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EL SIERVO DE DIOS

Cardenal Eduardo Francisco Pironio

Mons. DOMINGO S. CASTAGNA
Arzobispo Emérito de Corrientes

El Siervo de Dios me consideró su amigo - y lo fui de verdad - durante muchos años de cordial relación personal y epistolar.
Tuve el honor de iniciar una relación más personal desde el tiempo de su rectorado en el Seminario Metropolitano de Buenos Aires. Entonces yo era un joven sacerdote de esa Iglesia Arquidiocesana. Lo visitaba con relativa frecuencia y era recibido con enorme cordialidad.

VIDA DEL SIERVO DE DIOS
No tengo más que un conocimiento indirecto de su infancia y familia. Sé que es el menor de 22 hermanos, después de una decisión ejemplar de sus creyentes padres, y como lo ha relatado el mismo Siervo de Dios - fui testigo de su confidencial recuerdo - su vida y la de sus hermanos se debió a un consejo oportuno de Mons. Alberti, entonces Obispo Auxiliar de La Plata.
Los pocos testimonios que he recibido de los conocedores de su adolescencia y juventud son positivos. Su adolescencia y juventud transcurrieron en el Seminario de la Diócesis de Mercedes. Al cabo de los estudios eclesiásticos, siendo aún muy joven, fue ordenado sacerdote.
Lo he conocido al iniciarse la Universidad Católica Argentina (UCA) de la que fue un entusiasta promotor. Poco después se trasladó a Roma para licenciarse - creo que en el Angélico - en Sagrada Teología.
A su regreso comenzó a destacarse por su profunda espiritualidad y por su actividad apostólica entre los jóvenes y al servicio de la Acción Católica y de otras instituciones que entonces aparecieron (JOC). Tuve la ocasión de leer algunos artículos suyos. La hondura de su doctrina y de su espiritualidad anticipaba entonces los rasgos identificatorios de su futura actividad de eminente Pastor y teólogo.

VIDA SACERDOTAL
Por lo que conozco personalmente: 1) Ha sido un hombre de profunda oración, aflorada en su contacto con sacerdotes y laicos. De allí el aprecio que le profesaban todos los sectores de la Iglesia: Obispos, sacerdotes, consagrados/as y laicos. 2) Ha manifestado una sensibilidad - en su caso informada por la gracia - que lo acercaba a los más humildes y pobres, a los atribulados, a cada persona que se ponía en contacto con él. Su trato cordial y amigable era notable y admirablemente ecuánime. 3) Su amor y devoción a la Santísima Virgen merece un capítulo aparte. Bien fundado teológicamente y, no obstante, provisto de una conmovedora sencillez, contagiaba su amor de hijo gozoso y agradecido. 4) Su espíritu abierto alentaba el abordaje de múltiples y puntuales temas de teología y espiritualidad. Veinte días antes de su muerte (el 13 de enero de 1998), en una conversación sostenida conmigo, se lamentaba no haber tenido tiempo para escribir sobre muchos otros temas.
Que fue objeto de infundadas sospechas por su capacidad de diálogo y comprensión con todos, me consta. La paz interior que emanaba de todo su ser equilibraba sus reacciones ante los más graves contratiempos. A quienes lo conocimos nos admiraba su profunda humildad, su afabilidad con los más humildes y su discreto rechazo de todo trato especial, acorde a su eminente función en la Iglesia. Se comportaba como el último.
Su trato con los sacerdotes se distinguía por una caridad ilimitada. Con motivo de recibir el Palio arzobispal me invitó a almorzar a solas con él. Me impresionaron sus santos consejos, especialmente el de amar incondicionalmente a los sacerdotes, como un padre paciente y solícito. “Ama mucho a los sacerdotes” - me decía - “No te canses de amarlos”. En cuanto a la estima de la gente: he podido comprobar el amor y veneración que suscitaba en todos, sin excepción.

