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2019-10-24 |

La Familia y el cuidado de la Vida a la luz de las Orientaciones pastorales (2012-2014)

Encuentro Nacional del MFC
Villa Giardino, 12 de octubre de 2013

 Introducción
Las Orientaciones pastorales para el trienio 2012-2014, que promulgó la Comisión Permanente del Episcopado Argentino el 7 de marzo de 2012, tienen como finalidad “responder a la necesidad de contar con una herramienta programática que nos ayude a tener algunas “políticas pastorales” estables y a largo plazo, a partir de la centralidad del Año de la fe”. Entre esas políticas pastorales destacamos hoy la Familia y el cuidado de la Vida, políticas enmarcadas, como lo veremos luego, en un determinado estilo pastoral, al cual las mencionadas Orientaciones dedican una especial atención (1).
¿A quiénes van dirigidas las Orientaciones? En el texto leemos que “[Las Orientaciones] pueden ser un buen material para trabajar con el Consejo Pastoral Diocesano, esperando que sea conocido también por todos los sacerdotes, religiosos/as, los agentes de pastoral más comprometidos con las acciones evangelizadoras ordinarias”. Entre esos agentes de pastoral estamos hoy nosotros, participando en este encuentro nacional del Movimiento Familiar Cristiano. Por consiguiente, es providencial y oportuno que conozcamos dichas Orientaciones.
Antes de que nos detengamos en los principales acentos que nos interesa destacar en las Orientaciones, veamos aunque sea de manera esquemática, cómo está estructurado su contenido. El cuerpo central del documento, aparte de la Introducción y la Conclusión, cuenta con tres apartados (2): 1. El Año de la Fe; 2. Estilo pastoral; y 3. Ámbitos pastorales prioritarios. En el primero, el Año de la fe, desarrolla tres puntos: a) La Fe como encuentro personal con Cristo; b. El conocimiento de los contenidos de la fe para dar el propio asentimiento; y c) La profesión y comunicación de la Fe. En el apartado segundo, Estilo pastoral –sobre el que luego nos vamos a detener más–. Y en el tercero, Ámbitos pastorales prioritarios, aborda los siguientes temas: a) Iniciación cristiana; b) Evangelización de la cultura; c) Pastoral vocacional; y d) Gestos misioneros con ocasión del “Año de la Fe”. El tema del matrimonio y la familia y el cuidado de la vida se encuentran enmarcados en el ámbito de la Evangelización de la cultura.
I. A la luz de las Orientaciones pastorales Veamos, entonces, a la luz de las Orientaciones, qué se dice allí sobre la familia y la vida. Como mencionaba hace un momento, nuestro tema está colocado en el marco de la evangelización de la cultura, al que se dedican dos números (30 y 31). Los transcribimos porque ofrecen una excelente síntesis de los principales puntos que hacen a la pastoral de la familia y de la vida.  
    30. La familia, como célula básica de la sociedad, y el cuidado de la vida en todas sus expresiones, siguen siendo prioridades pastorales para este tiempo de nueva evangelización. Hay que recuperar el respeto por la familia y por la vida en todas sus formas (3). En medio de los cambios culturales a los que asistimos, invitamos a encarar una pastoral familiar que acompañe a las familias y las ayude a ser “lugar afectivo” y cultural en el que se generan, se transmiten y recrean los valores comunitarios y cristianos más sólidos y se aprende a amar y a ser amado. El VII Encuentro Mundial de la Familia, a realizarse en Milán (29 de mayo al 3 de junio 2012) organizado por el Pontificio Consejo para la Familia, (4) debe ser para nosotros una motivación para renovar nuestra pastoral familiar. Invitamos a realizar eventos diocesanos y parroquiales siguiendo las orientaciones presentadas para el Encuentro.
31. El “Año de la vida” propuesto durante el 2011 a instancias de una convocatoria de Benedicto XVI de rezar por la vida naciente, también sigue siendo una prioridad pastoral. En nuestro tiempo es especialmente urgente presentar el mensaje evangélico educando a los fieles y promoviendo una legislación que transmitan una profunda convicción moral sobre el valor de cada vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural, especialmente la vida de los excluidos e indefensos.

