PRENSA > HOMILÍAS

EN LA BASILICA DE ITATI

“Familia, con María junto a la Cruz, misionera de la vida”

Homilía pronunciada en la Basílica de "Nuestra Señora de Itatí" el Arzobispo de Corrientes, monseñor Andrés Stanovnik, con motivo del inicio de año del Movimiento Familiar Cristiano. A esta celebración fueron invitados todos los movimientos laicales que trabajan en pos del crecimiento espiritual de las familias.

1. El Evangelio de hoy nos presenta un acontecimiento extraordinario que conocemos como la Transfiguración de Jesús. El texto nos dice que Jesús tomó a tres de sus discípulos y los llevó aparte a un monte elevado y allí se transfiguró en su presencia. El evangelista que describe la escena cuenta que el rostro de Jesús resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. Esta experiencia fulgurante y de una profunda felicidad que vivieron los discípulos, sucedió a los pocos días del anuncio que él les había hecho sobre su condenación, sufrimientos y muerte como algo inminente. También les había hablado sobre las condiciones para seguirlo: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará” (Mt 16, 24-25). De la transfiguración y de las condiciones para seguir a Jesús, destaquemos su cercanía con los discípulos y el tiempo que dedicó a estar con ellos. Ese estilo de Jesús, tan cercano a cada uno, se convierte en programa de vida para sus discípulos. No es un programa teórico, es un itinerario concreto para seguir a Jesucristo. Y para seguirlo hay que estar cerca, en contacto con él y no perderlo de vista.

2. La Transfiguración de Jesús ilumina la realidad del matrimonio y la familia. Para comprender su valor y su belleza, tenemos que dejar que Jesús nos tome y nos lleve al monte elevado para contemplar su rostro. En ese rostro se nos revela el proyecto que Dios ha pensado para el varón y la mujer, y en quienes él mismo ha proyectado su imagen y semejanza. La misión de la familia es plasmar ese rostro en los esposos, en los padres y en los hijos. Pero para eso, también nosotros, como aquellos discípulos, necesitamos oír de nuevo las condiciones para seguir a Jesús y así fundar el matrimonio y la familia sobre bases firmes. La propuesta que Jesús nos hace para construir esas bases es paradójica, porque según él se trata de “renunciar a sí mismo y cargar con la cruz” y a “perder la vida para encontrarla”, pero no solos, sino caminando con él. Porque encontrarnos con Jesucristo vivo, abre nuestros corazones a la comunión, a la misión y a la solidaridad[1]. El maravilloso espectáculo de la transfiguración, además de ser un fuerte impulso a la esperanza, nos enseña estar cerca unos de otros. Esto es un mensaje muy importante para la relación entre los esposos y para la relación entre padres y los hijos. Los miembros de la familia, misionera de la vida, buscan estar cerca y se alegran de poder encontrarse; son creativos para darse recíprocamente el regalo del tiempo, para escucharse, ponerse en el lugar del otro, comprenderse y abrirse a las necesidades de los demás, especialmente de los que sufren.

3. El lema que nos convoca este año: “Familia, con María junto a la Cruz, misionera de la vida”, coloca en el centro la familia y la vida, afirmando que la familia es misionera de la vida. En relación directa con ello está María junto a la Cruz. Al colocarlos en esa relación tan estrecha, estamos anunciando que María junto a la Cruz tiene un mensaje muy importante para la familia y para la vida. En realidad, no podemos comprender totalmente la familia y la vida si le quitamos la Cruz y a María junto a ella. A la luz de esto, vemos que la transfiguración, teniendo como telón de fondo la cruz de Jesús, está profundamente ligada a nuestro lema. Además, contemplar a María junto a la Cruz nos habla de cercanía, de permanencia, de fidelidad, que son las bases para construir vínculos sólidos entre las personas. Si no hay cercanía y si no permanecemos fieles unos a otros, no puede haber proyecto de vida en común. María nos está diciendo que estar cerca, permanecer y ser fiel, es posible si la fuerza nos viene de la Cruz de Jesús.

