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Mensaje de Pascua-2011
En el Año cincuentenario de la Arquidiócesis (1961-2011)

La resurrección de Jesús es el acontecimiento más extraordinario en la historia de la humanidad. El Papa, en su reciente libro Jesús de Nazaret, se pregunta ¿qué fue lo que sucedió en esa noche? Dice el Papa que si la resurrección de Jesús no hubiera sido más que el milagro de un muerto reanimado y regresado a la vida, la cosa no tendría para nosotros en última instancia ningún interés. Jesús no despertaría más interés que la de un hombre con ideas interesantes sobre Dios y sobre la vida y nosotros no estaríamos haciendo más que una solemne recordación de un difunto. Si esto fuera así, san Pablo nos advierte que seríamos los hombres más dignos de lástima (1Cor 15,19).
En cambio, enseña el Papa, los testimonios del Nuevo Testamento no dejan duda alguna de que en la «resurrección del Hijo del hombre» ha ocurrido algo completamente diferente. Jesús no ha vuelto a una vida humana normal de este mundo, como Lázaro y otros muertos que Jesús resucitó. Él ha entrado en una vida distinta, nueva; y, desde allí, él se manifiesta a los suyos. Los discípulos, después de tanto titubeo y asombro inicial, ya no podían oponerse a la realidad: es realmente él; vive y nos ha hablado, ha permitido que lo toquemos. “No teman –les dijo el Ángel a las mujeres– yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho” (Mt 28,5-6). A Dios se le cree por su palabra. Cristo ha resucitado verdaderamente y sobre la verdad de su resurrección hubo numerosos testigos que, sorprendidos de asombro, dieron testimonio de haberlo «visto», «oído», «tocado» y «comido» con él (cf. Lc 24,41-42; Jn 21,12-13; 1Jn 1,1).
Este acontecimiento despierta una gran esperanza para toda la humanidad: es posible un mundo nuevo. No es algo ilusorio, un sueño, creer, esperar y colaborar para hacer realidad el hombre nuevo. Pero no porque lo podamos hacer nosotros, o porque pueda obtenerse de alguna ideología, de un sistema político, no. Es Dios quien lo hace, de él es la iniciativa y nosotros somos los primeros sorprendidos. Él mismo lo reveló a un grupo de creyentes y desde entonces el rumor se expande a lo largo de la historia: Dios salva, él es quien libera, él se comprometió a cambiarlo todo, a transformarlo desde dentro, a romper definitivamente con la corrupción, el pecado y la muerte. Pero lo inaudito y absolutamente inédito, es que lo hace con increíble humildad, descendiendo él mismo hasta los abismos de la degradación humana, sin temor a cargar sobre sí toda la suciedad y toda la noche de la humanidad; lo realiza estableciendo una alianza de vida y de amor con los que creen en él y se comprometen a ser sus discípulos. Y aquí estamos nosotros, llenos de gozo, celebrando la resurrección del Señor. Con la resurrección de Jesús amanece un nuevo día para la humanidad, una esperanza cierta, una fuente de vida digna y plena que salta hasta la eternidad.
La Iglesia celebra este acontecimiento con el Triduo del Jueves, Viernes y Sábado Santo, y culmina en la Vigilia pascual, donde lo primero que hace es bendecir el fuego nuevo en el atrio del templo. Con la luz nueva que es Cristo resucitado se inicia la peregrinación hacia el interior del templo, luz que hace retroceder las tinieblas. El Resucitado es luz que ilumina la vida de todo hombre y de la humanidad, y le da sentido a su peregrinar por este mundo. En él, muerto y resucitado, la vida humana adquiere un valor incomparable y único. En cambio, si Jesucristo hubiese sido sólo una personalidad importante, alguien que nos hubiera dejado ideas interesantes sobre Dios y sobre la vida, entonces todo permanece en una dimensión puramente humana, dice el Papa. Estamos solos en el universo y los criterios de valoración se reducen únicamente al individuo o a grupos de individuos, que se asocian entre sí mediante consensos –inevitablemente transitorios e inestables– para organizarse y sobrevivir. Así, la vida humana se torna relativa a los que dominan y deciden quiénes tienen derecho a vivir y quiénes son los que sobran. Pero no estamos solos en este mundo: Cristo venció la muerte y vive resucitado entre nosotros. Por la Pasión de Jesús, la vida y el amor triunfan sobre el odio y la muerte. Un mundo nuevo es posible, pero ahora hablamos de un mundo nuevo que se transforma por la extraordinaria fuerza de la fe, del amor y de la paz.
En el año cincuentenario de nuestra Arquidiócesis, proclamamos gozosos nuestra fe en Jesucristo y en su Cuerpo que es la Iglesia. En él somos Iglesia viva que peregrina en comunión y se siente fuertemente interpelada a la misión. Esa misión consiste en mostrar a Cristo y hacerlo creíble mediante el testimonio de una vida coherente y ejemplar. Es enorme la tarea que tenemos para humanizar nuestra vida social y política. El Santo Padre nos recordó que Jesucristo Resucitado es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad. Ella nos libera de los egoísmos que nos tienen atados y nos da alas para desarrollar las enormes capacidades y talentos que Dios puso en nosotros. Pero para acceder a esas grandes posibilidades de vida, es necesario abrazar la cruz de Jesús, aunque nos cueste creerlo y nos resulte difícil asumirlo. No se puede «ver», «oír» y «tocar» a Jesús si no estamos dispuestos a seguirlo por el camino de la cruz, porque “no hay amor «más grande» que dar la vida por los amigos” (Jn 15,13). En este camino nos alienta el gozoso anuncio de la Pascua: es verdad, Cristo murió en la cruz, resucitó y ahora vive junto al Padre (cf. Rm 8,34). Él prometió que estará siempre con nosotros hasta el fin del mundo (Mt 28,20).
A todos, gobernantes y pueblo, les deseo una santa y feliz Pascua de Resurrección. Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes

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