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1° de Enero

Tras haber contemplado al Niño Dios y luego a la Sagrada Familia, la liturgia nos invita a dirigir nuestra mirada hacia María

Homilía para la solemnidad de Santa María, Madre de Dios
en el contexto de la Jornada Mundial de la Paz

El primer día del año celebramos la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios y así concluimos la octava de Navidad. En estos días, la liturgia reclamó nuestra atención hacia el misterio del Verbo hecho carne, colocando en el centro al Niño Dios. Luego, con la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José hemos contemplado el misterio de la Encarnación en el marco de la familia. Para completar esta hermosa escena, la liturgia de hoy dirige la mirada hacia María, Madre de Dios.
En coincidencia con esta fiesta, durante 43 años en forma ininterrumpida, se viene celebrando la Jornada Mundial de la Paz, con un lema y un mensaje que dirige el Santo Padre a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Para esta Jornada el Papa eligió como lema: Si quieres promover la paz, protege la creación. Antes de entrar a ver algunos puntos principales de este mensaje, quedémonos un momento con Santa María, Madre de Dios.
Al celebrar esta fiesta, nos viene espontáneamente a la memoria la expresión más bella y más nuestra que le dirigimos a la Virgen de Itatí: “Tiernísima Madre de Dios y de los hombres…” A la Madre de Dios y Madre nuestra le decimos “tiernísima”. ¿De dónde le viene a María esa inmensa ternura? Le viene de Dios. Él la hizo tiernísima Madre cuando el Verbo de Dios se hizo carne en ella. Jesús es la máxima expresión de la entrañable misericordia de Dios, que por la total disponibilidad y obediencia de María la hizo tiernísima Madre suya. Y luego, en el momento más impresionante, cuando la misericordia del Padre sostiene a su Hijo Jesús en la Cruz, él nos entrega a su Madre para convertirla en tiernísima Madre también de los hombres. María, junto a la Cruz de su Hijo, es la expresión más profunda y total de la entrañable ternura de nuestro Dios (cf. Lc 1,78).
Junto a la oración “Tiernísima Madre…”, tenemos la oración ante la Cruz de los Milagros. En ella decimos: “Señor Jesucristo, venimos a consagrarnos a Ti, ante la Santísima Cruz de los Milagros, origen de nuestro pueblo correntino y signo de tu inmenso amor por nosotros”. Nos consagramos para corresponder a ese inmenso amor de Jesús, llevado hasta el extremo de dar la vida para que nosotros tengamos vida en él. El misterio de amor y de infinita ternura que se realizó en Belén y culminó en la Pascua, nos devuelve la amistad con Dios, nos reconcilia con los otros y restablece una adecuada relación con la creación. Por eso, rezar la oración a la Virgen de Itatí y la oración ante la Cruz de los Milagros, nos hace sentir que Dios nos ama con inmensa ternura, que ese amor nos compromete a amarnos unos a otros, y que, además, nos inspira para que juntos cuidemos la creación y compartamos solidariamente los bienes que ella nos brinda.
Como decíamos al comienzo, el Papa nos invita a pensar, en este primer día del año, sobre la íntima relación que tiene la paz con el cuidado de la creación. En su mensaje nos recuerda que el mundo no es producto de un destino ciego o del azar. El mundo procede de la voluntad libre de Dios que ha querido hacer participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y de su bondad. El Libro del Génesis nos revela el que Dios creó al hombre y la mujer, a su imagen y semejanza con el mandato de cuidar la tierra y cultivarla (cf. Gn 1,28). El varón y la mujer fueron creados, podríamos decir, de “cara a Dios”, “uno frente al otro”, y ambos “sobre la tierra”. Esa armonía se ha roto porque el hombre pretendió ponerse en el lugar de Dios, es decir, ponerse “frente a él”. No quiso ser una criatura de “cara a él”. La consecuencia de esa rebeldía ha distorsionado la relación del ser humano con la tierra y los bienes de la creación: en lugar de estar “sobre la tierra”, con el encargo de cuidarla y cultivarla, terminó sometido a ella, en conflicto con sus semejantes y con el resto de la creación (cf. Gn 3,17-19). Cuando el hombre, en vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios, lo suplanta, termina provocando la rebelión de la naturaleza.
