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2019-10-24 |

PRESENTACIÓN DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA EVANGELII GAUDIUM DEL SANTO PADRE FRANCISCO

A LOS AGENTES DE PASTORAL Y A TODOS LOS FIELES DE LA ARQUIDIÓCESIS

 


Introducción

La Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, fue presentada en Roma el 24 de noviembre de 2013, solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo.
Abramos el texto de la Exhortación y familiaricémonos con los títulos de los capítulos:
I. La transformación misionera de la Iglesia
II. En la crisis del compromiso comunitario
III. El anuncio del Evangelio
IV. La dimensión social de la evangelización
V. Evangelizadores con Espíritu
Un poco más adelante  (1) el Papa mismo enumera las principales cuestiones sobre las cuales decide detenerse largamente. Se trata de las cuestiones siguientes:
a) La reforma de la Iglesia en salida misionera.
b) Las tentaciones de los agentes pastorales.
c) La Iglesia entendida como la totalidad del Pueblo de Dios que evangeliza.
d) La homilía y su preparación.
e) La inclusión social de los pobres.
f) La paz y el diálogo social.
g) Las motivaciones espirituales para la tarea misionera.
Estos temas –dice el Papa– “ayudan a perfilar un determinado estilo evangelizador que invito a asumir en cualquier actividad que se realice” (2). Esa sería la primera clave para la lectura de la Exhortación. Las otras dos claves que propongo son: ‘la alegría del Evangelio’ –un texto inicial y extenso que introduce todo el contenido de la Exhortación– y ‘la pastoral en clave misionera’ –que sería como el eje sobre el que gira todo el texto.
Antes de pasar a desarrollar las tres claves, es necesario advertir que el Papa Francisco propone en esta Exhortación el programa de su pontificado: “Destaco –afirma el Santo Padre– que lo que trataré de expresar aquí tiene un sentido programático y consecuencias importantes. Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera” (3).
       
                      I. La alegría del Evangelio
Los 13 primeros números del documento están dedicados a este tema. De la verdadera alegría, de esa que brota del encuentro con Jesús, se desenvuelve luego una pastoral en clave misionera con un determinado estilo evangelizador.
El texto se abre con la alegría: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento” (4).
Es interesante notar que, luego del primer párrafo dedicado a la alegría, el segundo advierte sobre “el gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales y de la conciencia aislada” (5).
Por eso, a continuación el Papa invita “a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de encontrarlo cada día sin descanso” (6).
Un poco más adelante, continúa en el mismo tono con palabras llenas de fervor: “Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría” (7). En otro lugar dirá que “la alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera” (8).
El Santo Padre recuerda que la alegría que brota del encuentro con Jesús produce una nueva fecundidad evangelizadora, se recupera la frescura original de Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica acción evangelizadora es siempre ‘nueva’ (9).
Un aspecto esencial que distingue esa acción evangelizador y es, además, el principal motivo de la alegría evangélica, es el hecho de que el primado es siempre de Dios, a Él pertenece la iniciativa, Él nos amó primero (1Jn 4,19) y “es Dios quien hace crecer” (1Co 3,7).
 