DEDICACIÓN CULTURAL Y DIDÁCTICA
Dispongo de pocos datos acerca del entorno en el que se movió durante los años de su servicio académico en el Seminario de Mercedes. Ya en la Universidad, a poco de fundarse, colaboró activamente con el recordado Mons. Octavio N. Derisi, Rector y fundador de la misma. Desde entonces su actividad ministerial e intelectual trascendió a su Diócesis de origen. Lo he visto esporádicamente. Lo recuerdo visitando a amigos y colaboradores de la Parroquia de Ntra. Sra. del Pilar - en la que yo me desempeñaba como Vicario parroquial (año 1957) - al emprender su viaje de estudios a la ciudad de Roma. Su fama de buen profesor y, particularmente, sus primeros trabajos de reflexión teológica y espiritual atrajeron mi atención.
El Siervo de Dios ha conjugado admirablemente su disciplina académica y su manifiesto carisma de contemplativo. Los temas que abordaba eran cuidadosamente preparados en el estudio y redactados en la intensa oración. De allí su excepcional gravitación espiritual en sus lectores y en sus variados auditorios (laicos, sacerdotes y consagrados).

LA PLENITUD DEL SACERDOCIO: OBISPO
Desde su Ordenación Episcopal (1964) fue creciendo su fama de Pastor bueno y santo. Así aceptó un difícil interinato en la Diócesis de Avellaneda. Aunque en sus tiempos de Rector del Seminario de Buenos Aires tuve provechosas oportunidades de visitarlo, recién en el año 1967 pude entrevistarme con él, ya Obispo. Conocí su excelente labor como Secretario General del CELAM y pude retomar mis entrevistas con el Siervo de Dios al ser designado Obispo de Mar del Plata. Eran comentadas sus excelentes relaciones de Pastor con su grey, particularmente con sus sacerdotes y religiosos/as.
Su apertura a todos y su solicitud, especialmente hacia los que padecieron cruel persecución en los años violentos, fueron mal vistas por quienes sostenían la famosa ideología de la “seguridad nacional”, que acarreó tanto dolor y muerte. Sin duda, en aquellos momentos, su vida corrió peligro.

MIEMBRO DEL CONCILIO VATICANO II
Sin duda el Siervo de Dios ha sido un hombre del Concilio. Se identificó con él, sorbió su espíritu y pudo seguir su desarrollo primero como perito y servidor de los Padres y luego como Pastor y protagonista del mismo. A partir de entonces su vida episcopal estuvo profundamente inspirada por el Concilio. Tanto en la Argentina como en Colombia puso de manifiesto su fidelidad al Magisterio conciliar y al espíritu que continuó inspirándolo bajo la conducción providencial del Santo Padre Pablo VI. Como Secretario General del CELAM fue uno de los artífices principales de la IIª Conferencia Episcopal celebrada en Medellín en el año 1968. En ella, convocada y presidida inicialmente por S.S. Pablo VI, se logró un excelente y arduo trabajo de “aterrizaje” del Concilio en América Latina y el Caribe.

SECRETARIO Y PRESIDENTE DEL CELAM
Su servicio en el CELAM le exigió un gran equilibrio para sortear las diversas presiones del momento: la izquierda, muchas veces teñida de compromiso por la justicia, y la derecha conservadora y opuesta a la apertura producida por el Concilio Vaticano II y el difícil post Concilio. El Siervo de Dios, habituado a una lectura de los acontecimientos desde la fe, se mantuvo fiel al Magisterio y a las exigencias de un pueblo profundamente herido por la injusticia y por la pobreza. Esa evangélica actitud le atrajo inconvenientes de ambos extremos. En cuanto a la “Teología de la Liberación” manifestó, dentro de las orientaciones del Magisterio de la Iglesia, un comportamiento de sólida reflexión teológica y de gran sensatez. Recuerdo siempre una hermosa meditación sobre el tema que, personalmente, me sirvió para orientar a quienes se manifestaron confundidos y desorientados.
El Siervo de Dios mantuvo una ejemplar reserva ante las agresiones a su persona y las amenazas de muerte. No dejaba de atender a quienes sufrieron esa incalificable persecución y de orientar un compromiso evangélico auténtico en quienes se lo requirieron.