En esos dos números subrayamos la opción pastoral prioritaria que tiene la familia y la vida: “siguen siendo prioridades pastorales para este tiempo de nueva evangelización”. Se invita a una pastoral familiar que ayude a las familias a ser “lugar afectivo” y cultural de los valores comunitarios y cristianos y donde se aprende a amar y ser amado. Y respecto de la vida, además de rezar por la vida naciente, se pide colaborar en la promoción de una legislación que reconozca el valor de cada vida, desde la concepción hasta la muerte natural, especialmente a la vida de los excluidos e indefensos.
Es importante rescatar la importancia que le da al Papa a los vínculos intergeneracionales, sobre todo las relaciones que se establecen entre los dos extremos de la vida, representados uno por los niños y el otro por los ancianos. Se trata de un rescate urgente porque hace al presente y futuro de nuestros pueblos y, más inmediatamente, brinda fortalezas indispensables para asegurar un desarrollo saludable de la propia familia y de la sociedad. “La atención a la vida humana en su totalidad –ha dicho recientemente el Papa Francisco– se ha convertido en los últimos años en una auténtica prioridad del Magisterio de la Iglesia, particularmente a la más indefensa, o sea, al discapacitado, al enfermo, al que va a nacer, al niño, al anciano, que es la vida más indefensa” (5).
En Río de Janeiro, el Santo Padre se refirió a la familia, a los vínculos entre sus integrantes y a la transmisión de la fe: “¡Qué precioso es el valor de la familia, como lugar privilegiado para transmitir la fe! Refiriéndome al ambiente familiar –sigue diciendo el Santo Padre– quisiera subrayar una cosa: hoy, en esta fiesta de los santos Joaquín y Ana, se celebra, tanto en Brasil como en otros países, la fiesta de los abuelos. Qué importantes son en la vida de la familia para comunicar ese patrimonio de humanidad y de fe que es esencial para toda sociedad. Y qué importante es el encuentro y el diálogo intergeneracional, sobre todo dentro de la familia. El Documento conclusivo de Aparecida nos lo recuerda: “Niños y ancianos construyen el futuro de los pueblos. Los niños porque llevarán adelante la historia, los ancianos porque transmiten la experiencia y la sabiduría de su vida” (n. 447). Esta relación, este diálogo entre las generaciones, es un tesoro que tenemos que preservar y alimentar” (6).
Las Orientaciones hablan de un estilo pastoral que debe caracterizar la manera de abordar el cuidado de la vida humana, los vínculos entre los mismos creyentes y de éstos con todos los demás, especialmente con los que piensan y actúan de modo diferente. Entonces, cuando decimos ‘estilo pastoral’, nos estamos refiriendo a un determinado modo de hacer las cosas. En este sentido, las Orientaciones nos proponen un estilo pastoral, una manera de encarar la pastoral de la familia y la vida.

II. Estilo pastoral para la Familia y el cuidado de la Vida a) El estilo pastoral es esencialmente vincular Según leemos en las Orientaciones, el estilo pastoral se distingue por tres actitudes fundamentales: alegría, entusiasmo y cercanía. Ese estilo pastoral es el que debe distinguir también la pastoral del vínculo. El modo peculiar de relacionarnos surge como consecuencia del encuentro personal con Cristo Resucitado y la fe en él (7). El entusiasmo proviene de la experiencia de un Dios activo en mí, (en-theos), es decir, que lleva un dios adentro. Por ello, “la nueva evangelización requiere de agentes evangelizadores entusiastas, que confían en la fuerza del Espíritu que habita en cada uno y lo impulsa desde dentro para anunciar el Evangelio” (8). Por lo tanto, el estilo pastoral tiene su fuente en la experiencia de alianza. Cristo nos introduce en esa experiencia. Por eso, Lumen fidei afirma que, “para la fe, Cristo no es sólo aquel en quien creemos, la manifestación máxima del amor de Dios, sino también aquel con quien nos unimos para poder creer. La fe no sólo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una participación en su modo de ver” (9). A este modo de ver, corresponde también una manera de actuar que, a su vez, conforma un determinado estilo pastoral.
La pastoral se define, en consecuencia, por el modo de relacionarme con los otros. Por eso, se afirma que la ‘misión es relación’. El modo de ver la misión como ‘vínculo’ se inspira en la visión sobre el Dios de Jesús que sale de sí mismo y se hace cercano y amigo del hombre. El estilo de Jesús se distingue por la cercanía cordial, siempre tiende a la comunión, una comunión que se caracteriza por ser fecunda, es decir, abierta a la vida. Desbordado de gozo por ese encuentro, el discípulo busca acercarse a todos para compartir su alegría, generando relaciones interpersonales que susciten, despierten y enciendan el interés por la verdad (10), leemos en las Orientaciones.