                  II. La pastoral en clave misionera
La salida misionera –afirma el Papa en la Exhortación– es el paradigma de toda obra de la Iglesia (10). Hace falta pasar “de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera”, se dijo en Aparecida (11). A esta misión están convocados todos y nadie puede excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera (12).
Esta evangelización se realiza fundamentalmente en tres ámbitos: a) en el ámbito de la pastoral ordinaria, “animada por el fuego del Espíritu, para encender los corazones de los fieles que regularmente frecuentan la comunidad, y también de aquellos que no participan frecuentemente del culto; b) las personas bautizadas que no tienen una pertenencia cordial a la Iglesia y ya no experimentan el consuelo de la fe; c) aquellos que no conocen a Jesucristo o que siempre lo han rechazado. Todos tienen derecho de recibir el Evangelio (13).
Luego, el primer capítulo desarrolla ampliamente ‘la transformación misionera de la Iglesia’. Allí muestra cómo en la Palabra de Dios aparece permanentemente ese dinamismo de ‘salida’, desde Abraham hasta Pentecostés. La Palabra de Dios acogida en el corazón, como la tierra recibe la semilla, tiene una potencialidad que no podemos predecir. La Palabra mueve a salir permanentemente.
Anticiparse, involucrarse, acompañar, fructificar y festejar, son verbos que expresan a esa Iglesia ‘en salida’ misionera que propone el Santo Padre. La comunidad misionera se anticipa, como hizo Jesús, tomó la iniciativa, salió al encuentro, supo buscar a los lejanos saliendo al cruce de los caminos; se involucró con ellos e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos (14).
Todo ello exige conversión, es decir, un cambio de mente y de actitud. Por eso el Papa habla de una pastoral de conversión. Espero que todas las comunidades –leemos en el documento– procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están (15).
Más adelante, el Papa, dice: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda la estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para su autopreservación” (16).
La Parroquia y las demás instituciones eclesiales, movimientos y otras formas de asociación, deben integrarse gustosamente en la pastoral orgánica de la Iglesia (17).
En síntesis, la Iglesia debe ser una ‘madre de corazón abierto’, siempre en salida y con las puertas abiertas, para ser casa del Padre y no una aduana, sino un ‘hogar’ donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas (18).
En el capítulo tercero, donde trata sobre ‘El anuncio del Evangelio’, recuerda ante todo que “no puede haber auténtica evangelización sin la proclamación explícita de que Jesús es el Señor” (19).
La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados. En esto debemos valorar la piedad popular, un precioso tesoro de la Iglesia católica en la que aparece el alma de los pueblos latinoamericanos, y en la que subyace una fuerza activamente evangelizadora que no podemos menospreciar.
El Papa le da una gran importancia a la catequesis kerygmática y mistagógica (20). En la catequesis tiene un rol fundamental el primer anuncio o ‘kerygma’, que es trinitario. Ese anuncio exige al evangelizador ciertas actitudes que ayudan a acoger mejor el anuncio: cercanía, apertura al diálogo, paciencia, acogida cordial que no condena.
La iniciación mistagógica significa básicamente dos cosas: la necesaria progresividad de la experiencia formativa donde interviene toda la comunidad; y una renovada valoración de los signos litúrgicos de la iniciación cristiana. Es bueno que toda catequesis preste una especial atención al ‘camino de la belleza’. Seguir a Jesús no es solo algo verdadero y justo, sino también bello, capaz de colmar la vida de un nuevo resplandor y de un gozo profundo, aun en medio de las pruebas.
Toda la evangelización está fundada sobre la Palabra de Dios, escuchada, meditada, vivida, celebrada y testimoniada.