4. Recordemos que la expresión “con María junto a la Cruz” nos viene de ese otro lema que inspira nuestra preparación hacia el Centenario. Ese lema dice: “Discípulos y misioneros de Jesús, con María de Itatí, junto a la Cruz”. Cuando hablamos de familia cristiana, entendemos que ésta está constituida por miembros discípulos y misioneros de Jesús y como tal es mensajera de la vida, es decir, transmisora del don de la vida. ¿De qué vida estamos hablando? La transmisión de vida no se completa si no va junto con el don de la fe. Los padres tienen la misión de transmitir la fe a sus hijos, porque es el regalo más grande que les pueden dar. Es precisamente a través de la fe que los hijos encuentran el verdadero sentido de la vida. Por lo tanto, cuando decimos que la familia es misionera de la vida, estamos entendiendo que se trata de la vida integral y plena, donde la fe juega un papel irremplazable. Los padres son misioneros de Dios, Creador y Dador de vida, para sus hijos y por eso tienen la hermosa misión de ser sus primeros evangelizadores. Es un hermoso regalo que los padres hacen a sus hijos cuando les enseñan las primeras oraciones, los introducen progresivamente al conocimiento y amor de Jesucristo, de la Virgen y de la Iglesia. La niñez es un período maravilloso que no podemos descuidar para la transmisión de la fe. Recordemos la ternura con que Jesús trató a los niños y los presentó a ellos como modelo para recibir el Evangelio y para entrar en el Reino de los Cielos (cf. Mc 10, 13-16). Los padres, discípulos de Jesucristo, tienen que mirarlo a él y aprender cómo tratar a sus hijos, cuando son niños y también luego, cuando van creciendo.

5. A la luz de esto, vemos con dolor la situación de pobreza y desintegración que viven nuestras familias, golpeadas por la violencia intrafamiliar, el abuso sexual que padecen muchos niños; el trabajo impropio e ilegal al que se los somete; luego, en la etapa de la adolescencia, sufren las secuelas de su niñez desconcertada por carencia de armonía y efecto, que los sumerge en el mundo de la droga, del alcohol y de otros excesos. Sabemos que la pobreza no es la única causa de la desintegración de la familia y el desconcierto de niños, adolescentes y jóvenes. La misma realidad aparece en todos los estratos sociales. Además, la desintegración y la pérdida de valores, es un fenómeno que atraviesa toda la sociedad. Nos encontramos ante el complejo drama de la condición humana, expuesta ante sí misma y aterrada de su propia inconsistencia, sin vínculos ni apoyos suficientemente sólidos y confiables para proyectarse en esperanza.

6. En tiempos de crisis, el hombre está tentado de construirse a sí mismo sin Dios. Descreído de Dios, a quien responsabiliza de sus fracasos, opta por hacer su vida al margen de él. Ya no siente necesidad de ser tomado por Jesús para ser llevado a un monte elevado. Se conforma con el presente y se satisface con las cosas. Así sucede también con la familia y el matrimonio. Una vez que se excluye a Dios, no queda nada sólido y definitivo. No hay compromisos para toda la vida, sino sólo acuerdos temporales. Las parejas se hacen y deshacen al ritmo inestable de los sentimientos. Todo se vuelve relativo. Las instituciones, que en otras épocas, daban seguridad y contención a los ciudadanos, hoy son frágiles y no gozan de confianza. Pensemos, por ejemplo, en las instituciones más importantes de un pueblo: la familia, la escuela, la iglesia, el estado.

