PRENSA > CONFERENCIAS DEL ARZOBISPO
Corrientes, 12 de septiembre de 2014
Introducción La Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium –de acuerdo a lo que el mismo Papa Francisco afirma– es un texto en el que describe el programa de su pontificado: “Destaco –dice– que lo que trataré de expresar aquí tiene un sentido programático y consecuencias importantes. Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una “simple administración”. Constituyámonos en todas las regiones de la tierra en un “estado permanente de misión” (1). Y un poco más adelante, el Papa vuelve a pedir que se aplique con generosidad y valentía las orientaciones de este documento, sin prohibiciones ni miedos” (2). El Papa estuvo presente en la asamblea de Aparecida. Allí se dijo que “esta firme decisión misionera debe impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los planes pastorales de diócesis, parroquias, comunidades religiosas, movimientos y de cualquier institución de la Iglesia. Ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera, y de abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe” (3). La comunidad educativa, que está bajo la responsabilidad de la Iglesia, es una institución que debe interrogarse a sí misma sobre si esa “firme decisión misionera impregna realmente todos los ámbitos de la realidad escolar”. En otras palabras, la Escuela Católica deberá preguntarse continuamente si realmente cumple con su misión de iniciar a la vida cristiana a todas las personas que están implicadas en el ámbito de su acción educativa. Por eso, nos vendrá bien recordar lo que dice Aparecida sobre la Iniciación a la Vida Cristiana, porque es precisamente en ese proceso vital de educar en la fe, donde se sitúa el interrogante principal de la Iglesia. Así como la Iglesia universal se interroga hoy a sí misma sobre la transmisión de la fe cristiana en un mundo, en el que se producen cambios muy acelerados y profundos, así también nosotros debemos preguntarnos acerca de cómo vivimos, comunicamos y educamos en la vida de fe en el ámbito de nuestras comunidades educativas. Además, la Iniciación a la Vida Cristiana es el tema de la Primera Asamblea Arquidiocesana, para la cual ya nos estamos preparando. En una primera etapa de preparación están siendo convocados los delegados que representan a las diversas comunidades parroquiales. En un segundo momento, van a ser convocados delegados de los movimientos, asociaciones y comunidades educativas. Por ello, lo primero que les propongo es ver, a modo de síntesis, qué nos dice Aparecida sobre la Iniciación a la Vida Cristiana y cuál es la aplicación que de ello podemos hacer al ámbito de la Escuela Católica. Recordemos que la Escuela Católica es un verdadero sujeto eclesial, y como tal está llamada a cumplir con el fin principal que justifica su existencia: ser un espacio para la evangelización, es decir, un medio para iniciar en la vida cristiana a los niños y a los jóvenes. Sabemos que el individualismo y, en consecuencia, una mentalidad que prescinde de Dios, o que lo manipula para hacerlo funcional al mundo subjetivo de los deseos individuales, avanza cada vez más e impacta con mucha fuerza en los niños y en los jóvenes. En nuestros centros educativos percibimos que disminuye año tras año el número de jóvenes egresados que luego se desvinculan de toda práctica de vida cristiana. Por eso, el interrogante que retorna constantemente es cómo hacer para educar en la fe y transmitir a los niños y a los jóvenes la belleza del mensaje cristiano, de tal manera que realmente se identifiquen y conformen su vida de acuerdo a los valores evangélicos. Como verán, se impone con especial urgencia la pregunta sobre la calidad de nuestra Iniciación Cristiana. Por ello, les presento a continuación una síntesis sobre este tema de la Iniciación a la Vida Cristiana y el ámbito educativo, mediante un conjunto de diapositivas. Transformación misionera de la Educación El sentido programático de Evangelii Gaudium toca el corazón de la tarea educativa. Porque el único fin que justifica el hecho de que Iglesia tenga escuelas y universidades, es el mismo fin que justifica la presencia de la Iglesia en el Mundo: la evangelización, es decir, el anuncio gozoso del Evangelio. Jesucristo es el centro de ese anuncio (4). La identidad