a) La dimensión social de la evangelización
Al introducir el tema de la ‘La dimensión social de la Evangelización’ en el capítulo cuarto, el Papa afirma que el kerigma tiene un contenido ineludiblemente social: “en el corazón mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros” (21).
Por consiguiente, la confesión de la fe y el compromiso social están estrechamente unidos, porque “Confesar a un Padre que ama infinitamente a cada ser humano implica descubrir que «con ello le confiere una dignidad infinita» (22).
“Leyendo las Escrituras queda por demás claro que la propuesta del Evangelio no es sólo la de una relación personal con Dios. Se trata de amar a Dios que reina en el mundo. En la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos” (23).
“Ya no se puede decir que la religión debe recluirse en el ámbito privado y que está sólo para preparar las almas para el cielo” (24).
En este apartado sobre la dimensión social de la evangelización, el Papa propone dos grandes cuestiones: en primer lugar, la inclusión social de los pobres y, en segundo lugar, la paz y el diálogo social.
Inicia la primera cuestión invitando a unirnos a Dios y escuchar el clamor de los pobres. Basta recorrer las Escrituras –afirma el Santo Padre– para descubrir cómo el Padre bueno quiere escuchar el clamor de los pobres (25).
“La solidaridad es una reacción espontánea de quien reconoce la función social de la propiedad y el destino universal de los bienes como realidades anteriores a la propiedad privada. La posesión privada de los bienes se justifica para cuidarlos y acrecentarlos de manera que sirvan mejor al bien común, por lo cual la solidaridad debe vivirse como la decisión de devolverle al pobre lo que le corresponde” (26).
“Pero queremos más todavía, nuestro sueño vuela más alto. No hablamos sólo de asegurar a todos la comida, o un «decoroso sustento», sino de que tengan «prosperidad sin exceptuar bien alguno» (27).
Una fuerte denuncia hacia adentro de la Iglesia –dice el Papa– se manifiesta en la peor discriminación que sufren los pobres por la falta de atención espiritual. La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria (28).
Al referirse a la “Economía y distribución del ingreso”, afirma que la inequidad es la raíz de todos los males. Tenemos que convencernos de que la caridad no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas (29).
En el apartado “Cuidar la fragilidad”, el Papa empieza afirmando que Jesús se identifica especialmente con los más pequeños (cf. Mt 25,40). Esto nos recuerda que todos los cristianos estamos llamados a cuidar a los más frágiles de la tierra: los sin techo, los toxicodependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados, los migrantes.
Doblemente pobres son las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia. Entre esos débiles están también los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos.
Hay otros seres frágiles e indefensos, que muchas veces quedan a merced de los intereses económicos o de un uso indiscriminado. Me refiero –explica el Papa– al conjunto de la creación. No dejemos que a nuestro paso queden signos de destrucción y de muerte que afecten nuestra vida y la de las futuras generaciones (30).
Para avanzar en esta construcción de un pueblo en paz, justicia y fraternidad, hay cuatro principios relacionados con tensiones bipolares propias de toda realidad social: el tiempo es superior al espacio; la unidad prevalece sobre el conflicto; la realidad es más importante que la idea; el todo es superior a la parte (31).
Para la Iglesia, en este tiempo hay tres campos de diálogo para contribuir a la paz: 1. El diálogo con los Estados; 2. El diálogo con la sociedad que incluye el diálogo con las culturas y con las ciencias; 3. El diálogo con otros creyentes que no forman parte de la Iglesia católica.
Respecto del diálogo con los Estados, se exhorta a una cultura que privilegie el diálogo como forma de encuentro, la búsqueda de consensos y acuerdos, pero sin separarla de la preocupación por una sociedad justa, memoriosa y sin exclusiones. El sujeto histórico de este proceso, es la gente y su cultura, no es una clase, una fracción, un grupo, una élite. Se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto social y cultural (31).
El diálogo entre ciencia y fe también es parte de la acción evangelizadora que pacifica. La fe no le tiene miedo a la razón; al contrario, la busca y confía en ella, porque «la luz de la razón y la de la fe provienen ambas de Dios».
El empeño ecuménico, que es una ayuda a la unidad de la familia humana, responde a la oración del Señor Jesús «que todos sean uno» (Jn 17,21). Tenemos que recordar siempre que somos peregrinos, y peregrinamos juntos. El diálogo y la amistad con los hijos de Israel son parte de la vida de los discípulos de Jesús.
“Una actitud de apertura en la verdad y en el amor debe caracterizar el diálogo con los creyentes de las religiones no cristianas, a pesar de los varios obstáculos y dificultades, particularmente los fundamentalismos de ambas partes” (33).
En la Exhortación se valora la gran importancia de la relación con los creyentes del Islam. Nunca hay que olvidar que ellos, «confesando adherirse a la fe de Abraham, adoran con nosotros a un Dios único, misericordioso, que juzgará a los hombres en el día final» (34).

b) Motivaciones para un renovado impulso misionero
La primera motivación para evangelizar –afirma el Papa– es el amor de Jesús que hemos recibido. Y advierte que si no sentimos el intenso deseo de comunicarlo, necesitamos detenernos en oración para pedirle a Él que vuelva a cautivarnos.
No se puede perseverar en una evangelización fervorosa si uno no sigue convencido, por experiencia propia, de que no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo. Sabemos bien que la vida con Él se vuelve mucho más plena y que con Él es más fácil encontrarle un sentido a todo. Por eso evangelizamos. El verdadero misionero percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera (35).
El gusto espiritual de ser pueblo’, introduce al misionero en el corazón del pueblo, al modo de Jesús, cercano a todos. Se nos advierte muy claramente: “Háganlo todo con dulzura y respeto” (1Pe 3,16). Queda claro que Jesucristo no nos quiere príncipes que miran despectivamente, sino hombres y mujeres de pueblo” (36).
La misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un apéndice. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar. Allí aparece la enfermera de alma, el docente de alma, el político de alma, esos que han decidido a fondo ser con los demás y para los demás (37).
La fuerza misionera de la intercesión destaca el valor de la oración de intercesión, que va acompañada de la actitud de agradecimiento a Dios por los demás, a ejemplo de San Pablo: “Doy gracias a Dios sin cesar por todos ustedes”.