PREFECTO DE LA CONGREGACIÓN PARA LOS RELIGIOSOS Y LOS INSTITUTOS SECULARES
Su amor a la Iglesia, como lo condujo a amar profundamente a los sacerdotes y laicos, también encendió en él un aprecio destacable por la Vida Consagrada. Su desempeño como Prefecto de la Congregación para los Religioso e Institutos Seculares le ofreció la ocasión de dedicarse con mucho fervor y sabiduría a esa delicada misión. Promovió las mutuas relaciones entre los Obispos y Superiores constituyéndose, sin proponérselo, en un verdadero modelo de Pastor de toda la Vida Consagrada. He tenido el privilegio de participar con él en dos Sínodos Episcopales (“Sacerdocio Ministerial” y “Vida Consagrada” - 1990 y 1994). Fue destacada su humilde y sabia participación.
Cuando S.S. Pablo VI lo escogió para este servicio, su nombramiento causó alegría en muchos y silencio en otros. Hombre joven, (54 años como Pro Prefecto y 55 años como Prefecto y Cardenal) constituyó una esperanza entre los principales colaboradores del Santo Padre Pablo VI. Su paso por la Congregación fue muy valorado por los Consagrados de todo el mundo. Lo consideraban un Pastor comprensivo y sostenedor de los valores esenciales de la Vida Consagrada en el Iglesia y en el Mundo.

PRESIDENTE DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LOS LAICOS
El concepto de su alejamiento como “disminutio capitis” se produjo entre los testigos de su silencioso y sereno comportamiento. Jamás he oído que formulara el mínimo comentario negativo, al contrario, asumió su nueva función con ejemplar entusiasmo. A partir de entonces, en sumisión y afectuosa adhesión al Santo Padre Juan Pablo II, se dedicó con su característico dinamismo pastoral a su amadísimo laicado. No sé de quién nació la idea de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Sin duda el Siervo de Dios las organizó con el entusiasmo y competencia que lo distinguían.
En cuanto a los Movimientos de Laicos, que aparecían y se desarrollaban en la Iglesia, hallaron en él a un Pastor que los discernía y alentaba. He comprobado personalmente su inagotable capacidad de escucha y la amplitud de sus criterios al examinar los carismas otorgados por el Espíritu a las personas y a los Movimientos. Me tocó tratar pastoralmente, en mi anterior Diócesis de San Nicolás de los Arroyos, un asunto sumamente complejo. Se trató de las visiones y revelaciones de la Virgen del Rosario experimentadas por una sencilla feligresa de aquella Iglesia Particular. Le consulté. Su respuesta hizo gala de un admirable equilibrio pastoral: - “Te pido que mantengas la mente fría y el corazón abierto”- . Esa simple recomendación me asistió durante los diez años de mi gobierno pastoral en San Nicolás; el epicentro de aquella etapa fue, ciertamente, el acontecimiento mariano.

CIRCUNSTANCIAS ANTECEDENTES A SU MUERTE
No llegué a ser su confidente con respecto a su grave enfermedad. Llegué a enterarme por terceros. Durante esos largos años supo disimular, con su cordialidad y buen humor de siempre, el drama de su salud en indudable proceso de deterioro.
Veinte días antes de su muerte tuve la gracia de conversar privadamente con el Siervo de Dios. Providencialmente pasé por Roma, presidiendo una Peregrinación correntina a Tierra Santa. Nos habíamos comunicado por carta y al llegar, conforme a su pedido, le hablé por teléfono: “Te espero mañana - me dijo - a las 11 hs.” Durante más de media hora me habló de sus proyectos de escribir sobre temas que habían quedado pendientes durante sus años de exigente actividad ministerial. Me conmovió su conformidad con las amorosas disposiciones del Padre Dios. Recuerdo haberle dicho que “en breve contemplaría en plenitud lo que tanto deseó investigar en la tierra”. Su mirada serena no podía disimular que estaba sufriendo mucho, y me lo expresó con dulzura y sencillez: “Anoche he sufrido mucho”.
Lamentablemente debí partir y ya no volví a verlo vivo. He recogido los testimonios de quienes pudieron acompañarlo durante aquellos últimos días: mucho silencio y oración, el rezo constante del Santo Rosario. La noticia de su muerte me llegó estando ya en la Argentina. Me trasladé a Buenos Aires y participé de las exequias presididas por el Arzobispo de Buenos Aires Cardenal Antonio Quarracino (su gran amigo) que quince días después lo seguiría a la Eternidad. Sé que ha pasado mucha gente - obispos, sacerdotes consagrados y laicos - frente a su sencillo féretro cerrado.
Pocos días después fue sepultado en la Basílica de Nuestra Señora de Luján, donde descansan sus restos.