La búsqueda de la paz por parte de todos los hombres de buena voluntad será mucho más fácil –advierte el Santo Padre–, si se reconoce la relación inseparable que existe entre Dios, los seres humanos y toda la creación. Los cristianos contribuimos a esa búsqueda de la paz ofreciendo nuestra aportación que consiste en considerar el mundo a la luz de la obra creadora del Padre y de la redención de Cristo, que, con su muerte y resurrección, ha reconciliado con Dios “todos los seres: los del cielo y los de la tierra” (Col 1,20).
Como podemos ver, la visita de la Cruz y de la Virgen a nuestras instituciones y hogares, tiene para nosotros un significado muy profundo en el camino hacia el Centenario. En ellos vemos el camino que Dios nos traza para superar el caos que provoca el pecado en las relaciones del ser humano con Dios, con los otros y con las cosas. Esta visita quiere renovar el espíritu de hermandad y de servicio que tienen que reinar en nuestras instituciones y familias, porque sólo en ese espíritu vamos a poder construir una sociedad mejor para todos. Esa visita nos abre la mente para pensar que todos somos responsables –como dice el Papa– de la protección y el cuidado del medio ambiente. No se puede permanecer indiferente ante lo que ocurre en nuestro entorno, porque la degradación de cualquier parte del planeta afectaría a todos. Si traducimos las palabras del Papa a nuestra realidad, tendríamos que decir que la degradación de cualquier parte de nuestra ciudad o de nuestros pueblos, nos afecta a todos. Pensemos, por ejemplo, en la basura que se acumula en las calles y en los terrenos baldíos sobre todo en la periferia de nuestra ciudad; o en los desagües pluviales insuficientes y obstruidos por desechos de todo tipo.
¿Cómo permanecer indiferentes –se pregunta el Santo Padre– ante los problemas que se derivan de fenómenos como el cambio climático, la desertificación, el deterioro y la pérdida de productividad de amplias zonas agrícolas, la contaminación de los ríos y de las capas acuíferas, la pérdida de la biodiversidad, el aumento de sucesos naturales extremos, la deforestación de las áreas ecuatoriales y tropicales? ¿Cómo descuidar el creciente fenómeno de los llamados «prófugos ambientales», personas que deben abandonar el ambiente en que viven —y con frecuencia también sus bienes— a causa de su deterioro, para afrontar los peligros y las incógnitas de un desplazamiento forzado? ¿Cómo no reaccionar ante los conflictos actuales, y ante otros potenciales, relacionados con el acceso a los recursos naturales?
Ante este panorama el Papa dice que resulta sensato hacer una revisión profunda y con visión de futuro del modelo de desarrollo. Lo exige el estado de salud ecológica del planeta; lo requiere también, y sobre todo, la crisis cultural y moral del hombre, cuyos síntomas son patentes desde hace tiempo en todas las partes del mundo. La humanidad necesita una profunda renovación cultural; necesita redescubrir esos valores que constituyen el fundamento sólido sobre el cual construir un futuro mejor para todos. La crisis ecológica brinda una oportunidad histórica para elaborar un modelo de desarrollo global más respetuoso con la creación y de un desarrollo humano integral, inspirado en los valores propios de la caridad en la verdad.
Por ello, a una educación en la responsabilidad ecológica debe ir conjuntamente con una auténtica «ecología humana», que afirme con renovada convicción la inviolabilidad de la vida humana, la dignidad de la persona y la insustituible misión de la familia, porque es allí donde se educa en el amor al prójimo y el respeto por la naturaleza.
Por tanto, proteger el entorno natural para construir un mundo de paz es un deber de cada persona. Que los responsables de las naciones sean conscientes de ello, así como los que, en todos los ámbitos, se interesan por el destino de la humanidad: el cuidado de la creación y la consecución de la paz son realidades íntimamente relacionadas entre sí. Unamos hoy nuestra oración a toda la Iglesia, que mediante las palabras del Santo Padre invita a todos los creyentes a elevar una ferviente oración a Dios, Creador todopoderoso y Padre de misericordia, para que en el corazón de cada hombre y de cada mujer resuene, se acoja y se viva el apremiante llamamiento: Si quieres promover la paz, protege la creación.
Mons. Andrés Stanovnik
Arzobispo de Corrientes


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