                   III. Un determinado estilo evangelizador
Ante un modo individualista de vivir la vida que propone el mundo, el Papa habla de la crisis del compromiso comunitario. Detrás de todo ello se esconde el rechazo de la ética y el rechazo de Dios (38).
Vivimos una cultura que coloca en primer lugar lo exterior, lo inmediato, lo visible, lo rápido, lo superficial, lo provisorio, y así, lo real cede el lugar a la apariencia. La familia atraviesa una crisis cultural profunda, como todas las comunidades y vínculos sociales (39).
Hay necesidad de evangelizar las culturas, aun las de tradición cristiana. Algunas debilidades de las culturas populares de pueblos católicos: machismo, el alcoholismo, la violencia doméstica, una escasa participación en la Eucaristía, creencias fatalistas o supersticiosas que hacen recurrir a la brujería, etc. La piedad popular es el mejor punto de partida para sanarlas y liberarlas.
Se denuncia un cierto cristianismo de devociones, propio de una vivencia individual y sentimental de la fe, que en realidad no responde a una auténtica ‘piedad popular’ (40).
Otro desafío que se plantea es el de las culturas urbanas, donde es necesario descubrir que Dios habita en sus hogares, en sus calles, en las plazas, promoviendo la solidaridad, la fraternidad, el deseo de bien, de verdad, de justicia. Es una presencia que no debe ser fabricada, sino descubierta, develada.

a) Tentaciones de los agentes pastorales
Las ‘tentaciones de los agentes pastorales’ (41), ensombrecen el nuevo estilo evangelizador. Empieza señalando una acentuación del individualismo, una crisis de identidad y una caída del fervor. Los agentes pastorales desarrollan una especie de complejo de inferioridad que termina ahogando su alegría misionera.
Luego menciona la ‘acedia egoísta’, que es una especie de desgano apostólico, cuidado exagerado por los espacios individuales, un cansancio no feliz, sino tenso, pesado, insatisfecho.
El ‘pesimismo estéril’ es otra tentación, que deriva en conductas quejosas, desencantadas. Así se pierde la conciencia de que el triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal.
A continuación, se habla de la tentación de la mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, pero en realidad se busca la gloria humana y el bienestar personal. Esa mundanidad asfixiante se sana tomándole el gusto al aire puro del Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una apariencia religiosa vacía de Dios.
Otra tentación que señala el Papa es la ‘guerra entre nosotros’. Cuántas guerras por envidias y celos, por búsqueda de poder, prestigio, placer o seguridad económica. Estamos en la misma barca y vamos hacia el mismo puerto. Pidamos alegrarnos con los frutos ajenos, que son de todos.