Para la nueva evangelización, el criterio de la comunión, es el punto de partida y de llegada. Es un criterio esencialmente vincular y abierto. Por eso, la Iglesia se manifiesta como una realidad de comunión misionera. Ese espíritu es el que propone nuestro episcopado en la Carta pastoral con ocasión de la Misión continental, donde se explica que “en la tarea pastoral ordinaria la gran “conversión pastoral” pasa por el modo de relacionarse con los demás. Es un tema “relacional”. Importa el vínculo que se crea, que permite transmitir “actitudes” evangélicas (…) La pastoral, entonces, parece desarrollarse en lo vincular, en las relaciones. (…) Antes de la organización de tareas, importa el “como” las voy a hacer, el modo, la actitud, el estilo. Entonces las tareas son herramientas de un estilo comunional, cordial, discipular, que transmite lo fundamental: la bondad de Dios. (…) Por consiguiente, la misión es relación, es vínculo. La misión lleva a encuentro personal para transmitir a Cristo” (11).
Cuando decimos que la Iglesia es misterio de comunión y misión, el mismo criterio vale también para la Iglesia doméstica. En ella se cultiva un estilo peculiar de vincularse sus miembros entre sí y con los otros. La familia es una realidad de comunión, que jamás se vuelve sobre sí misma, sino que permanece siempre abierta a la misión. La familia, como la Iglesia, es misión, y lo es en tanto y en cuanto se descubre como una realidad fundada en la fe. Por eso, hoy necesitamos recrear desde la fe los vínculos en la familia y en la Iglesia, para dar nuevo vigor y fecundidad a la misión.

b) La pastoral del vínculo: desde dónde partir El cambio cultural que estamos viviendo impactó de lleno precisamente en la relación varón-mujer, en los vínculos entre ellos. Por eso estamos hablando de la necesidad de una nueva pastoral del vínculo. En efecto, “Aportes para la Pastoral Familiar de la Iglesia en la Argentina”, a la par que reconoce y analiza la crisis de los vínculos, propone también una pastoral del vínculo.
Sin embargo, quisiera llamar la atención sobre el modo cristiano de situarnos ante la realidad, en este caso referida al matrimonio y la familia. Ese modo cristiano se define sustancialmente en el primer paso: cómo vemos la realidad. Hay un modo cristiano de ver la crisis por la que atraviesa el matrimonio y la familia. En un período de crisis y de profundos cambios es muy importante ver claro.
Al inicio de la encíclica Lumen fidei del Papa Francisco, leemos que “Quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado” (12). Quien cree, ve, por lo tanto, lo primero es creer, es decir, el acto de fe. En otro lugar afirma que también quien cree, comprende; quien cree, conoce; quien cree, ama; quien cree, espera. Aquí nos encontramos en el núcleo del tema: el don de la fe es condición indispensable para comprender la naturaleza de los vínculos que se establecen en el matrimonio y la familia. Digamos, de paso, que también el cuidado de la vida hunde sus raíces en la visión creyente que tienen los esposos.
Un ejemplo sencillo y profundo para ilustrar cómo nuestra gente humilde experimenta la luz de la fe para ver claro y encontrar sentido y plenitud a la vida. “En la puerta de la Basílica de Itatí, una mujer de cierta edad se acercó a los que estábamos en procesión esperando para comenzar la Santa Misa, preguntó por el obispo y le dijo: “Bendígame, Padre, porque estoy perdiendo la vista; pero no importa si pierdo la vista, con tal que no pierda la fe”. La fe es esencial para ver lo esencial: La fe –lumen fidei– proporciona esa luz para ver. Esa mujer, al mismo tiempo que renovaba su profesión de fe, hacía un acto de amor y de confianza en Dios: se fiaba de él, podríamos decir también que ‘veía a Dios’, y, viéndolo a Él, tenía ojos para ‘ver’ y comprender su propia situación. Tenía perfectamente ordenados sus vínculos con Dios y con los otros.
