el Santo Padre expresó el deseo de que “esta peregrinación por la verdad y la paz nos ayude a marchar juntos hacia Dios, y a reforzar nuestro compromiso al servicio de la paz".
Para unirnos espiritualmente y compartir con él esta peregrinación hemos convocado a todas nuestras parroquias, capillas y comunidades, para que en sus propios lugares se reúnan y compartan con el Santo Padre esta peregrinación espiritual, orando fervientemente por sus intenciones. A su vez, en esta Iglesia catedral, nos hemos congregado las comunidades parroquiales de la Cruz de los Milagros, San Francisco Solano, Nuestra Señora de la Merced, y las comunidades de la capilla de Santa Rita, de Jesús Nazareno y de María Auxiliadora, todas acompañadas con sus respectivos párrocos y vicarios, como signo de unidad y de comunión diocesanas. Salir de los lugares donde habitualmente nos reunimos para orar, e insertarnos en una comunidad mayor, es un signo elocuente de apertura y universalidad y, al mismo tiempo, es la mejor expresión de nuestra adhesión espiritual a la convocatoria que nos ha hecho el Papa Benedicto XVI para acompañarlo en estos momentos.
En efecto, el Santo Padre irá mañana en peregrinación a la ciudad de san Francisco, a donde invitó nuevamente a los hermanos cristianos de las diferentes confesiones, a los representantes de las tradiciones religiosas del mundo, y, por primera vez, a personas del mundo de la cultura y de la ciencia que no profesan ninguna religión. Esa invitación se amplía, en cierto sentido, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que desean unirse a este camino. Y entre ellos estamos nosotros, dispuestos a vivir este gran momento de fe y de oración, unidos como Iglesia arquidiocesana de Corrientes, para expresar nuestra estrecha comunión con el Santo Padre y nuestro filial afecto por su persona.
Este año se cumplen 25 años de aquel histórico encuentro, que se celebró por primera vez en la historia de la humanidad, en la ciudad de Asís, el 27 de octubre de 1986, por voluntad del beato Juan Pablo II. En preparación a esa primera Jornada mundial de oración por la paz, en la que participaron jefes y representantes de las Iglesias cristianas y de las Religiones de todo el mundo, el Papa beato decía que toda religión enseña la superación del mal, el empeño por la justicia y la acogida del otro. Hoy esta fidelidad común y radical a las tradiciones religiosas respectivas es más que nunca una exigencia de la paz.
La gran jornada, que se vivirá mañana en la ciudad de Asís, tendrá como lema "Peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz". La paz sólo es posible donde los hombres, como auténticos buscadores de Dios, se ponen en camino hacia la verdad. Cuando el hombre se deja iluminar por el resplandor de la verdad, emprende de modo casi natural el camino de la paz, subrayó Benedicto XVI en su primer mensaje para la Jornada Mundial de la paz, en 2006.
No hay ser humano que, en última instancia, no busque la verdad y el bien. Todos queremos paz, es nuestro anhelo más profundo. La dificultad no está en la búsqueda, en esa natural inclinación que experimenta el hombre hacia la verdad y el deseo de la paz. Más bien, la dificultad aparece en los caminos que se transitan en esa búsqueda. Por eso es importante que se entable un diálogo con todos, creyentes y no creyentes, donde se comparta nuestra común condición de peregrinos de la verdad y de la paz. Esa común condición nos identifica como miembros de la única familia humana. Esto no significa que se deba renunciar a la propia identidad y adherir a una licuada propuesta que propicie una religión común y universal. Una acción en ese sentido sería tan absurda como pretender borrar las diferencias culturales entre los pueblos o las características propias que hacen a la identidad de las personas o de los diversos grupos humanos. Al contrario, en la medida en que la peregrinación de la verdad es vivida auténticamente, abre el camino al diálogo con el otro, se enriquece con las diferencias, no excluye a nadie y compromete a todos a ser constructores de fraternidad y de paz. De hecho, es común a todas las religiones la experiencia de que la raíz más profunda de la paz se da en el encuentro con Dios. Por ello, es trascendente el hecho de que los representantes de la comunidades cristianas y de las principales tradiciones religiosas, así como algunas personalidades del mundo de la cultura y de la ciencia, que aun no profesándose religiosos, se consideran buscadores de la verdad y sean conscientes de su responsabilidad común por la causa de la justicia y la paz en nuestro mundo. Es ejemplar que esos líderes se dispongan durante la jornada de mañana a vivir juntos un momento de silencio para la reflexión individual, como está previsto en el programa, y se encuentren luego para el debate y el intercambio.