VIRTUDES TEOLOGALES: FE
Expondré mi impresión y opinión sobre la vivencia de la fe del Siervo de Dios. Todo en él indicaba que vivía en Dios. Sus gestos, sus reacciones, sus palabras y sus valiosos escritos procedían de una experiencia profunda, silenciosa y sólida de la fe. En las simples y familiares conversaciones afloraba su lúcida conciencia de la presencia de Cristo, en el Misterio adorable de la Pascua. Esa sensación era percibida por quienes tenían la oportunidad de tratarlo. Mi conocimiento, por otros testigos de su vida cotidiana, es que ese era su habitual y ejemplar comportamiento.
Su fe se alimentaba de la Palabra y de los sacramentos, muy especialmente de la Eucaristía. En sus expresiones comunes y en sus sabias reflexiones teológico pastorales se evidenciaban su relación constante con la Escritura, los Padres y el Magisterio y su profunda vida de oración. Era admirable su gran amor a la persona del Santo Padre y su creyente adhesión a su Magisterio. En los momentos muy difíciles, que los tuvo, se mantenía sereno y seguro en Dios. De esa manera lograba alentar a quienes, en grave crisis, acudían a su ejemplo y a su consejo. No me consta que haya flaqueado o vacilado en la fe.

ESPERANZA
Su excepcional confianza en Dios otorgaba a sus reacciones, ante las enormes tribulaciones que debió padecer, una notable seguridad y gozo en el Espíritu. Reiteró constantemente, en su reflexión y magisterio, los valores de la esperanza y de la alegría. El sentido de la Pascua lo impulsaba a vivir el misterio de la Cruz y a anhelar la santidad como la Vida nueva derivada de la muerte pascual. No creo que haya consentido, o aflojado algo, en su confianza de apóstol y discípulo.

CARIDAD
El Siervo de Dios expresaba, con mucha naturalidad, su profundo amor a Dios. Hacía notar, sin afectación alguna, estar verdaderamente enamorado de Dios aproximándose a lo que fue norma en Santo Domingo de Guzmán: “Hablar a Dios o de Dios”. No recuerdo, en nuestras entrevistas, haberme alejado sin una palabra o un pensamiento suyo que no me ayudara a entusiasmarme por las cosas de Dios.
El Siervo de Dios, ante la descripción de acontecimientos bochornosos del mundo, respondía siempre con su habitual referencia al amor de Dios por los hombres. Esa ejemplar actitud regía sus relaciones con las personas, sin discriminarlas ni descalificarlas. No recuerdo que haya expresado una opinión negativa ante decisiones de la Autoridad, o ante actitudes de sus iguales, que pudieran aparecer menos favorables hacia su persona o su pensamiento. Que yo recuerde, su caridad para quienes no compartían su estilo y sus criterios pastorales era sencillamente heroica.
En cuanto a sus principales devociones: me consta su amor a la Eucaristía y a la Santísima Virgen María.

VIRTUDES CARDINALES: PRUDENCIA
El equilibrio, proveniente de su acendrada virtud, se traducía en gestos y formulaciones doctrinales. Lo mismo se podía comprobar en sus medidas de gobierno, tanto en la Diócesis que debió gobernar como en las presidencias de los Dicasterios que condujo. Su temple, no opacado por la modestia que lo destacaba, apareció vigoroso en momentos de especial riesgo. Nunca, que yo sepa, se evadió de su responsabilidad y de su particular misión de hombre de consejo.