Lumen fidei advierte que “nuestra cultura ha perdido la percepción de esta presencia concreta de Dios, de su acción en el mundo. Pensamos que Dios sólo se encuentra más allá, en otro nivel de realidad, separado de nuestras relaciones concretas” (13). Esto nos hace pensar que la fe no sólo es para el más allá, sino también para el más acá. Es verdad, la fe en Dios sirve para caminar hacia Dios, pero lo maravilloso de la fe cristiana nos revela que ese Dios también está ‘más acá’, mucho más de lo que nos imaginamos. Su presencia incide de un modo determinante en la dimensión vincular de la persona, especialmente en las relaciones que se establecen en el matrimonio y la familia.
Entonces, ante las amenazas y turbulencias por las que atraviesa el matrimonio y la familia, propia de una época de crisis y de grandes cambios, estamos llamados a una renovación profunda y gozosa de nuestra fe, que nos permita ver con ojos nuevos el don maravilloso que es el matrimonio cristiano y la familia para la humanidad. Tener ojos nuevos significa ver el matrimonio y la familia con la mirada de Jesús. Esa mirada es siempre y ante todo positiva, motivo de alabanza y de gratitud a Dios, dador de todo bien. Ése es el ‘desde donde’, el punto de partida, que necesitamos renovar para poder anunciar con entusiasmo la buena nueva del matrimonio y la familia. Ese punto de partida es un don y como tal configura luego un estilo pastoral.

c) Una pastoral para el cuidado de la vida La paradoja de una cultura que parte del individuo y lo coloca como medida exclusiva de su propio yo, está en desconocer que la persona nace como un ser dependiente y relacional por naturaleza. En ese sentido, Lumen fidei recuerda que “la pregunta por la verdad es una cuestión de memoria, de memoria profunda, pues se dirige a algo que nos precede y, de este modo, puede conseguir unirnos más allá de nuestro «yo» pequeño y limitado. Es la pregunta sobre el origen de todo, a cuya luz se puede ver la meta y, con eso, también el sentido del camino común” (14). Esa memoria profunda es la que nos viene del vínculo primordial con nuestro Creador, que llevamos impreso en el fondo del alma y cuyas señales se pueden percibir en todas las demás dimensiones de la existencia humana.
El cuidado de la vida va decayendo en relación inversamente proporcional a la atención que el individuo pone en sí mismo. Es decir, cuanto más el individuo se preocupa de sí mismo, menos interés manifiesta por la vida de sus semejantes. Por consiguiente, una pastoral para el cuidado de la vida deberá expresarse como una pastoral del amor, es decir, una pastoral del vínculo que, en la medida que se manifiesta sólido, brinda la mejor atención al cuidado de la vida. También en esto la Carta del Papa Francisco nos da luz, donde afirma que “La fe revela hasta qué punto pueden ser sólidos los vínculos humanos cuando Dios se hace presente en medio de ellos. No se trata sólo de una solidez interior, una convicción firme del creyente; la fe ilumina también las relaciones humanas, porque nace del amor y sigue la dinámica del amor de Dios” (15).
Donde mejor se expresa esa dinámica del amor de Dios es en el hombre, creado a su imagen, como nos enseña la Sagrada Escritura. Allí hay que buscar el fundamento bíblico sobre el cuidado de la vida. Para ello, es interesante conocer la sugestiva lectura que hace el cardenal Gianfranco Ravasi (16), Presidente del Pontificio Consejo de la Cultura, sobre los versículos del Génesis que describen la creación del hombre, mostrando cómo la estructura natural de la bipolaridad sexual es la que mejor refleja la imagen del Creador: “En Gen 1,27 encontramos la antropología de la «imagen» de Dios: «Dios creó al hombre a su imagen» y enseguida invierte la afirmación insistiendo: «A imagen de Dios lo creó». A continuación hay una sorprendente puntualización: «Varón y mujer los creó». Es decir, a la «imagen de Dios» corresponde paralelamente la bipolaridad sexual. La «imagen» divina hay que buscarla en la potencia generadora de la pareja, en su capacidad de dar vida, de protegerla, alimentarla y ayudarla a desarrollar todas sus potencialidades. Entonces, la pareja que se ama y genera se convierte en la imagen más semejante de Dios y su mejor colaboradora en el cuidado de la vida. En esto se debe ver el rasgo distintivo de nuestra «semejanza» con Dios.
