PRENSA > HOMILÍAS

Homilía en la solemnidad de Nuestra Señora de la Merced
Corrientes, 24 de septiembre de 2011

 

 La solemnidad de Nuestra Señora de la Merced eleva nuestro corazón a Dios y nos hace pensar en Él. María nos recuerda que las verdaderas urgencias de la vida son las cosas de Dios. Él es la meta de cada ser humano, de la humanidad entera y de toda la creación. A continuación debemos colocar la Familia y la Patria. Ambas tienen una relación muy estrecha con la advocación de Nuestra Señora de la Merced, y la Patria lo tiene prácticamente desde los orígenes de nuestro pueblo.

En efecto, el año 1591, a sólo tres años después de la fundación de nuestra Ciudad, la Orden Mercedaria se establece en Corrientes. Ellos traen la devoción a Nuestra Señora de la Merced. Luego, en forma ininterrumpida desde 1660, las generaciones de correntinos y correntinas vienen celebrando, junto con sus autoridades, la fiesta en su honor. En esa fecha, el Cabildo le hizo el primer juramento solemne y la nombró patrona de la ciudad y su contorno. Sabemos que ese juramento se ha celebrado luego en varias oportunidades. Finalmente, en el año 1960, al cumplirse el tercer centenario del primer juramento, la Legislatura Provincial sancionó la Ley por la cual reconoce a Nuestra Señora de la Merced “Patrona de la ciudad y sus contornos, quedando la obligación de este gobierno –dice el texto– de celebrarla cada año solemnemente”, tal como lo estamos haciendo hoy nosotros, con profunda emoción y gratitud.

¿Qué significa el título “Merced” aplicado a la Virgen María? Recordemos que “merced” es ante todo misericordia. María es la puerta abierta de par en par a la misericordia de Dios. Por medio de ella nos viene la “merced” de Dios. ¿Cuál es esa merced? Esa merced es Jesús misericordioso: Él es la más alta expresión del amor que no pide nada a cambio. Por eso, “merced” también quiere decir gratuidad, es decir, darse sin esperar ninguna retribución, darse hasta las últimas consecuencias. Así podemos entender a esos tres mil frailes mercedarios que dieron sus vidas en rescate de unos trescientos mil cautivos que fueron liberados gracias a la “merced” de esos hermanos. Esa merced no consistió en dar cosas, sino en darse a sí mismos. “La ‘ciudad del hombre’ no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes –afirma el Papa Benedicto XVI– sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión.” Hoy podemos declarar profundamente agradecidos que no nos hemos extinguido como pueblo, y que hemos podido construir “la ciudad del hombre”, gracias a las sólidas raíces cristianas que plantaron las generaciones que nos precedieron. De nosotros depende que las corrientes de un secularismo hostil a los sentimientos y expresiones religiosas no aplanen la mente y el corazón de nuestro pueblo.

En el contexto del Bicentenario hagamos memoria de la ejemplaridad de nuestros próceres, como Manuel Belgrano, cuya actuación en vista de la Independencia tuvo mucho que ver con la Provincia de Corrientes[1]. Su mérito fue unir los principios cristianos con el amor a la Patria y haber colaborado en evitar la ruptura con el humanismo cristiano que caracterizaba la identidad de nuestros pueblos desde sus orígenes. Para él, amar a Dios y amar a su Patria, era un binomio inseparable. La argentinidad no se comprendería sin los principios cristianos. Él había advertido que su unión –argentinidad y principios cristianos– constituía una de las más profundas raíces de nuestra identidad cultural y religiosa, y que ella nos preservaría de cometer muchos errores sociales y equivocaciones políticas. Así se explica cuando declaraba el 25 de mayo de 1812, que la obra en que estaba empeñada la Patria Argentina era obra de Dios; cuando regalaba su bastón de mando a nuestra Señora de las Mercedes y la proclamaba Capitana General del Ejército; cuando propugnaba la enseñanza de la doctrina cristiana y el respeto a los sentimientos religiosos en el reglamento de las escuelas que fundara después de aquella victoria. No es extraño pues que la Bandera Nacional que él creó también lleve los colores de la Virgen.

