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 Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo
Corrientes, 26 de junio de 2011

 

 Cantemos al amor de los amores

La Iglesia vive hoy con mucha alegría la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, porque es la fiesta del amor de Dios. Amor que tiene una triple dirección. En primer lugar, el inmenso amor de Dios hacia sus criaturas. En segundo lugar, la correspondencia a ese amor de parte nuestra. Y en tercer lugar, en ese amor de Dios, estamos llamados a amarnos los unos a los otros. El matrimonio, la familia y la función pública en todas sus expresiones deben ser reflejo de ese amor y manifestarse con un estilo cercano, respetuoso y sincero. Ese estilo lo aprendemos de Dios mismo, que se hizo oír poderosamente por medio de su Hijo Jesucristo, no como una palabra que resuena y se pierde en el espacio. Su voz poderosa se hizo Palabra hecha carne, que establece con el hombre un contacto originalísimo: se hace alimento, comida, pan de Vida.

La imagen más tierna del amor de Dios es una madre que alimenta a su criatura. Pero Dios va aún más lejos: en su Cuerpo y su Sangre se da totalmente a sí mismo y de esa manera nos revela que nos ama sin límites. Así como la criatura desde que es concebida necesita el alimento de su madre, así también necesita percibir que Dios lo ama. Es muy interesante constatar que la primera palabra que pronuncia el bebé no es “yo”, sino “mamá” y luego “papá”. Ése es también el momento para aprender a decir Jesús y sentir que hay un amor más grande y que ese amor abraza a mamá, a papá, a los hermanos y a la vida entera. ¡Se dan cuenta qué importante es ese momento para la criatura! ¡Y para los padres! ¡Qué vacío queda el corazón humano cuando desde la cuna no se oye hablar de Dios y de su amor! Peor aún, cuando la educación escolar que se imparte luego a los niños y a los jóvenes se encarga de extinguir de su conciencia toda referencia a la dimensión trascendente de la vida. Cuando se debilita o se pierde esa referencia esencial, el ser humano se vuelve inseguro, vive con miedo y se torna agresivo. ¿No son acaso esos los síntomas que nos preocupan y que percibimos hoy en muchos niños y jóvenes?

Necesitamos aprender de nuevo el estilo de Dios: Él es el Pan de vida que alimenta a sus hijos y crea lazos de comunión y de amistad con él y entre ellos. La Iglesia, que es misterio de comunión y misión tiene pasión por la unidad y sufre donde hay división y enfrentamiento. La unidad en la comunión es su vida y su misión. El Pan de Vida nos fortalece para construir la civilización del amor y edificar la convivencia social en la amistad, el respeto y en la mutua colaboración.



Dios está aquí, venid adorémosle

Nosotros creemos que Dios está aquí y que su presencia tiene mucho que ver con todos los aspectos de nuestra vida. Si no fuera así, si Dios fuera una realidad ajena y lejana a nuestras alegrías y sufrimientos, ¿quién se interesaría por él? Pero no es así, él está y nosotros creemos y profesamos públicamente su presencia real en la Sagrada Eucaristía. ¿Qué quiere decir presencia real? Digámoslo con las palabras del Catecismo (n. 1374), para las que el Espíritu Santo nos dará su luz para entender y también el ardor del corazón para dejarnos abrazar por esa presencia. Presencia real significa que en el sacramento de la Eucaristía están contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero. El Santo Cura de Ars, con un lenguaje sencillo y directo decía señalando el sagrario: “Ahí está Jesús, el que nos ama tanto”. Cuando estamos delante de él, podemos decir con total seguridad: estoy delante de Jesús, estoy delante de Dios.