No hay nada más alejado de la idea cristiana de Dios que un dios solitario y aislado. El ser íntimo de Dios es Amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que se desborda en la Familia y en la Iglesia. Éstos son lugares preferenciales en los cuales Dios, si podemos hablar así, se siente cómodo para relatarse y para invitarnos a participar de su misma vida. La Familia, por así decir, es donde Dios se relata más a gusto. Por eso decimos que la Familia es el lugar para escuchar a Dios, hablarle y hablar de Él. Para eso es urgente que las familias cristianas se rescaten como lugares privilegiados de la presencia de Dios, donde se le dé verdadera primacía a la oración, a la escucha de la Palabra y al diálogo sincero y espontáneo que provoca la fe en el corazón del hombre y de la mujer creyentes. No es difícil ver la analogía que tienen estos dos lugares entre sí: la familia y la Iglesia. A la familia se la ha llamado Iglesia doméstica, o Iglesia en miniatura (17); y por su parte, a la Iglesia se la reconoce como la Familia de Dios (18).
En consecuencia, el ámbito que reúne las mejores condiciones para el cuidado de la vida es el que se funda sobre sólidos vínculos de amor en el matrimonio y la familia. Ése es el lugar natural para gestar y cuidar la vida. Donde falta ese espacio natural, o cuando se resquebrajan esos vínculos, se activan las alarmas que advierten la presencia de graves amenazas a la vida, las cuales dañan, ante todo a los seres más vulnerables como son los niños y los ancianos, según lo recordó hace poco el Papa Francisco.
En el Encuentro mundial de las Familias, que se realizó en Milán, se dijo que la crisis actual es una crisis antropológica y cultural. Individualismo, hedonismo, relativismo lo invaden todo. Sin embargo, el nivel antropológico y cultural de la crisis remite a otro más profundo que es el religioso. Los síntomas más hondos de la crisis del matrimonio cristiano y la familia hay que buscarlos en el debilitamiento de la vida de fe. Y esa fragilidad sobreviene a causa de una pérdida gradual de la visión cristiana de la vida. “Ya no podemos considerar la fe como un presupuesto obvio de la vida común, porque de hecho este presupuesto no aparece como tal, sino incluso con frecuencia es negado”, afirmó el Papa Benedicto XVI en Porta fidei” (19).

Conclusión En fin, la causa principal de la crisis de los matrimonios y de las familias cristianas es la misma que percibimos en el sacerdocio y en la vida consagrada: el debilitamiento en la vida de fe. Y cuando ésta disminuye, la vida en lugar de expandirse se repliega sobre sí misma y, como consecuencia, padece también el entusiasmo por la misión, que siempre supone salir al encuentro, dejar la propia orilla, y ‘navegar mar adentro’. La fe solo crece y se fortalece creyendo (20), es decir, llevándola a la práctica.
A la luz de la fe, la razón humana descubre las causas más profundas del valor de cada vida humana, desde la concepción y hasta su muerte natural, y los motivos que obligan a extremar el cuidado de promoverla, atenderla y acompañarla a lo largo de toda su trayectoria. No hay ninguna realidad humana que pueda reemplazar la misión que tiene el matrimonio constituido por un varón y una mujer en el cuidado de la vida.
Antes de concluir, quisiera decir una palabra sobre la Declaración Ciudadana por la Vida y la Familia, que está a disposición en la página de la UCA para recibir adhesiones (21). Allí tenemos una excelente síntesis sobre los principios y valores fundamentales para la convivencia social, vinculados a la dignidad de la vida humana, cuya protección debe estar asegurada sin distinciones de ningún tipo desde su concepción hasta la muerte natural; al deber que tiene el Estado y la sociedad de proteger el matrimonio como comunidad de vida y amor entre un varón y una mujer; y, finalmente, al derecho que tiene los niños de crecer en una familia fundada en la unión estable entre varón y mujer y a ser educados según las convicciones de sus padres. Esta declaración ya ha superado el medio millón de adherentes.
Para salir al paso de las amenazas a la identidad cristiana de la familia y de la vida, no hay nada mejor que ser testigos agradecidos, que transmitan mediante el testimonio y con palabras bellas la alegría de estar casados, de tener una familia y valorar la identidad del ser humano creado por Dios varón y mujer, se dijo en el último Encuentro Mundial de las Familias. El que descubre que la vida y la fe son un don de Dios, un don que no se compara con nada, se siente llamado a la misión de ponerse generosamente al servicio de la vida. Ese es el mensaje que les dejó a los jóvenes en Río de Janeiro el Papa Francisco cuando en el envío les dijo: “Vayan, sin miedo, para servir”.
