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 Homilía en la fiesta de San Pantaleón
Corrientes, 27 de julio de 2011

 

 Con esta espléndida manifestación de fe estamos concluyendo la novena en honor de san Pantaleón. Todos los años, para esta fecha, una multitud de peregrinos se sienten atraídos por la devoción al santo médico de los cuerpos y de las almas. Aquí estamos nosotros, ante todo para agradecerle a Dios el don de la vida y de la fe. Lo hacemos suplicando la intercesión de san Pantaleón, amigo y fiel discípulo de Jesús, con quien se identificó y a quien amó por sobre todas las cosas. En él creyó y él fue para su vida Camino, Verdad y Vida (cf. Jn 14,6).

Para nuestro santo no había cosa más grande y más importante que la fe en Dios y el cuidado de la vida humana. La fe en Jesús y en la Iglesia le daba fortaleza para vivir su vocación al servicio del prójimo, sobre todo allí donde la vida se mostraba más frágil y necesitada de ayuda. Él no separaba la fe en Dios y el amor al prójimo, al contrario, la fe sostenía la generosidad de su entrega.

Por su gran fe en Jesús y en la Iglesia, y por su generosa dedicación a los enfermos, se lo venera como el médico de las almas y de los cuerpos. Todos los santos se distinguen por haber amado intensamente a Dios y por haberse entregado en grado heroico en bien de sus hermanos. Ellos comprendieron que no se puede amar a Dios en serio, si no se ama al prójimo que se tiene al lado. Por eso, san Pantaleón, habiendo sido un médico de gran prestigio fue, al mismo tiempo, un abnegado servidor de los enfermos más pobres y olvidados. Como hombre de ciencia, no se sentía inhibido por su condición de creyente, al contrario, la fe iluminaba sus conocimientos y humanizaba su corazón, para convertirlo en un médico cercano y misericordioso con sus enfermos. Los santos nos enseñan que la fe en Dios nos ayuda a valorar la vida humana en todas sus dimensiones y descubrirla como el mayor regalo que él nos hace.

Participar de la novena y celebrar la fiesta patronal es una ocasión extraordinaria para renovar nuestra fe en Jesús y en su cuerpo que es la Iglesia. Volver a Dios, es estar dispuesto a escucharlo y hacerle caso, como lo hizo la Virgen María, San Pantaleón, el beato Juan Pablo II y tantos otros cristianos que escucharon a Dios y le hicieron caso a su Palabra. Dios habla y desea establecer un vínculo de amistad con nosotros. “Ya no los llamo siervos, sino amigos…” (cf. Jn 15,15), dijo Jesús. Esto lo comprendieron los santos y por eso se distinguieron como verdaderos amigos de Jesús. La amistad es una clave muy importante para entender nuestra relación con Jesús y la de él con nosotros. Decir amistad es hablar de cercanía, de confianza, de alegría; pero es también asumir el compromiso de ser fiel y de vivir en la verdad. Ésta es la experiencia fundamental de todo cristiano llamado a ser discípulo de Jesús y en esa amistad, a ser enviado como misionero amigo de todos los hombres.

El corazón humano se abre cuando hay un clima de confianza y amistad. En ese clima se descubre ese tesoro escondido en el campo, del que nos habló el Evangelio o esa perla fina que encuentra el comerciante, vendiendo todo para conseguirla. El que abre el corazón a Dios y no se reserva nada para sí, puede entender a Jesús y gozar de su amistad. Solo cuando se abre el corazón, la mente puede entender. Cuando se tiene un corazón duro, no se quiere ni oír ni entender. Por eso, la Palabra de Dios exige un corazón de discípulo que se sienta querido por Jesús y eso lo anime a confiar en él.