JUSTICIA
Después del recorrido por los distintos aspectos de su personalidad y virtudes puedo afirmar que el Siervo de Dios ha sabido establecer relaciones personales, con Dios y con sus semejantes, respetuosas de la justicia. Esta virtud adoptaba una gran coherencia entre su comportamiento y la voluntad de Dios. Su constante contemplación y reflexión creyente de la Palabra de Dios le permitían estar particularmente alerta en el ejercicio de la justicia.
El afectuoso recuerdo de sus padres y de sus muchos hermanos le permitía experimentar los lazos legítimos de la familia y de la amistad. Sus expresiones sanas y afectuosas hacia las personas, sin diferencias, llegaban a la ternura y a la emoción.

FORTALEZA
Circunstancias difíciles, que pudieron poner a prueba su serenidad y mansedumbre, lo encontraron entero espiritual y psíquicamente. No se hablaba con él de algunos temas que pudieran dar motivo a una severa interpretación de acontecimientos conocidos. En el peor y más inexplicable de los casos guardaba un discreto silencio.
La enfermedad que lo aquejó, cuya naturaleza grave conocía desde sus orígenes, no le hizo perder su cordialidad y dinamismo. No recuerdo que hablara de ella durante aquellos catorce años.

TEMPLANZA
Recuerdo al Siervo de Dios, especialmente en su trato habitual, dueño de una gran sencillez y transparencia. Nada parecía fuera de lo normal. Participaba de las conversaciones, siempre muy respetuoso de la opinión de sus interlocutores, capaz de atemperar sus afirmaciones más graves con una enorme consideración hacia las personas. La humildad, virtud que lo distinguió entre sus cohermanos y súbditos, le otorgaba una notable cercanía a todos. Los más prestigiosos como los más simples se sentían cómodos con él.
Se mostraba encantado al invitar y a homenajear en su casa a sus hermanos Obispos. Sabía distinguir a cada uno, interesándose por sus asuntos y tareas. Hablaba poco de él y atendía solícitamente a lo que los otros decían de sí mismos.

VIRTUDES MORALES: POBREZA
Su notable sencillez, expresada en sus conversaciones, escritos y estilo de vida, indicaba un espíritu pobre y disponible. Su relación con las personas, especialmente con los jóvenes y los pobres, adoptaba gestos y actitudes muy expresivas. Acostumbraba responder toda correspondencia, de quién viniere, con sorprendente rapidez y cordialidad. Creo que jamás manifestó apego a bienes, funciones y personas; su testamento lo deja claramente al descubierto.

HUMILDAD
No quisiera repetir lo declarado anteriormente. El Siervo de Dios ha manifestado su humildad en la gratitud constante a Dios que lo había escogido, sintiéndose tan inmerecedor. También ha expresado su humilde agradecimiento a quienes han posibilitado que fuera lo que fue: sus padres, hermanos, superiores y amigos: especialmente a sus amados Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II.
Su excepcional capacidad de diálogo con todos tiene su origen en la práctica secreta y silenciosa de la humildad.

OBEDIENCIA
En todo momento, según los datos que poseo, ha sido obediente a la Iglesia - a la que amaba entrañablemente - en sus Superiores, hasta la muerte. Manifestó su humilde obediencia no rehusando la misión que se le encomendaba o el abandono inexplicable de la misma que se le exigía.

GRADO DE LAS VIRTUDES
“El equilibrio, prontitud, amor y constancia” constituyeron la señal inequívoca de la heroicidad de todas sus virtudes. El Siervo de Dios dio muestras de vivir las virtudes cristianas con ejemplar normalidad. Adelantándome al siguiente paso, puedo asegurar que su vida ha sido simple, como la de un niño, y heroica como la de un indómito combatiente. No conozco que haya recibido dones carismáticos excepcionales, ni que su historia personal esté marcada por hechos extraordinarios.

FAMA DE SANTIDAD
Ya durante su vida gozó de fama de santidad, particularmente entre Obispos, sacerdotes y consagrados. Cuando en la Conferencia Episcopal Argentina se propuso la iniciación del Proceso de su Beatificación se recurrió, para mayor libertad, a la votación secreta. Su resultado fue afirmativo y unánime, sin votos negativos ni abstenciones. No conozco personas o grupos que se opongan a la causa de beatificación y canonización del Siervo de Dios. Su fama de santidad ha crecido notablemente a partir de su muerte. Se multiplican las gracias, particularmente espirituales, y la oración para solicitarlas es muy apreciada por mucha gente.

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