¿Comprendemos ahora el vínculo inseparable que hay entre amor a Dios y amor a la Patria? ¿Entre el Amor a Dios y el compromiso ciudadano? ¿Entre creer en Cristo y amar la Iglesia? ¿Entre la devoción a la Virgen y la inclusión de todos sus hijos bajo el manto de su misericordia? ¿En la absoluta incompatibilidad entre la fe cristiana y el enfrentamiento, la discriminación o el desprecio por el que piensa o vive diferente? ¡Cuánta necesidad tenemos de ver hombres y mujeres que se distingan por la coherencia y ejemplaridad de su conducta! Somos una sociedad cada vez más huérfana de ejemplaridad y en grave peligro de acostumbrarnos a la vulgaridad que se difunde por la pantalla y al salvajismo en el trato con los otros. ¿Qué mensaje nos deja Nuestra Señora de la Merced para la vida de nuestras familias, la convivencia social y la gestión pública? Si afirmamos que su presencia entre nosotros nos honra sobremanera, ¿tendrá que ver algo Ella con el progreso espiritual y material de nuestro pueblo, el mejoramiento de nuestra ciudad y su contorno, de la cual fue nombrada Patrona? ¿No deberíamos nosotros aplicar el rescate misericordioso a los cautivos de hoy? A los niños concebidos, cautivos porque no se les respeta el derecho a la vida; a los cautivos de la pobreza extrema y de las adicciones; de la salud y educación que aún no llegan a todos; a los cautivos de la inseguridad y del mal trato al ambiente donde vivimos. La Provincia de Corrientes ¿tendrá la valentía de declararse como pueblo a favor de la vida y de la familia?

El momento eleccionario que estamos viviendo debe hacernos pensar sobre el estilo de liderazgo que necesitamos hoy. En el documento Hacia un Bicentenario en justicia y solidaridad decíamos que “es fundamental generar y alentar un estilo de liderazgo centrado en el servicio al prójimo y al bien común (…) No habrá cambios profundos si no renace, en todos los ambientes y sectores, una intensa mística del servicio, que ayude a despertar nuevas vocaciones de compromiso social y político.” En el documento mencionado se alienta a los líderes de las organizaciones de la sociedad a participar en “la reorientación y consiguiente rehabilitación ética de la política”. Les pedimos –se dice allí– que se esfuercen por ser nuevos dirigentes, más aptos, más sensibles al bien común, y capacitados para la renovación de nuestras instituciones. Uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo es recuperar el valor de toda sana militancia.”

Así como el amor al prójimo es inseparable del Amor a Dios, tampoco el amor a la Patria debe desvincularse del Amor a Dios. El que los separa se engaña y confunde, porque el que dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso –afirma el apóstol san Juan–. Por ello, la dimensión trascendente de la persona humana no es un asunto meramente privado y reducido a emociones subjetivas. La verdad de Dios, sobre todo la verdad cristiana sobre Dios, tiene una incidencia fundamental en el espacio público de la convivencia ciudadana. Así lo pensaron y vivieron los grandes próceres de nuestra Patria, quienes, inspirándose en los valores del Evangelio, comprendieron que el amor a Dios es verdadero cuando va acompañado de un auténtico amor a la Patria. Hay distinción pero no separación entre el Amor a Dios y el amor al prójimo. Esa es la “merced” que nos trae la Virgen: Dios que en Jesús se ha entregado por nosotros hasta el fin, para que nosotros, siguiendo sus huellas, construyamos la ciudad del hombre de la mano de Dios y no en contra de Él.

Ayer, durante la visita que está realizando el Papa Benedicto XVI a su país natal, explicó que la Virgen "con maternal delicadeza, quiere hacernos comprender que toda nuestra vida debe ser una respuesta al amor rico en misericordia de nuestro Dios. Como si nos dijera: entiende que Dios, que es la fuente de todo bien y no quiere otra cosa que tu verdadera felicidad, tiene el derecho de exigirte una vida que se abandone sin reservas y con alegría a su voluntad, y se esfuerce en que los otros hagan lo mismo. 'Donde está Dios, allí hay futuro'. En efecto: donde dejamos que el amor de Dios actúe totalmente sobre la vida, allí se abre el cielo”. ¡Nuestra Señora de la Merced, muéstranos el camino de Jesús! Y nosotros, ¡dejémonos guiar por Él a las alturas de Dios! ¡Él quiere que nuestra Provincia y nuestra Patria alcancen esas alturas! Que así sea.
Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes


[1] Cf. García Enciso, José Enrique, Estampas del General Manuel Belgrano, su paso por Corrientes, Moglia Ediciones, Corrientes, año 2007.

ARCHIVOS