de una Escuela Católica se define por su capacidad de formar la mente cristiana de sus alumnos y de toda la comunidad educativa. Y eso exige una profunda renovación, renovación a la que está llamada con urgencia la Escuela Católica (5). Es decir, todos los integrantes de la comunidad educativa: directivos, docentes, alumnos, familias y todos los que prestan algún servicio en la institución. ¿En qué consiste esa profunda renovación? La respuesta es: consiste en rescatar la identidad católica de nuestros centros educativos. Por consiguiente, la meta que se propone la Escuela Católica, respecto de los niños y de los jóvenes, es la de conducir al encuentro con Jesucristo vivo, Hijo del Padre, hermano y amigo, Maestro y Pastor misericordioso, esperanza, camino, verdad y vida, , así, a la vivencia de la alianza con Dios y con los hombres, se dijo en Aparecida (6). No se trata de infundir una ideología, sino una concepción integradora de la realidad, que permita darle un sentido cristiano a la vida. “Todas las disciplinas se deben cultivar con el debido respeto al método particular de cada una. Sería erróneo considerar estas disciplinas como simples auxiliares de la fe o como medios utilizables para fines apologéticos. Ellas permiten aprender técnicas, conocimientos, métodos intelectuales, actitudes morales y sociales que capaciten al alumno para desarrollar su propia personalidad e integrarse como miembro activo en la comunidad humana. Presentan, pues, no sólo un saber que adquirir, sino también valores que asimilar y en particular verdades que descubrir” (7). Sin embargo, es importante decirlo, los resultados de un proceso educativo no dependen tanto de la materia o de los programas, sino principalmente de las personas que los imparten. Por ello, el llamado a una profunda transformación en la misión educativa es un desafío que toca el núcleo más íntimo de la persona del educador. “Mucho dependerá de la capacidad de los maestros el que la enseñanza llegue a ser una escuela de fe, es decir, una trasmisión del mensaje cristiano. La síntesis entre cultura y fe se realiza gracias a la armonía orgánica de fe y vida en la persona de los educadores” (8). Evangelii Gaudium es un fuerte llamado a toda la Iglesia y a todos en la Iglesia, sin excepción, a una profunda conversión pastoral y misionera. Pero esta renovación es posible sólo si tenemos una decidida confianza en la acción del Espíritu Santo, porque Él “viene en ayuda de nuestra debilidad” (Rm 8,26). Esta conciencia serena de que no es mía la obra que pasa por mis manos, sino de Dios, que es quien obra las cosas buenas en el mundo, nos hace fuertes en el camino de la humildad, que es la única senda que nos conduce al encuentro con Dios y entre los hombres. La familia, como luego la escuela, son espacios privilegiados para el crecimiento y el aprendizaje. Son lugares de encuentro, donde los vínculos que se establecen son fundamentales para crear el ambiente adecuado que favorezca el intercambio y la comunicación. Esos vínculos se pueden desarrollar sólo en un ambiente de confianza, de libertad, de serena alegría y de paz. Cuando ellas se debilitan o desaparecen, se bloquean también los canales para el intercambio y la comunicación. Es necesario recuperar la alegría y la paz, para tener la fortaleza de trabajar por una cultura del encuentro. Pero, ¿cómo se puede alcanzar esa alegría y esa paz? Y luego, ¿cómo se hace para conservarlas? I. La alegría del anuncio De mi experiencia como alumno de la escuela primaria y secundaria, me han quedado grabadas en la memoria las personas más que los saberes. Recuerdo especialmente una maestra de la primaria, y luego a un profesor y una profesora de la secundaria. De ellos recibí mucho más que los contenidos que me enseñaron. Con una valoración retrospectiva, me animaría a decir que se entregaron a sí mismas: los chicos sentíamos que eran personas cercanas, amables, respetuosas con todos nuestros compañeros, firmes pero nunca violentas; percibíamos a atención que brindaban a cada uno, y también a veces el cansancio a causa de nuestras travesuras e indisciplina. Sin embargo, de la memoria rescato dos notas de esos educadores: el saber y la actitud. No basta con saber mucho, hay que saber transmitirlo. Pero para ello es necesario tener una conducta coherente