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Homilía en la fiesta de Santa Clara
E institución del Ministerio del Acolitado al Lector Antonio De Iacovo
Monasterio de las Clarisas, Corrientes, 11 de agosto de 2011
La fiesta de nuestra Santa Madre Clara nos reúne en torno al Altar para celebrar el misterio de la Eucaristía, fuente y cumbre de toda la vida cristiana. Los primeros cristianos, perseguidos por reunirse los domingos a celebrar la Cena del Señor, confesaban su fe en los tribunales romanos diciendo: “no podemos vivir sin el domingo”. Es decir, no podemos vivir sin celebrar la Eucaristía. Para ellos era una cuestión de vida o muerte: se sentían vivos porque podían celebrar la Santa Misa.
La intensidad con la que Clara vivió este misterio lo podemos observar en la imagen que preside este templo: ella aprieta contra su corazón a Jesús Eucaristía. En ese gesto la santa ilustra quién fue el centro vital de toda su existencia. Como su amigo y contemporáneo Francisco de Asís, Clara, enamorada de Dios, no puede hacer otra cosa que abrazarlo, o dicho con más precisión: de dejarse abrazar por Jesús. Al contemplarla, también nosotros anhelamos que Dios nos haga sentir ese abrazo total, porque sólo en él sabemos quiénes somos y sólo con él podemos reconocer que al lado nuestro hay hermanos y hermanas.
En la tercera carta que Clara le envía a su amiga Inés, también consagrada al Señor como ella, le escribe así: “El Señor Jesucristo guardará tu virginidad siempre intacta y sin mancilla. Amándolo, eres casta; abrazándolo, te harás más pura; aceptándolo, eres virgen. Su poder es más fuerte, su generosidad es más alta, su aspecto más hermoso, su amor más suave, y todo su porte más elegante”. La Madre Clara no describe una ilusión, una ilusión no dura toda la vida, no soporta el paso de los siglos. Clara le habla de una experiencia real, le transmite lo más verdadero y real de esta vida y de la otra. Ellas siguen a Jesús, porque él es capaz de llenar de sentido y de plenitud la vida entera de una persona y de toda la familia humana. Y el hecho de conocerlo nosotros, nos llena de gozo y de profundo agradecimiento Dios por la presencia de las hermanas clarisas en nuestra Iglesia de Corrientes.
En esta celebración, además, vamos a asistir a la institución del Ministerio del Acolitado. El Lector Antonio De Iacovo, quien se está preparando para recibir el Orden Sagrado en los próximos meses va a ser instituido Acólito, ministerio que se recibe antes del diaconado. Seguir a Jesús o acolitarlo son realidades muy parecidas. Acolitos en griego quiere decir “el que sigue”, “el que va detrás”, “el que acompaña”. No hay acólito si no hubiere alguien a quien seguir. Nadie “va detrás”, si no hay otro que va adelante. El que precede nuestro camino Jesús. Él le da un significado totalmente nuevo al acolitado. El nuevo vínculo que Jesús crea con el discípulo, lo define él mismo: “ya no los llamo servidores, los llamo amigos”. El discípulo es amigo porque el Maestro amigo lo invita a una comunión de vida con él. “El que quiera seguirme –nosotros podríamos traducir por “el que quiera acolitar”– que tome su cruz cada día y venga conmigo”.
Lo mismo vale para la consagración religiosa: es seguimiento apasionado de Jesús, Camino, Verdad y Vida. Aparecida coloca la vida consagrada en clave de vida “apasionada”, es decir, marcada por la pasión, pero no por una pasión de telenovela, siempre infecunda y curvada sobre sí misma, por eso llorosa y sentimental, sino por la pasión de Jesús. Son muy hermosas las palabras de Aparecida para la vida consagrada vivida en clave de pasión:
“La vida consagrada está llamada a ser una vida discipular, apasionada por Jesús-camino al Padre misericordioso, por lo mismo, de carácter profundamente místico y comunitario. Está llamada a ser una vida misionera, apasionada por el anuncio de Jesús-verdad del Padre, por lo mismo, radicalmente profética, capaz de mostrar a la luz de Cristo las sombras del mundo actual y los senderos de vida nueva, para lo que se requiere un profetismo que aspire hasta la entrega de la vida, en continuidad con la tradición de santidad y martirio de tantas y tantos consagrados a lo largo de la historia del Continente. Y al servicio del mundo, apasionada por Jesús-vida del Padre, que se hace presente en los más pequeños y en los últimos a quienes sirve desde el propio carisma y espiritualidad.”
Ambos, el acólito y la mujer consagrada viven del altar: ellos se entienden únicamente a partir del misterio eucarístico. El Cuerpo de Cristo, cuerpo eucarístico y eclesial, es el punto focal del servicio que desempeña el acólito. Para ello, el Acólito debe disponerse con gran respeto y fe ante el Misterio de la fe por excelencia: la Santa Misa; acercarse a ella con un corazón contrito y valorar la importancia del sacramento de la Penitencia, que está íntimamente relacionado con la Eucaristía; consolidar la aptitud para el celibato y la capacidad para la soledad, afianzando su amistad con el Señor y su entrega al servicio de la Iglesia; y delinear progresivamente el estilo propio del pastor a ejemplo de Jesús Buen Pastor, en la caridad pastoral y en la pastoral misionera de la comunidad diocesana.
Por su parte, la clarisa, consagrada en cuerpo y alma al Señor Jesús, se convierte en transparencia eucarística y eclesial. De ese modo, ella anticipa en su total entrega a Aquel, cuyo “poder es más fuerte, su generosidad es más alta, su aspecto más hermoso, su amor más suave, y todo su porte más elegante”, al que es omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, todo bien y sumo bien. De ese modo, ella infunde con su vida y oración un nuevo soplo de vida en la Iglesia y en los hombres de hoy, sedientos de verdad y de amor.
Nuestra Santa Madre Clara, abrazada a Jesús, quiere encender a todos en el amor a Dios y a los hermanos. Que también nosotros descubramos cada vez más la poderosa fuerza que emana de esa “humilde sublimidad que se esconde bajo una pequeña forma de pan” –como decía san Francisco– y con él exclamemos conmovidos: “¡Oh humildad sublime! ¡Oh sublimidad humilde!, pues el Señor del universo, Dios e Hijo de Dios, de tal manera se humilla, que por nuestra salvación se esconde bajo una pequeña forma de pan.” Y pidamos que de esta profunda experiencia de intimidad con Jesús, se alimente y fortalezca nuestra misión en la Iglesia y en la sociedad.
Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes
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