Si Dios está aquí, si se ha comprometido definitivamente con el destino del hombre, la religión no puede ser una realidad separada de la sociedad. Al contrario, la religión nos recuerda que la dimensión trascedente del ser humano es parte esencial y constitutiva de toda la vida del hombre. Por lo tanto, escuchar a Dios, es una condición para la búsqueda del bien común; para el respeto, promoción y defensa de la vida desde su concepción y hasta su muerte natural, para la justicia y para la reconciliación en la verdad, afirmó recientemente el Papa Benedicto XVI. La compleja y rica cultura que nos caracteriza, se fue conformando gracias a los valores cristianos que impregnaron la vida pública y nos dieron identidad. En la profunda crisis espiritual, moral y cultural por la que estamos atravesando, debemos estar muy atentos para no perder lo esencial y no negociable de la riqueza de valores que recibimos, no para repetir el pasado, sino para iluminar el presente y orientar el futuro siempre para el bien del hombre y de todos los hombres, especialmente de los más pobres, como también a favor del ambiente en el que habitamos y al que tratamos muy mal. Ese es un compromiso que entraña la Eucaristía, nos recuerda el Catecismo (n. 1397).



Cristo Jesús, en ti la Patria espera

Un valor esencial es la familia. En el Año de la vida, recordemos lo que dijo el beato Juan Pablo II: una auténtica familia, fundada en el matrimonio entre un varón y una mujer, es en sí misma una “buena noticia” para el mundo. Y recientemente el Papa Benedicto XVI se dirigió a las familias con palabras llenas de afecto y les dijo: Queridas familias, alégrense por la paternidad y la maternidad. La apertura a la vida es signo de apertura al futuro, de confianza en el porvenir. El admirable sacramento del amor eucarístico debe llevarnos a una profunda adoración y también a un serio compromiso con todas las situaciones donde la vida humana se encuentre en peligro o no pueda desarrollarse dignamente.

En consecuencia, acercarnos a Jesucristo en la Eucaristía, comer su Cuerpo y beber su Sangre, nos obliga a hacernos cargo de tantos hermanos que sufren en su cuerpo y en su espíritu, porque ellos también son Cristo. En el Día internacional de la lucha contra la drogadicción, recordemos que entre los pobres más pobres están los niños, adolescentes y jóvenes, que viven esclavizados por la droga, y también sus familias desconsoladas e impotentes ante este doloroso flagelo. Debemos hacernos cargo de ellos, aunque el mejor remedio es la prevención que actúe sobre la causa principal que la genera: el vacío de esperanza y de proyectos que se pretende colmar por una felicidad artificial que destruye el cuerpo y el alma.



Iglesia eucarística es Iglesia misionera. La Eucaristía, mientras nos une a Cristo y en él nos hace hermanos unos de otros, es la escuela donde se aprende a misionar al estilo de Jesús. Ese estilo se distingue precisamente por su cercanía y su amistad. La cercanía crea confianza y la confianza promueve la inclusión y fortalece la amistad. Esas notas deben distinguir la vida y la misión de todos en la Iglesia: obispos, sacerdotes, diáconos, personas consagradas, agentes de pastoral, y fieles laicos. La que comprendió en profundidad y vivió con intensidad la cercanía de Dios, fue obviamente María, la Madre de Jesús, a quien llevó en su seno. Por eso, ella puede guiarnos hacia el encuentro de este admirable sacramento, por el cual Dios nos alimenta y santifica, nos ilumina con la misma fe y nos congrega en una misma caridad. Con razón exclamamos antes de la comunión: ¡Dichosos los invitados a la Cena del Señor! El altar es una mesa abierta a todos y no sólo para unos pocos. Allí aprendemos a compartir, nos saciamos de la abundancia de sus frutos y descubrimos la verdadera alegría de vivir (cf. Mc 6, 42-46). Hoy llevaremos a las calles de nuestra vida cotidiana el Pan eucarístico para que todos sientan a un Dios cercano y amigo de los hombres, a quien le cantamos llenos de fe y esperanza: Cristo Jesús, por quien la Patria espera ser un hogar de paz y libertad, haz que por ti, la Patria en que vivimos sea anuncio de la celestial. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik
Arzobispo de Corrientes

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