b) Principales notas del nuevo estilo evangelizador
Entre las principales notas que caracterizan ‘un determinado estilo evangelizador’ está en que toda la actividad de la Iglesia se vuelva más misionera. El fervor de la misión determina el nuevo estilo evangelizador.
Pero no se trata de cualquier entusiasmo, sino del fervor evangélico que nace, por una parte del incontenible deseo de dar a conocer a Jesús; y por otra parte, se distingue por el respeto, la valoración y el amor por el interlocutor al que se dirige el mensaje.
La focalización que hace el Papa sobre ese ‘determinado estilo evangelizador’ tiene su origen en Aparecida. Allí se dijo que: “La fuerza de este anuncio de vida será fecunda si lo hacemos con el estilo adecuado, con las actitudes del Maestro…” (42).
Luego, en la “Carta de los Obispos argentinos sobre la Misión Continental”, se habló de un estilo de llevar a cabo la evangelización: no se trata simplemente de programar unas tareas en orden a la evangelización, sino que es prioritario hoy poner especial atención en el cómo las vamos a realizar (43).
Un signo claro de la autenticidad de un carisma es su eclesialidad, su capacidad para integrarse armónicamente en la vida del santo Pueblo fiel de Dios para el bien de todos (44).
El anuncio del mensaje de Jesús a la cultura implica también un anuncio a las culturas profesionales, científicas y académicas. Se trata del encuentro entre la fe, la razón y las ciencias. Las escuelas católicas, constituyen un aporte valioso a la evangelización de la cultura (45).
Se enumeran ‘otros desafíos eclesiales’. El primero son los laicos, simplemente la inmensa mayoría del Pueblo de Dios, que aún debe tomar mayor conciencia de su responsabilidad en la Iglesia. Un excesivo clericalismo los mantiene al margen de las decisiones. Pero con frecuencia se limita a las tareas intraeclesiales sin un compromiso real por la aplicación del Evangelio a la transformación de la sociedad.
Se reconoce el indispensable aporte de la mujer en la sociedad. Es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia. Luego se habla de la pastoral juvenil y de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada .

c) Perfil del evangelizador para un nuevo estilo de evangelizar
Hay dos números muy bellos y pedagógicos sobre el espíritu y la actitud que se debe tener al anunciar el mensaje de Jesús: el 128 y 129. Resumidamente los presentamos diciendo que anunciar a Jesús de persona a persona debe distinguirse siempre por ser una predicación respetuosa y amable, en un clima de diálogo personal, donde la otra persona se expresa y comparte sus alegrías, sus esperanzas, las inquietudes por sus seres queridos y tantas cosas que llenan el corazón. Sólo después es posible presentarle la Palabra. El anuncio se comparte con una actitud humilde y testimonial, de quien siempre sabe aprender (47).
Finalmente, en el capítulo 5º, el Papa se refiere a los evangelizadores con espíritu y explica que son aquellos que se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo, y propone “algunas reflexiones acerca del espíritu de la nueva evangelización”. ¡Cómo quisiera encontrar –exclama– las palabras para alentar una etapa evangelizadora más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa!

Conclusión
Para concluir, junto con el Papa Francisco, mencionamos a “María, la Madre de la evangelización”. Hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes.
A ella le rogamos que con su oración maternal nos ayude para que la Iglesia llegue a ser una casa para muchos, una madre para todos los pueblos, y haga posible el nacimiento de un mundo nuevo. Es el Resucitado quien nos dice, con una potencia que nos llena de inmensa confianza y de firmísima esperanza: «Yo hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5). Con María avanzamos confiados hacia esa promesa.

NOTAS
(1) EG cf. n. 17
(2) EG n. 18
(3) EG n. 25
(4) Cf. n. 1
(5) Cf. n. 2
(6) Cf. n. 3
(7) EG n. 3
(8) EG n. 21
(9) Cf. n. 11
(10) Cf. n. 15
(11) Aparecida, n. 548
(12) Aparecida, n. 365
(13) Cf. n. 14
(14) Cf. n. 24
(15) Cf. n. 25
(16) Cf. n. 27
(17) Cf. n. 33
(18) Cf. nn. 46-49
(19) Cf. n. 110
(20) Cf. nn. 163-175
(21) EG n. 177
(22) Cf. n. 178 (con citas de Juan Pablo II y el CDSI)
(23) Cf. n. 180
(24) Cf. n. 182
(25) Cf. n. 187
(26) Cf. n. 189
(27) Cf. n. 196
(28) Cf. n. 200
(29) Cf. n. 202-205
(30) Cf. n. 209-215
(31) Cf. n. 217-237
(32) Cf. n. 239
(33) Cf. n. 250
(34) Cf. n. 252
(35) Cf. n. 266
(36) Cf. n. 270
(37) Cf. n. 273
(38) Cf. nn. 50-60
(39) Cf. nn. 60-67
(40) Cf. nn. 68-70
(41) Cf. nn. 76-101
(42) Aparecida, n. 363
(43) Cf. Carta Obispos argentinos…, n. 17
(44) Cf. n. 130
(45) Cf. n. 134
(46) Cf. nn. 102-109
(47) Cf. nn. 128-129