y un profundo sentido del otro. Entonces, en esa conducta aparecen tres notas indispensables para ser un buen pedagogo: la cercanía, la firmeza y la paciencia. Eso supone, básicamente, tener una profunda valoración y respeto por el otro, independientemente de su edad, condición social y creencias. Esa valoración de la persona del otro crea las condiciones para la comunicación y aun para una eficiente transmisión de conocimientos. Ese sentido tienen las palabras que leemos en la carta del episcopado argentino “Hacia un Bicentenario en justicia y solidaridad (2010-2016)”, allí donde se invitaba a los creyentes a tener una memoria agradecida y una mirada esperanzada, porque “Los cristianos somos portadores de buenas noticias para la humanidad y no profetas de desventuras” (9). Portadores de buenas noticias significa tenerlas en el corazón, antes que en los labios; en las actitudes que reflejan un modo diferente de tratar a los otros, antes que en el discurso. Los 13 primeros números –dedicados a la alegría– abren el documento y le imprimen un sello proactivo, abierto y dialogal. Se trata de la verdadera alegría y no de alguna euforia pasajera. De esa alegría que brota del encuentro con Jesús, se desenvuelve luego una pastoral en clave misionera con un determinado estilo evangelizador. El texto de la Exhortación se abre con la alegría: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento” (10). Es interesante notar que, luego del primer párrafo dedicado a la alegría, el segundo advierte sobre “el gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales y de la conciencia aislada” (11). Por eso, a continuación el Papa invita “a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de encontrarlo cada día sin descanso” (12). Un poco más adelante, continúa en el mismo tono con palabras llenas de fervor: “Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría” (13). En otro lugar dirá que “la alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera” (14). El Santo Padre recuerda que la alegría que brota del encuentro con Jesús produce una nueva fecundidad evangelizadora, se recupera la frescura original de Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica acción evangelizadora es siempre ‘nueva’ (15). Un aspecto esencial que distingue esa acción evangelizadora y que es, además, el principal motivo de la alegría evangélica, es el hecho de que el primado es siempre de Dios, a Él pertenece la iniciativa, Él nos amó primero (1Jn 4,19) y “es Dios quien hace crecer” (1Co 3,7). II. Las tentaciones del mundo La primera tentación de los agentes pastorales (16) es el individualismo acentuado, que conduce a una crisis de identidad y una caída del fervor. Los agentes pastorales desarrollan una especie de complejo de inferioridad que termina ahogando su alegría misionera. Luego menciona la ‘acedia egoísta’, que es una especie de desgano apostólico, cuidado exagerado por los espacios individuales, un cansancio no feliz, sino tenso, pesado, insatisfecho. El ‘pesimismo estéril’ es otra tentación, que deriva en conductas quejosas, desencantadas. Así se pierde la conciencia de que el triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal. A continuación, se habla de la tentación de la mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, pero en realidad se busca la gloria humana y el bienestar personal. Esa mundanidad asfixiante se sana tomándole el gusto al aire puro del Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una apariencia religiosa vacía de Dios. Otra tentación que señala el Papa es la ‘guerra entre nosotros’. Cuántas guerras por envidias y celos, por búsqueda de poder, prestigio, placer o seguridad económica. Estamos en la misma barca y vamos hacia el mismo puerto. Pidamos alegrarnos con los frutos ajenos, que son de todos. III. El espíritu del misionero La primera motivación para evangelizar –afirma el Papa– es el amor de Jesús que hemos recibido. Y advierte que si no sentimos el intenso deseo de comunicarlo, necesitamos detenernos en oración para pedirle a Él que vuelva a cautivarnos. En el capítulo tercero, donde trata sobre ‘El anuncio del Evangelio’, recuerda ante todo que “no puede haber auténtica evangelización sin la proclamación explícita de que Jesús es el Señor” (17). No se puede perseverar en una evangelización