Es necesario, como se advirtió oportunamente con motivo de esta jornada, que la violencia entre las religiones es un escándalo que desnaturaliza la verdadera identidad de la religión, esconde el rostro de Dios y aleja de la fe. Benedicto XVI considera crucial que las diversas Iglesias y comunidades cristianas, y los representantes de las demás religiones den nuevamente un testimonio creíble y convencido a favor de la paz y de la justicia en el mundo de hoy. Todos los participantes están invitados a un compromiso personal de declarar públicamente y esforzarse para que la fe y la religión no se emparenten de ningún modo con la hostilidad y la violencia, sino que concuerden con la paz y la reconciliación. Por eso, luego de ese momento de silencio y reflexión individual y a continuación del diálogo que establecerán entre ellos, la jornada concluirá con la renovación solemne del compromiso común por la paz.
Nosotros sabemos que el nombre de la paz es Jesucristo, el Príncipe de la Paz. Él es nuestra paz y él es también el camino hacia ella. Ese camino hacia Él, que es nuestra paz, es un camino estrecho, como nos recuerda hoy el Evangelio (Lc 13,22-30), porque es un camino de penitencia, de conversión del corazón y de santidad de vida. La escucha común de la Palabra de Dios, de todos aquellos que nos declaramos cristianos, nos exige dar un testimonio de unidad como respuesta generosa a la oración del Señor “que todos sean uno” (Jn 17,21), y como un aporte sustancioso al logro de la paz y de la justicia.
Al prepararnos para esta vigilia de oración, es oportuno que recordemos una vez más cuál es la verdadera raíz cristiana de la paz. Lo primero que debemos afirmar es que esa paz que tanto anhelan los hombres de hoy, es un don que proviene de Dios y no es el mero resultado de acuerdos que se pueden establecer entre los hombres. En segundo lugar, Dios nos ha dado el don de la paz mediante su Hijo Jesucristo, “por la sangre de su cruz” (Col 1,20). La cruz de Jesús, borra todo deseo de venganza y llama a todos a la reconciliación. Al respecto, el Santo Padre afirmó con palabras muy profundas, refiriéndose al amor que irradia el misterio de la cruz de Jesús: «Su “venganza” es la cruz: el “no” a la violencia, “el amor hasta el extremo”. Así lo rezamos en la oración ante la Cruz de los Milagros: “Ilumínanos con Espíritu, para conocerte más y seguir tus pasos, abrazarnos a tu cruz y vivir en tu amistad, para vencer contigo el pecado, la muerte y el mal”. Los cristianos tenemos una experiencia de humanidad única y maravillosa para proponer y compartir con los que profesan otra religión y aún con los que no creen, porque todos somos miembros de una única gran familia humana, que vive en esta casa común que es la tierra.
Al finalizar esta celebración, haremos la vigilia de adoración al Santísimo Sacramento del Altar. Allí contemplaremos el sublime misterio de amor prolongado sacramentalmente en la Eucaristía. Dejemos que el amor de Dios se derrame en nuestro interior y haga desaparecer todo aquello que nos aleja de Él, lo que nos divide y enfrenta con nuestro prójimo. María, Madre de la Iglesia y Reina de la Paz: encomendamos a tu poderosa intercesión las intenciones del Santo Padre Benedicto XVI por la paz y la justicia en el mundo. Bajo tu amparo nos acogemos también nosotros, y te pedimos humildemente que atiendas nuestras necesidades y nos enseñes a ser instrumentos de paz y de reconciliación en la casa y en el trabajo, siempre y en todas partes. Así sea. Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes

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