7. El ser humano, privado de su dimensión trascendente, se vuelve sobre sí mismo y se queda solo. Solo, con otros individuos solos. El hombre no se basta a sí mismo para satisfacer los deseos de plenitud y felicidad que anhela su corazón. Fue creado por Dios y para él. Cualquier reducción que se le practique lo deforma y deshumaniza. Mutilado en su trascendencia, el hombre se vuelve incapaz para establecer relaciones duraderas. De este modo, los individuos se convierten en una especie de mareas humanas que buscan consumir, satisfacer y distraerse. Nos preocupa percibir estos síntomas entre nuestros adolescentes y jóvenes e inclusive en niños. Prescindir de Dios, produce daños irreparables en la persona: la hunde en sí misma, le quita la libertad y la priva de la esperanza. La violencia, que genera inseguridad, es una consecuencia de esa falta de horizontes. Cuando el ser humano no encuentra el camino para responder a sus anhelos más profundos de humanización, se vuelve violento. Esa agresión la dirige contra sí mismo por medio de alguna adicción que lo termina destruyendo; o contra otros, a quienes despoja de lo que son y de lo que tienen. No olvidemos que el pecado se manifiesta siempre como confusión y dispersión. Sin embargo, nuestra esperanza es Jesucristo, que en la Cruz venció el pecado y nos libró de la muerte (cf. Rm 8, 2).

8. El hombre está hecho para encuentro. Todo su ser tiende hacia otro, porque fue creado a imagen y semejanza de Dios, que en su esencia es amor trinitario. Por eso, la manifestación más bella de la intimidad de Dios es el matrimonio y la familia. Y es precisamente en el matrimonio sacramento y en la familia donde el ser humano aprende a trascenderse y a vivir en comunidad. Es allí, donde descubre las oportunidades y aprende los límites. Límites que le permitan orientar su vida hacia una meta y aprender el arduo camino del amor, de la libertad y del servicio. Donde no hay límites tampoco hay camino. Su ausencia da lugar a la desolación y el caos. Esto sucede, por ejemplo, cuando no cumplimos con las leyes y normas que regulan nuestra convivencia social, política y económica. Ese incumplimiento produce inseguridad y abre la puerta a la violencia. La desolación es ausencia de luz y presencia del reino de las tinieblas. Hace poco escuché decir a una madre de familia, con hijos adolescentes, que la prueba de amor más grande que los padres pueden dar a sus hijos hoy son los límites. Pero hay que añadir inmediatamente que esa propuesta vale tanto para los padres como para los hijos y que todo límite debe servir para crear espacios y condiciones para un mayor acercamiento, diálogo y encuentro. De allí que los límites, bien entendidos, abren caminos a la trascendencia. El signo más impresionante y luminoso de todos los tiempos, que simboliza todos los límites de la naturaleza humana y, al mismo tiempo sus enormes posibilidades es la Cruz de Jesús. Él es el Camino, la Verdad y la Vida, y nosotros fuimos elegidos y llamados a ser sus discípulos y misioneros. Por eso, María junto a la Cruz, es un mensaje de alto voltaje humano y evangélico para la familia como misionera de la vida.

9. La Cruz, junto a la que está María, es la de su Hijo. Cristo crucificado es sabiduría de Dios, nos dice San Pablo (cf. 1Cor 1, 22-25). Una sabiduría que escandaliza a unos y enloquece a otros, sin embargo para los que creen, el Mesías es fuerza y sabiduría de Dios, es decir vida plena, esa que todos anhelamos profundamente. Por eso, el verdadero origen de la familia y la vida hay que buscarlo en el misterio de Dios, Amor Trino y Uno, que se nos reveló en Jesucristo y en su Iglesia. Pidamos a María de Itatí que proteja a todas nuestras familias: aquellas que tienen la gracia de vivir la fidelidad sacramental y también aquellas otras que pasan por el drama de la separación y alimentan sus esperanzas de reconstruir un hogar. Que ella, junto a la Cruz, nos recuerde siempre que sólo el amor entregado hasta el extremo, cercano, permanente y fiel, es la base firme para la familia y la vida, y que la familia se convierte en misionera de la vida digna y plena, cuando está profundamente arraigada en el Amor, pero sólo en ese amor que tiene como meta entregarse hasta el fin.

Mons. Andrés Stanovnik

Arzobispo de Corrientes


ARCHIVOS