fervorosa si uno no sigue convencido, por experiencia propia, de que no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo. Sabemos bien que la vida con Él se vuelve mucho más plena y que con Él es más fácil encontrarle un sentido a todo. Por eso evangelizamos. El verdadero misionero percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera (18). El gusto espiritual de ser pueblo’, introduce al misionero en el corazón del pueblo, al modo de Jesús, cercano a todos. Se nos advierte muy claramente: “Háganlo todo con dulzura y respeto” (1Pe 3,16). Queda claro que Jesucristo no nos quiere príncipes que miran despectivamente, sino hombres y mujeres de pueblo” (19). Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar. Allí aparece la enfermera de alma, el docente de alma, el político de alma, esos que han decidido a fondo ser con los demás y para los demás (20). Hay dos números muy bellos y pedagógicos sobre el espíritu y la actitud que se debe tener al anunciar el mensaje de Jesús: el 128 y 129. Resumidamente los presentamos diciendo que anunciar a Jesús de persona a persona debe distinguirse siempre por ser una predicación respetuosa y amable, en un clima de diálogo personal, donde la otra persona se expresa y comparte sus alegrías, sus esperanzas, las inquietudes por sus seres queridos y tantas cosas que llenan el corazón. Sólo después es posible presentarle la Palabra. El anuncio se comparte con una actitud humilde y testimonial, de quien siempre sabe aprender (21). El anuncio del mensaje de Jesús a la cultura implica también un anuncio a las culturas profesionales, científicas y académicas. Se trata del encuentro entre la fe, la razón y las ciencias. Las escuelas católicas, constituyen un aporte valioso a la evangelización de la cultura (22). El diálogo entre ciencia y fe también es parte de la acción evangelizadora que pacifica. La fe no le tiene miedo a la razón; al contrario, la busca y confía en ella, porque «la luz de la razón y la de la fe provienen ambas de Dios». La fuerza misionera de la intercesión destaca el valor de la oración de intercesión, que va acompañada de la actitud de agradecimiento a Dios por los demás, a ejemplo de San Pablo: “Doy gracias a Dios sin cesar por todos ustedes”. En síntesis, la Iglesia debe ser una ‘madre de corazón abierto’, siempre en salida y con las puertas abiertas, para ser casa del Padre y no una aduana, sino un ‘hogar’ donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas (23). En el capítulo 5º, el Papa se refiere a los evangelizadores con espíritu y explica que son aquellos que se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo, y propone “algunas reflexiones acerca del espíritu de la nueva evangelización”. ¡Cómo quisiera encontrar –exclama– las palabras para alentar una etapa evangelizadora más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa! Conclusión Hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia, afirma el Papa Francisco (24). La referencia a María encuentra inmediatamente un cálido eco en el corazón del correntino. En la escuela de María, descubrimos lo revolucionario que es tratar al otro con ternura y cariño, así como cada uno desearía ser tratado. A Ella, Madre y Maestra de Jesús, le pedimos que nos enseñe hacer de nuestras comunidades educativas casas y escuelas de encuentro y de misión, donde, además de aprender y promover la excelencia del aprendizaje, seamos fervorosos misioneros de una pedagogía del encuentro. Jesús Resucitado nos asegura que es posible un mundo más humano y más bello: “Yo hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5). Con María de Itatí avanzamos confiados hacia esa promesa. Mons. Andrés Stanovnik OFMCap Arzobispo de Corrientes A la derecha de la página, en "Otros archivos", el texto (letras azules) en formato de word. NOTAS: (1) Cf. Evangelii Gaudium (EG) n. 25 (2) Cf. EG n. 33 (3) Documento de Aparecida (DA) n. 365 (4) Congregación para la Educación Católica, La Escuela Católica, n. 33 (5) DA, n. 337 (6) DA, n. 336. (7) La Escuela Católica, n. 39 (8) Íbidem, n. 43 (9) DA, 30 (10) Cf. n. 1 (11) Cf. n. 2 (12) Cf. n. 3 (13) EG n. 3 (14) EG n. 21 (15) Cf. n. 11 (16) Cf. nn. 76-101 (17) Cf. n. 110 (18) Cf. n. 266 (19) Cf. n. 270 (20) Cf. n. 273 (21) Cf. nn. 128-129 (22) Cf. n. 134 (23) Cf. nn. 46-49 (24) Cf. n. 288