Es un mensaje que fácilmente podemos traducir a la familia y al cuidado de la vida, porque el término “familia” significa ser útil a alguien, brindarse al otro, no solo brindarle cosas, sino brindarse a sí mismo. Famulus, en latín, de donde proviene el término familia, quiere decir servidor, esclavo, esto es: el que sirve. Esta imagen del servidor cobra un sentido nuevo en la persona de Jesús que lava los pies a sus discípulos. La misión del discípulo siempre se distingue por el servicio y la espiritualidad del servicio tiene su fuente en Jesús, que no vino a ser servido sino a servir. La disponibilidad para el servicio debe empezar en el matrimonio y extenderse luego a la familia y a la sociedad, si queremos construir una ciudad en la que se respete la vida, habite la justicia y reine la paz.
+Andrés Stanovnik
Presidente de CELAF

NOTAS:
(1)
Esta semana nos ha sorprendido gratamente el anuncio que realizó el Papa Francisco al convocar la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos sobre “Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización”, que tendrá lugar en el Vaticano del 5 al 19 de octubre de 2014. La convocación a un Sínodo extraordinario indica claramente la importancia que le quiere dar el Santo Padre a la familia, por una parte; y por otra, su carácter extraordinario significa, además, que la familia hoy necesita con urgencia orientaciones pastorales y claridad para poder enfrentar los diversos retos ante los cuales la coloca el tiempo presente.
(2) En el texto de las Orientaciones los capítulos centrales (1, 2 y 3) aparecen con los números II, III, y IV, porque está numerada la Introducción y la Conclusión con los números I y V respectivamente.
(3) Cf. Hacia un Bicentenario en Justicia y Solidaridad, Conferencia Episcopal Argentina, n. 32.
(4) Cf. página web del Encuentro, en especial para el uso de las catequesis sobre familia: http://www.family2012.com/index.php
(5) PAPA FRANCISCO, Discurso a los Participantes en la conferencia organizada por la Federación Internacional de las Asociaciones Médicas Católicas, 20 de septiembre de 3013.
(6) PAPA FRANCISCO, Angelus, Río de Janeiro, 26 de julio de 2013.
(7) Cf. Orientaciones…, n.16.
(8) Orientaciones…, n. 19.
(9) Lumen fidei, n. 18.
(10) Orientaciones…, n. 20.
(11) Carta Pastoral de los obispos argentinos con ocasión de la Misión Continental, 20 de agosto de 2009.
(12) Lumen fidei, n. 1.
(13) Lumen fidei, n. 17.
(14) Lumen fidei, n. 25. Y más adelante amplía el aspecto relacional de la fe y la importancia de la memoria: “El ser humano proviene de otros, pertenece a otros, su vida se desarrolla en el encuentro con otros. Incluso el conocimiento de sí, la misma autoconciencia, es relacional y está vinculada a otros que nos han precedido: en primer lugar nuestros padres, que nos han dado la vida y el nombre. El lenguaje mismo, las palabras con que interpretamos nuestra vida y nuestra realidad, nos llega a través de otros, guardado en la memoria viva de otros. El conocimiento de uno mismo sólo es posible cuando participamos en una memoria más grande. Lo mismo sucede con la fe, que lleva a su plenitud el modo humano de comprender. El pasado de la fe, aquel acto de amor de Jesús, que ha hecho germinar en el mundo una vida nueva, nos llega en la memoria de otros, de testigos, conservado vivo en aquel sujeto único de memoria que es la Iglesia” (n. 38).
(15) Lumen fidei, n. 50.
(16) Cf. RAVASI, Gianfranco, Che cos’è l’uomo, Ed. San Pablo, Milán; Año 2011.
(17) Cf. Lumen Gentium n. 11; Familiaris consortio n. 49.
(18) Cf. Lumen Gentium n. 28 y 32.
(19) Porta fidei, n. 2.
(20) Porta fidei, n. 7.
(21) Instituto para el Matrimonio y la Familia, UCA, “Declaración Ciudadana por la Vida y la Familia”, año 2013.

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