En esa amistad encontramos el punto de referencia sólido, el sentido y la dirección para nuestra vida individual y social, privada y pública. Es vital tener raíces y bases sólidas, especialmente hoy, cuando muchos no tienen puntos de referencia estables para construir su vida, sintiéndose así profundamente inseguros. Hoy se difunde la idea de que todo da lo mismo y no existe ninguna verdad, ni un punto de referencia absoluto, afirmó hace poco el Papa Benedicto XVI. Eso genera inestabilidad, desconcierto y un conformismo con las modas del momento. Según ese pensamiento cada uno puede construirse a sí mismo como mejor le guste; ya no importa si se nace varón o mujer, hay distintas maneras de vivir la sexualidad, todas ellas igualmente válidas. No hay naturaleza, ni valores culturales, ni religión que sirvan de orientación. En ese modo de pensar, la vida no se vive como don de Dios, sino como una construcción arbitraria de los hombres.

En cambio, nosotros creemos que la vida es un don que recibimos de Dios y una tarea que estamos llamados a hacer en amistad con Jesucristo. Los seres humanos somos los únicos que fuimos llamados a participar de la vida de Dios. De él la recibimos y por eso queremos amarla, respetarla y cuidarla siempre, especialmente allí donde es más frágil: cuando es concebida en el seno de una mujer; y luego, en el otro extremo de la existencia humana, cuando se acerca el ocaso de la vida. Dios quiera que nuestros legisladores, con leyes adecuadas, protejan la vida tanto de la madre como del niño por nacer; y, por sobre todo, fortalezcan la familia, fundamento de la sociedad civil, comunidad natural de vida fundada en el matrimonio natural constituido por un varón y una mujer.

No podemos evitar aunque sea una breve consideración sobre la campaña electoral, por la incidencia educativa que tiene sobre toda la sociedad. Este tiempo de campaña puede ser una extraordinaria oportunidad para la formación cívica. Es como si la Provincia entera, o la Nación, se convirtiera en una gran escuela con un intenso programa de educación ciudadana. En este tiempo, mucha gente mira y escucha con atención a los candidatos. Ellos actúan como maestros de la conducta ciudadana. Sus palabras y su conducta deben ser ejemplares. No es buena señal, por ejemplo, el candidato que se entretiene demasiado con sus adversarios políticos, porque revela que tiene poco para ofrecer y probablemente mucho para saquear. El político creíble es el que propicia un ambiente de confianza y de diálogo; abre nuevos espacios de encuentro, de participación y de colaboración, inclusive con sus adversarios políticos. Dios quiera, que en la contienda electoral, que se agudizará en la medida que se acercan las elecciones, predomine el respeto a la dignidad de la persona humana, se priorice el debate de ideas y programas de gobierno, y se renuncie definitivamente a la ofensa, la descalificación y el llamado “juego sucio” respecto del adversario. ¡Cuánto bien nos haría a todos una campaña electoral diferente! Pero realizarlo depende, en este caso, de los propios candidatos.

En el documento Hacia un Bicentenario en justicia y solidaridad (n. 22) decíamos que la nobleza de la función pública exige del candidato testimonio personal, como expresión de coherencia y ejemplaridad para el crecimiento de la comunidad. El candidato que se presenta en la campaña debe tener integridad moral, amplitud de miras, el compromiso concreto por el bien de todos, capacidad para escuchar, el interés por proyectar más allá de lo inmediato, el respeto de la ley, el discernimiento atento de los nuevos signos de los tiempos y, sobre todo, la coherencia de vida. A esto debemos añadir, que esté dispuesto siempre a proteger tanto la vida de la mujer embarazada, como del niño por nacer desde el mismo instante de su concepción.

El corazón humano se abre cuando se encuentra en un clima de confianza y amistad. Dios crea ese ambiente con su cercanía y nos invita a ser sus amigos. Para aprender a conversar con él y abrirle el corazón no hay mejores maestros que los santos. Que san Pantaleón nos haga sentir un Dios cercano y amigo. Que su luminoso ejemplo de amigo de Jesús y amigo de los hombres, sobre todo en los hermanos y hermanas que la sociedad margina y descarta, nos anime a imitarlo. Que esta comunidad parroquial que está bajo la advocación de san Pantaleón encuentre en él la inspiración para ser una comunidad reconciliada, alegre en la fe, y amante y misionera de la vida humana.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap
Arzobispo de Corrientes

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